Carnavales Porteños

El carnaval es una antigua tradición en la ciudad de Buenos Aires. La sátira, el baile, la música callejera, el humor, el desparpajo y la burla, son los rasgos más distintivos. La máscara y el disfraz propone la confusión de lugares sociales y hasta la de sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido muchas veces se lo tildó de subversivo.Traído a nuestras tierras por los conquistadores, el Carnaval es un festejo muy antiguo en el continente europeo. Los españoles experimentaban tal fervor hacia esta celebración que, en plena conquista, Hernán Cortés disponía por ordenanza las posturas que debían tomarse para el abasto de carne, entre Navidad y Carnetolendas, en los territorios que iban dominando. En América el carnaval incorporó elementos aborígenes y hasta alcanzó ribetes místicos precolombinos; como, por ejemplo, el de Oruro.

En el Río de la Plata, alrededor de 1600, los esclavos negros se congregaban junto a sus amos para este celebrar este festejo. Durante la colonia, los carnavales porteños, llegaron a ser famosos, e incluso fueron motivo de escándalo, como el «fandango» que se bailaba en la Casa de Comedias.

La costumbre que caracterizó al carnaval porteño fue la de arrojarse agua. Los bonaerenses se mojaban los unos a los otros; ricos, pobres, blancos y negros, esclavos y señores. El abuso de esta costumbre causó distintas prohibiciones.

En 1771, el gobernador Juan José Vertíz, estableció los bailes de carnaval en locales cerrados, a fin de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros. En 1772, un grupo de personas molestas por los bailes que se celebraban antes de la cuaresma, y de los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el rey de España. El monarca, envió dos órdenes a Vértiz, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que: arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, protestó ante el rey contestando que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero, Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Obviamente, no se respetó esta prohibición.

Durante el virreinato, el virrey Cevallos publicó un bando prohibiendo los festejos de carnaval: «…conviniendo remediar este desorden con el presente prohíbo los dichos juegos de Carnestolendas…» «… ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad […] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho, y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos…» Y continuaba diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.

Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo «los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas».

Tras la revolución de 1810, se volvió común entre la población, especialmente entre las mujeres, jugar intensamente con agua. Para lo cual, preparaban originales recipientes, los más usados eran los huevos, a los que vaciaban de su contenido practicándoles dos agujeritos en los extremos, y luego, tras haberlos rellenado con líquidos, los tapaban con cera. También usaban como recipientes las vejigas de los animales, en particular las de los cerdos, que atiborraban de agua. La aguas podían ser claras y perfumadas, pero casi siempre eran coloreadas, sucias y malolientes.

Los esclavos aprovechaban para mojar a todo el mundo, cobrándose así pequeñas venganzas. Estos juegos terminaban, muchas veces, con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.

En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval fue esperado con entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos del caudillo. En 1836, sólo se permitía el juego con agua durante los tres días de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se permitieron las máscaras y las comparsas, previa autorización de la policía. Pese a las reglamentaciones de la época rosista, las costumbres del carnaval también fueron cayendo en excesos. Jinetes, disfrazados con plumas rojas en la cabeza y moños en las colas, aparecían sorpresivamente en la ciudad, arrojaban huevos de avestruz llenos de agua, cenizas y desperdicios; y se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta abusando de ellas. Rosas mismo, luego de haber fomentado el carnaval, lo suprimió por decreto el 22 de febrero de 1844.

Las celebraciones se reanudaron recién en 1854. Pero el carnaval volvió más reglamentado que antes, se realizaban bailes públicos en distintos lugares de la ciudad, previo permiso policial. Por esos años, en barrio Montserrat surgieron las primeras comparsas, éstas organizaban los desfiles y usaban un repertorio previamente ensayado, como en los candombes. A través de las comparsas se emitían toda clase de críticas de las que, ni siquiera los más altos funcionarios de la administración, quedaban exentos.

Los carnavales porteños más brillantes se vivieron durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento. El mandatario, era un gran adepto al carnaval y no le molestaba si le arrojaban agua cuando era presidente.

En 1869 se realizó el primer corso en la calle de la Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen). Tenía 5 cuadras: llegaba hasta la plaza de Lorea. Participaron 16 comparsas tocando guitarras, violines y cornetas. Se comentó que el mismo presidente Sarmiento había asistido con un gran poncho y cubierta la cabeza con un chambergo.

A fines del siglo XIX, pese a la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval, se hicieron famosos los pomos cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia. Estos arrojaban agua perfumada.

Al despuntar el siglo XX , cada barrio tenia su murga. Eran organizados por vecinos y comerciantes y se llevaban a cabo por agrupaciones de jóvenes artistas que, junto con los músicos y las mascaritas, animaban la jornada. Las plazas y las fachadas de los edificios se adornaban con guirnaldas, banderines y lamparitas de colores.

La Avenida de Mayo albergó al corso oficial de la ciudad que se extendía. desde las calles Bolívar y Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen); hasta Luis Sáenz Peña. También en los bosques de Palermo se realizaban fastuosos desfiles de carruajes, evento al que se denominaba «Corso de Flores».

Para quienes preferían un ambiente más selecto, se celebraban bailes en el Jockey Club y el Club del Progreso. También los teatros como el Opera, el Politeama, el Marconi y el Smart, se convertían en salones de baile. La orquesta se situaba sobre el escenario, y los palcos se alquilaban.

Los bailes de Carnaval fueron la base de lanzamiento del tango. Los grandes clubes deportivos congregaban a famosas orquestas de tango, entre ellas, la de Francisco Canaro y Di Sarli. Entre las décadas del 40 y 50, algunas orquestas de tango animaron también los «8 Grandes Bailes 8»: Francisco Lomuto; Alfredo De Angelis; Juan D’Arienzo; Aníbal Troilo «Pichuco»; Carlos Di Sarli; Osvaldo Fresedo entre otros.

En la década del 30, las agrupaciones de carnaval de los barrios, pasaron a tener nombres paródicos, acompañados del nombre del barrio de origen: Los Eléctricos de Villa Devoto; Los Averiados de Palermo; Los Criticones de Villa Urquiza; Los Pegotes de Florida y Los Curdelas de Saavedra, son algunas murgas legendarias de aquella época.

La dictadura en 1976, a través del decreto 21.329, firmado por Jorge Rafael Videla, derogó el artículo primero del decreto ley por el cual el lunes y martes de Carnaval eran feriados nacionales.

En 1983, con el retorno de la democracia, las calles de Buenos Aires, retomaron la música, el espíritu y el color del carnaval, que resucito como «ave Fénix, de las cenizas»…

Actualmente, las murgas mantienen viva la pasión por la parodia, los disfraces y el sonar del bombo. Muchos jóvenes artistas del teatro, la música y la danza han retomado la estética carnavalesca, dando difusión a este genero en distintos centros culturales. A través de nuevas formas, el carnaval se recicla, revitaliza, y también adopta modos de resistencia, las murgas barriales son instrumentos de integración, donde la participación y la creación colectiva despedaza el discurso individualista que pregona el neoliberalismo.

———————————————————————————————————————————————

•  Revista Circulo de la Historia , Nº 47, febrero 2000.

•  Angel López Cantos. «Juegos, fiestas y diversiones en la América española». Colección Mapfre, Madrid, 1992.

•  Guía Cultural Fervor de Buenos Aires – marzo 2000