La Otra Historia de Buenos Aires
Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE V (C)
A mediados de febrero de 1641, mucho antes de terminar su mandato, el noble Mendo de la Cueva y Benavídez -caballero de Santiago, maestre de campo y consejero en la guerra de Flandes, luego designado por Felipe IV gobernador del Río de la Plata-, consigue algo que desea profundamente: abandonar para siempre Buenos Aires. Lo hace de un modo singular.
Había llegado venturoso a Buenos Aires procedente de Lisboa, con su título de gobernador, embarcado con un tercio de infantería, con su familia y todos sus muebles en cómodo navío. Había sido recibido con honores y plaza de toros. Y ahora parte sin honores ni toros en incómodo carruaje, solo, sin su familia ni el tercio de infantería, sin título de gobernador. Triste.
Mendo de la Cueva parte en calidad de preso rumbo a la Audiencia de Charcas. Debe declarar en dos pleitos oscuros, que él atribuye a la arrogancia y a la mezquindad porteña. Una reyerta de palabras e intereses, piensa. Él podrá defenderse en Charcas, piensa con amargura, pero los porteños ya lo vencieron. Ahora mismo está solo. Los porteños se apropiaron de su familia. Su hijo Juan, amancebado con esa culebra María Guzmán venida del infierno. Su hija Isabel, la niña de sus ojos, comprometida con un tal Francisco Acosta y Alberguería, hará casa en Buenos Aires. Y su esposa, María Lagos, se quedaen Buenos Aires para ayudar a la hija en los preparativos de la boda. Nadie le ayuda a él. Nadie puede ayudar a un soldado que parte hacia una guerra.
La lentitud en la comunicación -es decir, la falta de información debido a las grandes distancias- produce acciones incoherentes o erradas en el Nuevo Mundo. Ejemplo. Buenos Aires expulsa a De la Cueva sin saber que Portugal y España habían comenzado una guerra (el Levantamiento de Portugal se produjo el 1º de diciembre de 1640). De saberlo hubiera recibido con honores, misas y fiestas a Mendo de la Cueva cuando éste regresó triunfante de la campaña contra los calchaquíes, para aprovechar su enorme capacidad militar ante el peligro de una invasión portuguesa.
La invasión se producirá, pero no en Buenos Aires sino en el NE de la gobernación del Río de la Plata -en las actuales provincias de Corrientes y Misiones-. Ocurrirá de inmediato. Mientras El Expulsado viaja a Charcas los misioneros jesuitas al mando de un ejército guaraní, que Mendo de la Cueva ayudó a formar y utilizó en la campaña calchaquí, preparan la defensa. Se ha avistado una enorme bandeira paulista en territorio español. Alrededor de 1800 tupíes armados con arcos y hondas, 700 mamelucos y 400 portugueses y holandeses con arcabuces, trabucos y rodelas, bajan por el río Uruguay en 600 canoas para asolar las reducciones jesuitas. Los misioneros han reunido a 4200 guaraníes para la defensa. Tienen 900 arcos, 300 mosquetes, un cañón. Y -según lo aprendido en la campaña calchaquí- están fabricando piezas de artillería con cañas tacuaras recubiertas de cuero, que aguantan hasta cuatro disparos, y también catapultas para arrojar troncos encendidos.
Lejos y ajeno de estos preparativos, Buenos Aires vive una calma chicha durante los primeros días de marzo. Se toman medidas, como todos los años, para los remates de ganado y el abasto de carne en la Aldea. No hay guerra ni revuelta. El único conflicto notable lo protagonizan el general Tapia de Vargas y el capitán Sánchez Garzón por unos metros de tela. Vargas reclama a Garzón que le devuelva o pague una pieza de 51 varas de catalufa -un tafetán de doble labrado-, entregada por Vargas para hacer un dosel en la sala capitular cuando Garzón era alcalde ordinario.
Más allá de esta corrup-tela, porque el dosel nunca se hizo, el reclamo del tafetán era para adornar la catedral en los próximos casamientos: la hija de Tapia de Vargas con Felipe Herrera Guzmán y la hija de Mendo de la Cueva Benavídez con Francisco Acosta Alberguería. Resulta curioso observar como la sociedad porteña de aquella época privilegiaba los lazos de sangre sobre las posturas políticas o éticas y también sobre las posiciones económicas. Isabel de la Cueva y Benavídez, no era rica, era la hija del Expulsado, pero pertenecía a una familia noble y española. Eso la hacía un buen partido. Y Francisco Acosta Alberguería le puso una casa con dos patios en la esquina de las calles Mayor y Santo Domingo, en la manzana donde tuvo casas Diego de Vega, el primer banquero y hombre más rico de Buenos Aires. La casa de Isabel de la Cueva estaba en la actual esquina NO de Defensa y avenida Belgrano, frente al convento de Santo Domingo y el mausoleo de Belgrano.
Batalla de Mbororé.[i] El sábado 9 de marzo de 1641, la bandeira que baja por el río Uruguay con 600 canoas toma la reducción jesuita de Acaraguá en la margen derecha del río. El ejército misionero ha devastado esa reducción antes de entregarla y se repliega más abajo, en un codo del río llamado Mbororé donde hay orillas escarpadas y selva profunda. El lunes 11 de marzo, cuando comienza la Semana Santa, la bandeira sale de Acaraguá persiguiendo algunas canoas misioneras y es emboscada en Mbororé. Los guaraníes cierran el codo del río con balsas incendiadas, abren un fuego cruzado con arcos, mosquetes y cañones, y bombardean a los bandeirantes con piedras y troncos ardientes. No hay salida del infierno. La bandeira no puede avanzar por el río ni desembarcar en las orillas escarpadas, retrocede lentamente, muy expuesta, remando contra la corriente. Tiene pérdidas enormes, más de 300 cuerpos flotan entre los restos de canoas, los troncos arrojados y la flechería.
La bandeira se agrupa en Acaraguá, levanta empalizadas. El martes 12 los guaraníes sitian Acaraguá por la selva y el río. Traen las catapultas, los cañones de caña, y balsas artilladas cubiertas para evitar la flechería y la pedrada de los tupíes. El miércoles 13 usan las catapultas pero no intentan el asalto. Los misioneros saben que el lugar es imposible de sostener sin provisiones. Esperan. El jueves por la mañana los portugueses presentan una carta negando la invasión y el tráfico esclavo indígena, los jesuitas la rompen. Por la tarde, envían una carta de rendición que corre la misma suerte. A la noche, los portugueses reciben por respuesta andanadas de troncos ardientes que caen del cielo como meteoritos. Desertan los tupíes para unirse a los misioneros.
El Viernes Santo, cuando los portugueses, mamelucos y holandeses, evocan la muerte de Cristo y oran por sus propias almas, los jesuitas asaltan la fortaleza. Rompen empalizadas a cañonazos, envían una nube de flechas, y entran a los gritos, pintados de rojo, con espadas, alfanjes y garrotes, pasando a degüello a quienes se les cruce. Aterrados, los bandeirantes huyen sin orden a la selva perseguidos por los misioneros, los guaraníes y hasta los tupíes, que les matan sin piedad donde les encuentran.
El Domingo Santo los jesuitas detienen la matanza y celebran con alegría el triunfo y también la resurrección de Cristo. Los portugueses errarán por la selva desprotegidos y hambrientos durante meses, arrastrando sus heridos y enterrando sus muertos, apenas nueve llegarán a Sao Paulo.
La batalla anfibia de Mbororé, asombra por la militarización eclesiástica e indígena y las tácticas y técnicas empleadas -absolutamente originales en estas tierras-. Pero además, destaca por las profundas consecuencias sociales y políticas que tuvo. Algunos historiadores contemporáneos vincularon el triunfo de Mbororé con la soberanía argentina de la Mesopotamia. El tremendo escarmiento habría evitado futuras excursiones de los bandeirantes y la consecuente expansión territorial de Brasil.
Otra consecuencia de Mbororé fue el freno a la esclavitud indígena en el Río de la Plata, porque el objetivo primario de los bandeirantes era esclavizar guaraníes para los ingenios azucareros paulistas. A partir de esta batalla crecieron y se multiplicaron las reducciones jesuitas durante más de un siglo en el Río de la Plata.
A mediados de marzo de 1641 Buenos Aires se entera del Levantamiento de Portugal y un mes después, de la batalla de Mbororé. Para entonces, Mendo de la Cueva será exonerado en la Audiencia de Charcas. Desaparecerán sus pleitos oscuros y aparecerán la honestidad administrativa, la contención de los calchaquíes en Santa Fe y el Chaco, y la preparación del asombroso ejército misionero. Recibirá honores de gobernador, será nombrado corregidor de Oruro, y nunca volverá a Buenos Aires.
[i] Mbororé, lugar situado en el municipio de Panambí, provincia de Misiones, Argentina.
La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)
Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
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Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)