La Otra Historia de Buenos Aires

 por Gabriel Luna

 Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE VI B

Año 1642. Expulsadas las ovejas de la Aldea, tampoco creció el pasto. Las calles y los baldíos quedaron yermos, y los caballos de la soldadesca tuvieron que alimentarse lejos del Fuerte en los arrabales y el ejido. Sí crecieron la paja, la basura, el número de piojos.
Por la guerra con Portugal el puerto de Buenos Ayres -relacionado principalmente con Brasil- estaba casi inactivo. Disminuía el trabajo asalariado en la Aldea. Aumentaban los cuatreros, los rufianes, los vagabundos. Y la soldadesca ociosa -santafesina y chilena- que había venido a defender el Puerto de una improbable invasión portuguesa, buscaba mujeres públicas o mal opinadas (como se decía entonces), jugaba a las cartas, se emborrachaba, y peleaba por la noche en las pulperías y en las calles con negros e indios también borrachos.

Las pulperías, de adobe y caña, eran una mezcla de bar rústico, almacén y verdulería, donde también se jugaba, cantaba, y se reunía para divertirse, pelear, bailar y contar historias, la gente de pocos recursos que no pertenecía a los salones de la elite porteña. Sin embargo, los dueños de las pulperías sí pertenecían a la elite porteña. Eran un buen negocio. Gonzalo Carabajal, Juan Tapia de Vargas, Lorenzo Lara, Alonso Guerrero y Pedro Sánchez Garzón, entre otros, tenían pulperías a varias cuadras de la plaza Mayor y en los arrabales. No las atendían ellos sino sus esclavos o esclavas, o indígenas encomendados. Mano de obra barata. Los dueños vivían cerca de la plaza Mayor en casas de dos o tres patios con un salón al frente, amuebladas estilo europeo. Alonso Guerrero -próspero mercader y yerno de Mateo Leal Ayala, quien junto a Diego de Vega inició el tráfico esclavo a gran escala en el Río de la Plata- vivía frente a la Plaza y en cruz con la Catedral, en la actual esquina de Rivadavia y Bolívar, donde hoy tiene sede el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y Pedro Sánchez Garzón vivía también frente a la plaza Mayor, en la actual esquina de Rivadavia y Reconquista, donde hoy está la casa central del Banco de la Nación Argentina.
Los dueños de las pulperías que habían hecho fortunas contrabandeando esclavos, cuando mermó el tráfico con Brasil, contrabandearon vino. Los toneles llegaban de las chácaras vecinas, de Santa Fe y hasta de Paraguay a los mismos puertos clandestinos del Delta donde antes habían arribado los esclavos.
El vino embotaba pero también enardecía los ánimos de la gente y hacía reyertas. El teniente de gobernador Aresti -sobrino del implacable obispo Cristóbal Aresti- llamó al orden. Se efectuaron visitas a las pulperías para encontrar el contrabando y se controlaron los padrones de pesas y medidas. No fue suficiente. Se perdían las “buenas costumbres” y la recaudación de las arcas reales. Entonces el procurador Francisco Velázquez Meléndez ordenó: “Que no haya pulperías de negros ni negras ni de indios o indias porque son notorios los daños que se siguen. Que se quiten todas las que hubiere. Que al negro o negra e indio o india que ejerciere el oficio de pulpero se le den cien azotes en la plaza pública. Que se multe a su amo con cien pesos, además de embargarle la mercadería”. Y agregó para extender la norma: “Que no se consientan los juegos de negros ni se les de vino a los indios en ninguna parte. Y que los indios borrachos se prendan, y sirvan una semana sin recibir salario en las fortificaciones desta Ciudad”.

El 21 de mayo de 1642 se reúnen varias mujeres de la elite porteña en la casa de María de Vega ubicada en la calle Mayor. La calle por donde había llegado aquel numeroso rebaño de ovejas hasta la Plaza y el Fuerte desde el convento de Santo Domingo. La casa -ubicada en la actual esquina de Defensa y Moreno- tiene salón al frente y tres patios. En el salón, de cortinados espesos, sillas de damasco y vajilla de plata servida por tres esclavas, están: Francisca Hurtado Mendoza (esposa de Pedro Sánchez Garzón), Ana Matos Encinas (esposa de Marcos Sequeyra), Polonia Cáceres Ulloa (viuda del mercader Gómez Fonseca), Isabel Tapia de Vargas (hija de Juan Tapia de Vargas), Ana Mercado (esposa de Lorenzo Lara), y la anfitriona María de Vega (hija del ya fallecido banquero contrabandista Diego de Vega y esposa del reciente gobernador interino del Río de la Plata, Pedro Rojas Acevedo). No asisten a esta reunión -por razones que se conocerán más adelante- aunque pertenecen al grupo, María Guzmán Coronado e Isabel de la Cueva y Benavídez.
El grupo de mujeres rodea una mesa taraceada en marfil. Hablan de las reducciones en la venta de ropa porque debido a la guerra no hay esperanza de provisión. A tal punto ocurre esto, que se ha prohibido sacar la ropa de la Ciudad para no encarecer la que queda. Luego hablan de las tres barcas con carga de azúcar recién llegadas al puerto de Buenos Ayres desde Asunción, que gran regocijo han causado por ser los primeros navíos arribados en lo que va del año, y por traer especia tan deliciosa y necesaria a estas tierras, para que pueda venderse a tres reales la libra en vez de a diez, como estaba haciéndose. La elite de mujeres ha rentado las barcas y negociado este tráfico -que no era sólo de azúcar-. Antes de llegar a Buenos Ayres, las barcas habían descargado numerosos toneles de preciado vino paraguayo en los puertos clandestinos de Lorenzo Lara y Marcos Sequeyra sobre el río Luján. Las mujeres ríen, toman en cristales venecianos un moscato de Castilla. Ahora planean un tráfico parecido, pero con mantas y ropa blanca, que está faltando mucho, traídas de Santa Fe.
Las mujeres bailan descalzas, cantan, se quitan los pollerones. En un aparte, la pálida, mística y sensual Ana Matos Encinas brinda con Tomás Rojas Acevedo, el joven hijo de María Vega.

Julio de 1642. El enemigo no llegaba y la Aldea se ponía violenta. Hacía frío. La paja y la basura se acumulaban en las esquinas. Los vagabundos hacían fogatas para calentarse. Los dueños de las pulperías burlaban la prohibición de atender sus negocios con negros poniendo capataces españoles, que figuraban en los papeles pero que rara vez estaban. El vino fluía tibio como la sangre. La soldadesca peleaba entre las fogatas de las calles. Los vecinos se encerraban en sus casas, los negros bailaban convulsivos en las pulperías. En los salones de las casas con dos o tres patios había braceros, banquetes y danzas procaces. Afuera crecía la prostitución, los niños abandonados. No había un médico en toda la Aldea. La elite hacía negocios pero se llovían las casas del Cabildo y de los arrabales. Escaseaban los techos, la soldadesca acaparaba casas y recursos. Había menos pan, menos ropa. Había miedo, miasma, y cada vez más pobres.
Entonces pidió licencia por enfermedad el alguacil González Pacheco, el que había retirado de las calles las ovejas de los dominicos. Luego enfermó la negra Catalina, que atendía la pulpería de Gonzalo Carabajal. Luego ardió de fiebre el pregonero. Tuvo escalofríos y erupciones el alcalde Ponce de León. Hubo dos niños muertos en la plaza Mayor, abrazados de frío. Murió cubierto de pústulas Pedro Rojas Acevedo, esposo de María Vega y rico contrabandista. Murieron dos soldados, un fraile y tres indígenas en las fortificaciones del Riachuelo. Se había declarado la peste de tabardillo -hoy conocida como tifus exantemático-.[1]

Según fray Fernando Mejía, superior del convento de Santo Domingo, la peste era una plaga enviada por Dios, como sucedió en Egipto, para castigar a los pecadores. Pero la Aldea había perdido su rebaño, el manto protector de las ovejas, la señal del cordero pascual que salva a los inocentes; y Abadón, el ángel exterminador del abismo sin fondo, había entrado para llevárselo todo. [2]

———————-

[1] El tifus exantemático se transmite por los piojos y puede ser mortal si no se trata con antibióticos.
[2] Alude a la última de las 7 plagas de Egipto, cuando los judíos hacen una cruz con sangre del cordero pascual en sus puertas para evitar que Abadón extermine a los primogénitos.
———————-
La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *