La Otra Historia de Buenos Aires
Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE XII
por Gabriel Luna
El Escudo
Jacinto de Lariz fue un gobernador controvertido. Demente para algunos, justiciero para otros. Apóstata o libertino. Tal vez fuera anticlerical, o tal vez sólo luchara contra el poder político colonial de la Iglesia, y en particular contra el obispo del Río de la Plata, fray Cristóbal de la Mancha. El caso es que Lariz fue excomulgado tres veces por este obispo en un período de seis años, un récord en la historia de la Ciudad. Y el caso es que fue corrupto, pero no tanto como la rica elite porteña que lo condenaba. Lariz trató de equipararse a ella, trató incluso de superarla. Primero intentó enriquecerse legal y rápidamente descubriendo las minas de oro jesuita, no pudo. Entonces trató de controlar y acaparar todo el negocio ilegal de la Aldea, que manejaba la elite. Tampoco pudo hacerlo, era muy difícil hacerlo.
La riqueza de la elite porteña surgía del contrabando de esclavos. Pero como en 1648 España estaba en guerra con Portugal y Holanda, el tráfico de esclavos -capturados por los holandeses en Angola, y distribuidos por los portugueses desde los puertos de Brasil- llegaba con dificultad al Río de la Plata. Y cuando llegaba, arribaba a los puertos clandestinos de la elite porteña en el Delta sin que el gobernador Lariz se enterase.
Lariz intentó participar del negocio, presionó a la elite porteña y hasta encarceló y desterró a Juan Vergara, fundador de esta elite -que era en realidad una organización criminal-, [1] pero no tuvo éxito. La elite estaba articulada más por sus intereses que por los hombres. Entonces Lariz decidió hacer su propio contrabando. En combinación con el gobernador de Bahía, Salvador Correa de Sáa, despachó un navío con cueros y plata, que volvió cargado de esclavos negros. Y como la entrada de los africanos era ilegal y Lariz no tenía puertos clandestinos ni donde esconderlos, entonces denunció la carga, condenó sin apelación al capitán del barco, y envió a los esclavos a subasta pública. Lariz, como denunciante, obtuvo un tercio de la venta y los esclavos entraron en el régimen legal. Esta maniobra, que había sido acordada por Lariz con los traficantes y el gobernador de Bahía, fue descubierta y difundida por Lucas de Sosa y Escobar, clérigo, licenciado, vicario capitular y mano derecha del Obispo. Este personaje, miembro de la elite porteña, cura, maestro, juez eclesiástico y canónigo de la Catedral, tenía gran prestigio en la Aldea como hombre santo, respetuoso de las normas eclesiásticas y reales.
Lariz no podía lidiar directamente con semejante personaje, entonces atacó a su padre. Tal es la interpretación de la mayoría de los historiadores. Lariz desterró a Antonio Sosa, el padre de Lucas Sosa y Escobar, que tenía 90 años. Según estos historiadores, el Gobernador se apoderó de Antonio Sosa, un venerable anciano con 70 años de residencia en la Aldea, y lo envió a Córdoba en penoso viaje para vengarse del hijo y frenar sus acusaciones. Puede haber sido así. Sin embargo surge algo curioso de este escarmiento, aparece una historia simétrica y notable que desvirtúa todo lo anterior.
Para empezar, Antonio Sosa no tenía 90 años cuando fue desterrado en 1648 sino 68 -una edad avanzada pero no tan vulnerable-, tampoco era venerable y tenía aproximadamente 50 años de residencia. [2] La historia simétrica es la siguiente: El 28 de diciembre de 1608, cuarenta años antes de su destierro, el alguacil de mar Antonio Sosa imaginó una maniobra delictiva y persuadió al entonces teniente de gobernador Juan Vergara de denunciar una carga ilegal de esclavos en el navío Nossa Senhora do Rosario, que acababa de arribar al puerto de Buenos Ayres. Era función del alguacil de mar hacer esto, pero no dejaba rédito. Juan Vergara, hasta entonces un impoluto oficial real, denunció la carga, cobró un tercio de la venta en la subasta pública -que dividió con Antonio Sosa-. Y desde ese día -impulsado por Sosa y por la ambición de riqueza- se dedicó tenazmente al contrabando en todas sus formas, fundó una organización criminal, una nueva elite, funcional a esta organización, y Buenos Aires cambió para siempre. [3]
La maniobra de Lariz, descubierta por el clérigo Lucas Sosa y Escobar, fue idéntica a la perpetrada por el padre de éste, aunque de menor trascendencia. Cuarenta años después, Antonio Sosa empezó a pagar su crimen por la mediación involuntaria del hijo. De una manera fantástica, ocurrió que el reclamo de justicia hecho por el distinguido Lucas Sosa y Escobar cayó sobre el cuerpo de su propio padre.[4]
El año 1648 fue de aislamiento en el Río de la Plata -dadas las guerras que sostenía España- pero también hubo cierto alivio para los pobres. Creció el mercado interno, bajaron los precios de las carnes, el pan, el vino, y aumentó el número de pulperías.
Mientras tanto en Europa, se firmó un tratado de paz en Münster, Westfalia, el 24 de octubre de 1648, donde se ponía fin a la Guerra de Flandes, que había durado ochenta años. La noticia de la paz con Holanda y sus consecuencias recién llegarían al Río de la Plata el año siguiente. El tratado frenaba el avance colonial holandés en América, pero permitía el comercio en costas portuguesas y también, bajo determinados acuerdos o permisos, en puertos españoles.
No eran estos acuerdos muy claros ni los permisos fáciles de conseguir. De modo que en 1649 hubo en Buenos Aires un aumento del comercio exterior, pero sobretodo del contrabando. Hay registros del contrabando del gobernador Lariz pero no del contrabando de la elite, porque se ejercía en puertos clandestinos. Sin embargo, la actividad de la elite queda palpable en bandos como este: “El maestro de campo y gobernador Jacinto de Lariz manda que las personas que tuvieran chácaras o estancias sobre el río Paraná, río de Areco, de Luján, y destas fronteras, no sean osadas ni se atrevan a recibir navíos, canoas, balsas ni barcas pequeñas o grandes, que lleguen de la otra banda y sean forasteras, cargadas de hacienda o sin ella. Y ordena que vengan tales embarcaciones al puerto desta Ciudad y al Riachuelo de los Navíos, y que las embarcaciones que salieren de aquí, con su registro y licencia, vayan en derechura y haciendo su viaje sin extraviarse con diferentes pretextos en chácaras o estancias para encubrir o usurpar la hacienda real. Por tanto manda, que quienes cometieran dicho delito pierdan sus chácaras o estancias y reciban otrosí mayores penas, según merecieran por la gravedad de los daños”.
Había aquí una rivalidad manifiesta entre el contrabando de la elite porteña y el del propio gobernador. Conforme crecía el arribo de esclavos en los puertos clandestinos, crecían las ocupaciones de la elite y las hostilidades con el Gobernador. El Cabildo -integrado por la elite- no sesionaba. Lariz gobernaba por bandos. La elite controlaba el mercado interno y el precio de las cosechas quemando los campos. [5] El 10 de julio de 1649, Lariz emitió el siguiente bando: “Que ninguna persona de cualquier calidad que sea, ose pegar fuego en las pampas sin que sean cogidos los granos y frutos dellas, so pena de 50 pesos, y si fuere negro o indio con pena de 100 azotes en la plaza pública, debiendo pagar el amo los daños que resultasen”. Otro punto de conflicto entre el Gobernador y la elite fueron las pulperías. El gobernador Lariz encomendó al alcalde Gutiérrez de Humanes que, “debido a que hay robos de ganados y legumbres en las pampas, y se contrabandea esto y otras cosas en las muchas pulperías sin pagar los impuestos reales, se cierren las dichas pulperías y queden sólo cinco. Y si los vecinos quieren vender las cosas de sus haciendas que lo hagan en la plaza pública”.
Finalmente, las presiones y los conflictos cedieron. Hubo una distribución de los frutos del contrabando en las haciendas reales y particulares, y una gran fiesta de reconciliación. Se inauguró un toril para las corridas en la esquina SE del Cabildo -actual esquina de Hipólito Yrigoyen y Bolívar-. Se arreglaron las calles, se repararon las casas del Cabildo, hubo una asignación para contratar dos porteros con vestuario de librea y mazas de plata. [6] Y para estrenar la ornamentación, celebrar la fiesta del patrono de la Ciudad, los arreglos, y sellar el pacto entre contrabandistas, Lariz propuso la creación de un nuevo escudo de armas de la Ciudad. Fue dibujado por el escribano Martínez Campuzano -compañero de andanzas de Lariz- el 5 de noviembre de 1649 en el libro de actas del Cabildo. Tenía una paloma radiante en el centro, un mar con la uña de un ancla, abajo, y el conjunto rodeado por una leyenda: “Ciudad de la Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires”. Tal es el origen fatídico del actual escudo de la ciudad de Buenos Aires.[7] Más tarde, se añadieron dos barcos en el horizonte: un navío y un bergantín. Interpretación heráldica difícil. ¿Vendría el navío con el contrabando del Gobernador y el bergantín con el contrabando de la elite porteña?
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[1] Ver “La Otra Historia de Buenos Aires”, Segundo Libro, Parte X, publicada en Periódico VAS Nº 59.
[2] Los datos de los 90 años y los 70 de residencia, y la interpretación de venganza, figuran en Historia de la Argentina de Vicente Sierra, Tomo 1; cap. VII, U.D.E.L., Bs. As., año 1957.
[3] Esta historia, recreada y detallada, ha sido contada en La Otra Historia de Buenos Aires (1536 – 1635), Parte V, Editorial Punto de Encuentro, 2010.
[4] Puede inferirse en este punto que la manera no fue tan “fantástica” sino que Lariz, que había ordenado el destierro de Vergara y luego el de Sosa, conocía en profundidad los hechos y la estructura social y política de la Aldea, tal vez por haber leído o por haberle sido referido el extenso expediente deHernandarias contra los “confederados” Hernandarias contra los “confederados”. Ver La Otra Historia de Buenos Aires (1536 – 1635), Editorial Punto de Encuentro.
[5]Antes lo hacía por medio del Cabildo.
[6]Los nuevos porteros del Cabildo fueron Gonzalo Domínguez y Ventura Casero, se asignó un salario anual de 100 pesos a cada uno. El anterior portero, Pedro García, cobraba 40 pesos por año.
[7]La paloma simboliza la Trinidad, el Espíritu Santo, y el ancla, el puerto.
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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)
Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI
Parte VI (continuación)
Parte VII
Parte VII (continuación)
Parte VIII
Parte VIII (continuación)
Parte IX
Parte IX (continuación)
Parte X