La Otra Historia de Buenos Aires.
Parte X
por Gabriel Luna
Junio de 1615. Dicen los vecinos de Trinidad que la niebla ha llegado con el gobernador Hernandarias para quedarse. La niebla y la intriga. Dicen que el gobernador de figura imponente, cara torcida surcada por una cicatriz y manos grandes como palas, ambula solitario entre la niebla apareciéndose como un fantasma en cualquier parte. Dicen que lo vieron en la pulpería La Portuguesa de Pedro Luys, ubicada en la esquina de las actuales calles Florida y Lavalle, interrogar al dueño sobre un aguacil de mar llamado Sosa o Souza y sobre los negocios que el tal Sosa y el pulpero tendrían con Diego de Vega. Dicen que lo vieron entrar en la Esquina Rosada, casino y burdel propiedad de Simón Valdez, ubicado en las actuales Alsina y Bolivar. Y que al ser reconocido cesaron las voces, la música, el ruido de dados y el de las bolas de truques1. Y que plantado Hernandarias, los brazos en jarra y el gesto adusto, entre las mesas y los cubículos de las mujeres, los clientes -en su mayoría oficiales reales y mercaderes prósperos- dejaron las mujeres, los juegos y los vinos. Y abandonaron el lugar para no responder sus preguntas, dicen unos, o para no enfrentarlo y darle muerte ahí mismo, por más gobernador o fantasma que fuere, dicen otros.
Hernandarias mandó clausurar el local y encomendó las mujeres -tres negras bellísimas con breves encajes blancos y aros de plata, una india dorada de cabellos muy largos cubierta sólo con una viola da gamba, una criolla alta y una española con pechos como melones- a la fábrica del convento de San Francisco para hacer telares, cerámicas, y penitencias. Respecto a la pulpería, el mismo gobernador, pese a la investidura y su edad avanzada, desquició con sus propias manos el negocio abriendo toneles sin alcabala2, rompiendo tinajas, y esparciendo entre frutos y cebollas, paños de Flandes, cristales venecianos, rasos, mosquetes, y otros enseres impropios de una pulpería, y de cuya obtención Pedro Luys no supo dar cuenta. Menos por las infracciones que por no responder las preguntas sobre Diego de Vega fue que el gobernador metió preso al pulpero, dicen los vecinos.
Hernandarias ya había encarcelado a Diego de Vega, Juan Vergara, Simón Valdez y Mateo Leal de Ayala, les había iniciado sendas causas criminales por asesinato, usurpación de poderes, corrupciones y cohechos, y por contrabando3 de esclavos y mercancías varias perjudicando gravemente los intereses de la Corona, del virreinato, y desta provincia del Río de la Plata. Estos cuatro “confederados” son la cúpula de una organización delictiva que maneja la economía de Trinidad. Toda la aldea lo sabe pero Hernandarias necesita probarlo. Y los vecinos -salvo los “beneméritos”- no hablan de eso. Dicen, sí, que Hernandarias ha llegado como un fantasma para aterrorizarlos y sumirlos en la pobreza; y que el gobernador, fiero, salvaje y sordo como es, no atiende a las conveniencias e buenas razones de la gente.
¿De dónde surge la hostilidad a Hernandarias?
Hay un motivo económico. Al desmantelar la organización contrabandista y reducir por ende el tráfico portuario, Hernandarias no sólo perjudicaría a los “confederados”. Los carpinteros de ribera, los calafates, pilotos o prácticos, y todos aquellos cuyos oficios se relacionan con la navegación perderían ingresos. Y también perderían ingresos los comerciantes que abastecen los navíos y a las tripulaciones en tierra, y los posaderos, los tahúres, los proxenetas. También perjudicaría a los relacionados directa o indirectamente con la venta de esclavos: capataces, troperos, carreteros. Y hasta los mismos “beneméritos”, productores de carnes y granos, perderían ingresos.
¿Por qué? y ¿en qué medida?
La venta de esclavos estaba bien organizada. Debido a los fuertes vientos pampeanos de otoño e invierno que solían dificultar el arribo al puerto del Buen Ayre4, las llegadas de los buques negreros se producían principalmente entre noviembre y febrero. Los esclavos, traídos de Angola y Guinea, se reponían lentamente del viaje infrahumano, después pasaban por el proceso de las subastas -que no era sencillo-. Y recién al promediar el otoño partían en caravanas de carretas hacia Potosí. La estrategia “confederada” era recuperar y poner en buena forma a los esclavos para venderlos a mejores precios. De modo que había en la aldea una población flotante durante varios meses, que consumía cantidades de carne vacuna y harinas de maíz y trigo. Esto incrementaba las transacciones en el mercado interno agrícola-ganadero de los “beneméritos”. ¿En cuánto incidía? Entre 1611 y 1615 llegaron a la aldea 5700 esclavos5, el promedio da una población flotante anual de 1.425 -¡supera la cifra de la población estable!-. Los 1.425 esclavos consumían aproximadamente 15 reses y 10 fanegas de granos por día. Si se consideran cinco meses de permanencia en la aldea más un mes de aprovisionamiento para el viaje, que se hacía con ganado en pie y carretas cargadas de harina, el consumo era de 2700 vacunos a razón de 2 pesos por cabeza y 1800 fanegas a razón de un peso. La suma es 7200 pesos. Esta cantidad, que los “confederados” saldaban con la venta de sólo 11 esclavos, representaba para los “beneméritos” ¡el 28% de sus pobres ingresos anuales!6 Conclusión. La perspectiva de clausurar el tráfico de esclavos sin desarrollar alternativamente una economía regional, resentía a los “beneméritos” contra Hernandarias.
Julio de 1615. Escapa de la cárcel Juan Vergara. Al Gobernador le cuesta creerlo. Valdez, contrabandista y a la vez tesorero de la Real Hacienda en el Río de la Plata, que fuera preso y enviado a España para ser juzgado por fraude a la Corona7, soborna al capitán del barco y también escapa. El Gobernador embarga las propiedades de Valdez y Vergara. Una mañana de niebla, muere acuchillado en una emboscada Domingo de Guadarrama, aguacil de Hernandarias. Guadarrama inspeccionaba una caravana de esclavos, tropa de ganado y mercancías, que partían hacia el oeste desde la posta de carretas y solar de Miguel del Corro ubicado en la actual calle Corrientes entre Cerrito y Libertad.8 Su cuerpo es encontrado en un aprisco cerca de la posta envuelto en unos cueros. Dicen unos vecinos que el aguacil fue confundido entre la niebla con Hernandarias, y dicen otros que Guadarrama además de vigilar lo que no debía, había declarado contra los “confederados”.
Noviembre de 1615. El gobernador Hernandarias manda construir una aduana debajo del Fuerte para controlar mejor y personalmente la descarga de los navíos. Ya no recorre la aldea en solitario sino que va con la escolta de sus fieles santafesinos. Y sin embargo se siente más solo que nunca, dolido por la muerte del aguacil, incomprendido y odiado por los porteños. Pero confía en sus creencias –aunque se siente dueño de una verdad no compartida-, en su rey, Felipe III, y en la ley. Ayudado por los “beneméritos” Domingo Griveo y Cristobal Remón, que habían sido el primero regidor y el segundo escribano del Cabildo hasta que los destituyeron los contrabandistas9, impulsa un proceso ejemplar contra los “confederados”.
Enero de 1616. Llega a Trinidad una copia de la segunda parte del Quijote. El gobernador la lee, y aunque está mejor escrita que la primera parte, no le provoca la alegría, el descubrimiento y la euforia de la lectura anterior. El personaje ya no mueve a risa, se le parece más a él mismo con la tristeza y el dolor entreverados en la quimera. Esa quimera que le hace salir a los caminos, como él salió de Cayastá, Santa Fe, donde está su casa acomodada. ¡E todo por deshacer entuertos y perseguir el bien!, piensa. Y recuerda cuando leyó El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha hace diez años en esa misma sala, sobre esa misma mesa. Cuando también era gobernador, y se reía de su propia quimera de hallar El Dorado o la Ciudad de los Césares. Había vislumbrado entonces otra riqueza más cercana y posible que no era la del oro y la plata sino la del trabajo y la tierra10. Y se lo había dicho a ese escriba. Ahora se pone tenso. ¡Para qué se lo habrá dicho! El escriba estaba sentado a su lado ordenando las cifras de un censo y él lo interrumpió. Se lo había dicho en confidencia, de puro regocijo, e para que fijara las ideas en el papel antes de que se escaparan con el entusiasmo. Recuerda con toda claridad la cara de ese escriba, ¡nunca la olvidará!, apenas de treinta años y ya tenía la mirada vacía. Ese joven, tan diligente y silencioso como un monje, había pasado por Salamanca y llegado de Sevilla con las mejores referencias pero los bolsillos secos, había participado en la expedición a los Césares con el grado de alferez, luego fue capitán de escritorio y chupacirios. Cobarde para la pala y la espada pero hábil para los números, lo hice administrador. E fue honrado hasta que hube salir de Trinidad para fundar San Ignacio en la Guayrá11 y llegar a la Banda de los Charrúas12 para frenar las avanzadas portuguesas. Entonces me traicionó abriendo el Puerto al contrabando, ¡qué se le sequen los huevos!, y después fue mercader, rufián, y asesino. Ese escriba de mierda, cobarde y chupacirios: Juan Vergara.
El proceso contra Juan Vergara y los “confederados” crece en los papeles pero no avanza. Los testigos no hablan o se desdicen. Las pruebas desaparecen. El abogado de la defensa, Sánchez de Ojeda, enreda el expediente con diligencias absurdas. Los acusados están prófugos. Sin embargo Hernandarias no abandona la causa. Escribe al rey, mueve influencias. Y obtiene de la Audiencia de Charcas el nombramiento de juez pesquisidor con la facultad de aplicar tormento. No duda en aplicarlo. En pocas semanas logra determinar los orígenes de la banda El Cuadrilátero y del contrabando a gran escala en el soborno mediatizado por Diego de Vega y ofrecido por el aguacil de mar Antonio de Sosa a Juan Vergara el 28 de diciembre de 1608.13 Muestra el mecanismo de las “arribadas forzosas”. Retoma la investigación del visitador Enrique de Jerez, y prueba, con todos sus pormenores, el envenenamiento del gobernador Marín Negrón ordenado por Vergara y la complicidad del sucesor de Negrón, Mateo Leal de Ayala. Enseña la trama del fraude electoral montada por los “confederados” para apoderarse del Cabildo en enero de 1614.14 Prueba la corrupción en las subastas de esclavos, las relaciones de cohecho entre los contrabandistas y los oficiales reales, los ingresos de cada uno, y hasta que su aguacil Domingo de Guadarrama fue matado a traición por orden de Simón Valdez.
(Continuará…)
BIBLIOGRAFÍA
Historia Argentina Tomo 1, José María Rosa. Ed. Oriente, 1981.
El Primitivo Buenos Aires, Héctor Adolfo Cordero. Ed. Plus Ultra, 1986.
La Pequeña Aldea, Rodolfo González Lebrero. Ed. Biblos, 2002.
Hernandarias de Saavedra, Col. Felix Luna. Ed. Planeta, 2000.
Los Mitos de la Historia Argentina, Felipe Pigna. Ed. Norma, 2004.
1 Para más características de este establecimiento ver Parte VI.
2 Impuesto concertado con el fisco.
3 La palabra viene de contra el bando real, o sea, de actuar en oposición a lo dispuesto por el rey.
4 Los vientos del oeste empujaban las precarias embarcaciones a vela hacia alta mar impidiendo los arribos.
5 Estimaciones y datos de los historiadores Zacarías Moutoukias y González Lebrero desarrollados en Parte IX.
6 El total de los ingresos de “beneméritos” y “confederados” ha sido calculado en Parte IX.
7 Simón Valdez prestaba el dinero de la Real Hacienda a los traficantes de esclavos con intereses del 15 % para su propio beneficio.
8 La historia de este solar desde 1580 hasta nuestros días está en el Zoom Histórico del Restaurante Arturito.
11 Paraguay.
12 Uruguay.