La Otra Historia de Buenos Aires

Parte XIV

por Gabriel Luna

Año 1621. Trinidad es un centenar de construcciones bajas -la mayoría de adobe y caña- dispersas sobre una meseta entre pastizales, tunas y zanjones, donde hoy están los barrios de Monserrat y San Nicolás. Al pie de la meseta, en un lugar impreciso de la actual avenida Alem entre el Correo Central y la Casa Rosada, se ve un puerto.[1] No hay muelle sino playa de barro y toscas. Una aduana precaria hace a la vez de almacén y taller de los calafates. En la playa hay redes tendidas, una balsa y tres carretas altas y descubiertas que sirven tanto para pescar como para transportar viajeros y mercancías de los barcos. El río tiene honduras diversas -son los bancos y pozos- y es en general poco profundo.[2] Para aproximarse a tierra sin encallar, los barcos deben navegar bordeando un banco de arena casi paralelo a la costa, que empieza a la altura del actual barrio Retiro y llega hasta la desembocadura del Riachuelo, y fondear frente a la aldea en los pozos[3 ]. El pozo principal está frente al convento de la Merced, a la altura de la actual calle Perón. Se carga o descarga con redes, balsas, hombres en el agua o a caballo, y carretas semihundidas tiradas por bueyes que van desde los barcos hasta la aduana. Así llegan las maderas de la Guayra (Paraguay) y los muebles taraceados de Bohemia, el azúcar de Brasil y los cristales y espejos de Venecia, las telas rústicas y los rasos labrados de Holanda, las herramientas y las armas de Milán, los esclavos y los mercaderes, los tahúres, las pestes, los médicos y los curas, los visitadores, oidores, gobernadores; las órdenes, resoluciones y leyes del rey. Y parten a su vez pedidos, ruegos, informes y sueños, sumarios e intrigas, comisionados y veedores, piratas y hombres vencidos, ganado en pie, cueros y lanas, harinas, cecina, sebo, y –el producto más codiciado- la plata de Potosí. Todas las maravillas, las órdenes y los espantos de la aldea Trinidad fluyen desde este lugar. Todo llega y todo parte de él. Tal es el puerto llamado del Buen Ayre o de Buenos Ayres que modelará desde el río la aldea de la meseta, hasta el punto de darle con el tiempo su propio nombre.[4]

El 23 de abril de 1621 llega al puerto de Buenos Ayres una nave de 70 toneladas que fondea en el pozo de la Merced. Desembarca el comisionado Manuel de Frías, parte de la tripulación, y un conjunto de 62 esclavos negros y negras, herramientas varias, ropa, y otras mercancías. Una vez alivianado y con menor calado, el barco es llevado a resguardo de vientos, mareas, y ataques corsarios, al Riachuelo de los Navíos[5] cuya entrada está media milla hacia el sur, cerca de la actual esquina de Paseo Colón y Humberto I.

Frías, según la comisión que llevara del Cabildo para beneficiar a la república y los informes hechos por el visitador Delgado Flores[6], trae la resolución del rey de aprovisionar esta región con dos navíos anuales “de permiso” –el primero recién llegado- cargados de esclavos, ropa y mercaderías varias solicitadas por los vecinos, a cambio de cueros, sebo y harinas, los frutos de la tierra.

La aldea festeja el envío y la resolución. Trinidad acababa de atravesar un verano de sequía y epidemia. La seca provocaba una migración del ganado a la zona del Salado en busca de pastos y aguadas; y, por el lado agrícola, un acopio de granos de los grandes productores, molineros y mercaderes con cierto capital y capacidad de almacenamiento. Las consecuencias de esto eran la escasez y el alza de los precios. Pero además, la epidemia de viruela había causado gran mortandad de indios y esclavos, que eran los más desprotegidos, los que no podían huir, y los que hacían el trabajo duro. Otro efecto de la peste fue el aislamiento y la retracción del comercio. Las aldeas vecinas, enteradas de la epidemia por los que escapaban de ella, interrumpieron los contactos por mar y tierra.[7] De hecho, el barco de Frías fue el primero en arribar tras la cuarentena y lo hacía con una carga preciada: mano de obra africana y artículos europeos. Era ocasión de festejo. Sin embargo, la resolución del rey tiene una cláusula (inspirada probablemente en los informes de Delgado Flores)  que prohíbe la comercialización de los envíos fuera de la región, y, a tal fin, dispone la instalación de una aduana en Córdoba. Esta aduana no sólo restringiría los envíos al consumo interno de los vecinos de Trinidad y aledaños, también impediría el contrabando “confederado” de esclavos negros a Potosí.

La reacción de los “confederados” es inmediata. El Cabildo, controlado por Juan Vergara desde que éste comprara a perpetuidad los seis cargos de regidores y los repartiera entre sus parientes, acusa al comisionado Manuel Frías por las cosas que ha pedido contra sus instrucciones de buscar beneficios para la república. La acusación es curiosa, ¡a menos que se considere mantener el contrabando como un beneficio para la república! En realidad el contrabando era un excelente negociado para muy pocos y la causa de una pobreza sin salida para la mayoría de la población.[8] No admitían este punto de vista los “confederados”, que se consideraban a sí mismos hábiles y poderosos caballeros sostenes de la aldea, ni el gobernador Góngora que había llegado al Río de la Plata trayendo su propio contrabando en cuatro navíos. La posición de Frías es delicada. Y se hace más delicada todavía cuando la Audiencia de Charcas lo nombra juez pesquisidor con facultad de aplicar tormentos para continuar la investigación de Delgado Flores.

Manuel de Frías podría denominarse “benemérito”. Yerno de Gonzalo Martel, que fuera el primer alcalde de Trinidad nombrado por Juan de Garay, Frías había sido mayordomo del Hospital San Martín, también alcalde y teniente de gobernador durante la segunda y tercera administración de Hernandarias. Ahora residía en la misma manzana de los Garay, en el solar de Martel ubicado en la actual esquina de Mitre y Reconquista. Su casa estaba a continuación de la de Juan de Garay (h), donde hasta hace pocos días había trabajado Delgado Flores; y la casa siguiente, la del fundador Juan de Garay, había sido habitada por Hernandarias, yerno del fundador e iniciador del enorme proceso contra los “confederados” seguido por Flores. Esa continuidad geográfica, familiar, y de causas perdidas, molestaba a Manuel de Frías. Hernandarias había sufrido la cárcel y ahora estaba desanimado y reducido a la pobreza en Santa Fe, su secretario, el escribano Cristóbal Remón, había muerto en el cepo de un buque negrero; el pesquisidor Jerez y el fiscal Ocampo Saavedra estaban presos; y el visitador Delgado Flores, que había trabajado dos años en la causa, iba a ser desterrado a África. No, gracias, dice Frías y rechaza el cargo de juez pesquisidor. Prefiere viajar con su familia a Asunción y asumir la gobernación de la Guayra (Paraguay) que había declinado Hernandarias. Pero antes, hace un examen de conciencia y escribe una esclarecedora carta al rey; no necesita investigar ni aplicar tormentos para saber con certeza lo que ocurre en la aldea y en el puerto de Buenos Ayres.

(…) Hay en este puerto dos personas, que a mi entender y al de aquellos que sirven a Dios y a Vuestra Majestad, y celan la quietud y bien de esta república, convendría echar de esta tierra y que saliesen con todas sus cosas y haciendas. El uno es Juan de Vergara, natural de Sevilla, escribano Real, gran papelista, y regidor perpetuo de primer voto en el Cabildo. El otro es Diego de Vega, mercader portugués de grueso caudal con cuya sobrina está casado el dicho Juan de Vergara. (…) Estos dos hombres tienen tiranizada la libertad desta república de forma tal que contra sus dictámenes y voluntades nadie se mueve ni osa hablar. Y todos deben darles gusto; porque los que no se los dan, no tienen en esta ciudad cosa segura ni quietud, que a todos por vías de cabildos, alcaldes, justicias, o por otros modos, les hacen mil vejaciones. (…) Los dos consiguen sus intereses y ganancias aún contra el bien común de la república; como se ha visto recientemente en la objeción hecha por el Cabildo manejado por ellos, para que no se use de la permisión que Vuestra Majestad concedió al disponer que dos navíos por año llegarán a este puerto con esclavos y mercancías e volvieran cargados con los frutos de la tierra. Y todo para no perjudicar los negocios e contratos destos dos, que los tienen numerosos, con navíos de Brasil e Portugal que llegan a esta tierra sin licencia y salen cargados de plata haciendo así muy gran daño a la Real hacienda. (…) Por estos males y otros muchos provocados por los dichos Juan de Vergara y Diego de Vega, y a fin de poner remedio y de que tengan verdadera y eficaz ejecución los mandatos y órdenes de Vuestra Majestad, es menester sacar las dos raíces de cuajo desta tierra que todo lo contrastan y estorban. (…)

Los “confederados” intentan evitar la instalación de la aduana “seca” en Córdoba. La estrategia consiste en convencer a la Corona de la extrema pobreza que vive la aldea y, acto seguido, sugerir la solución del libre comercio para desarrollar el bien común y la prosperidad (¡parece un argumento contemporáneo!)[9]. Un argumento falaz, porque son precisamente las prácticas “confederadas” del libre comercio las causas de esa pobreza. De acuerdo con la estrategia, el Cabildo (controlado por los “confederados”) decide enviar un comisionado a España para hacer el parlamento y revocar la resolución del rey. El elegido es Diego de Vega, banquero riquísimo y principal interesado en el “libre comercio de esclavos”. Y como la pobreza debe abarcar a todos, se simula que Vega viaja a expensas del Cabildo que empeña sus mazas de plata para sufragarlo. La comedia se completa con una carta del obispo Carranza, pariente de Vergara, donde se detalla el mísero estado de la Iglesia Mayor, ubicada donde hoy se encuentra la Catedral de Buenos Aires.

(…) Está tan indecente que en España hay lugares en los campos de pastores más cómodos y limpios; tiene una sacristía angosta y vieja de cañas y el Santísimo Sacramento está en una caja de madera tosca y mal parada. (…) La iglesia se llueve toda y no hay tablas sino cañas en el techo con cantidad de nidos de murciélagos y mucho polvo; el retablo es viejo, de lienzo, sin coro, y sin cosa alguna que huela a devoción ni decencia. (…)

20 de mayo de 1621. La nave que ha traído Manuel de Frías está por volver a España y espera su carga en el pozo de la Merced. Pero no hay granos ni harinas ni cueros, todo lo que había en la aldea lo acopiaron Juan Vergara y Diego de Vega para especular con el alza de los precios. Pasado el mediodía y sin señales de los frutos de la tierra, la marinería y los troperos cargan el barco con piedras porque a falta de otra cosa debe partir en lastre para no escorar. La operación demora porque tampoco hay mucha piedra en el lugar, si hubiera las casas no serían de barro y no las devastarían las hormigas. Por fin, se logra un buen calado y embarca Diego de Vega, el banquero devenido en abogado de los pobres, con su familia, su querida y cinco esclavos; y embarcan ocho baúles, dos de ellos con plata, y una cama inverosímil con dosel que asusta a los bueyes de las carretas, luego traen las provisiones de cecina, toneles y animales vivos; y embarcan el sumario de Trejo con la sentencia contra Delgado Flores por detractar a los jesuitas, y la carta del obispo Carranza, un informe del gobernador Góngora, y también la carta justiciera de Frías al rey, en cofre y rollo lacrado con el sello del gobernador de la Guayra.

La tarde cae en el puerto recortada por la sombra de la meseta sobre la playa y el río. Entre carretas y gaviotas, la nave parte impulsada por un viento, llevando piedras, intrigas y sueños.

BIBLIOGRAFÍA

Carta de Manuel de Frías al rey, enviada el 20/5/1621, Benson Latin American Collection.

Historia Argentina Tomo 1, José María Rosa. Ed. Oriente, 1981.

El Primitivo Buenos Aires, Héctor Adolfo Cordero. Ed. Plus Ultra, 1986.

La Pequeña Aldea, Rodolfo González Lebrero. Ed. Biblos, 2002.

Hernandarias de Saavedra, Col. Felix Luna. Ed. Planeta, 2000.


[1] El espacio ocupado hoy por el barrio Puerto Madero era agua, parte del Río de la Plata.

[2] Tres metros de promedio.

[3] Los pozos eran lugares de mayor profundidad que permitían anclar los buques sin el riesgo de quedar en seco al bajar la marea.

[4] A la aldea y a la región.

[5] La profundidad del Riachuelo sólo permitía barcos de poco calado.

[6] Ver Parte XIII.

[7] Sobre la peste en Trinidad ver  Parte XIII.

[8] Sobre cifras del contrabando y la distribución de la riqueza en la aldea ver Partes IX ; X y XI.

[9] El desarrollo económico regional se había subordinado al transporte de esclavos y plata de Potosí.