La Otra Historia de Buenos Aires

Parte XIX

por Gabriel Luna

Año 1630. Aldea Trinidad y puerto del Buen Ayre. Juan Vergara, el mayor contrabandista del Río de la Plata, fue juzgado y está preso en Charcas. También fueron juzgados por el Tribunal de Charcas el obispo Carranza y los provinciales jesuita, dominico y mercedario. Y han vuelto a Trinidad con severas multas y amonestaciones por proteger a Vergara, sacarle de la cárcel del Cabildo, darle asilo en sagrado, y por destituir además al gobernador Céspedes –que había encarcelado a Vergara-, usando la excomunión y creando animosidades entre los vecinos desde el púlpito. Hace más de un año desde que Hernandarias llegara a la aldea para componer las cosas, y acordara con los vecinos desarrollar una industria regional, combatir el contrabando, y restituir a Céspedes. Hace más un año desde que Vergara, cabeza de los “confederados” y articulador esencial del contrabando, saliera de la aldea encadenado -agredido e insultado por los porteños- rumbo a Charcas para ser juzgado; y más de un año desde que Céspedes formara gobierno con los “beneméritos”. Después todo esto, era de esperar el disloque de la organización “confederada” y el crecimiento incipiente de algunas industrias “beneméritas”. No ocurre eso.

La organización mafiosa, armada a lo largo de más de veinte años por relaciones económicas y sólidos vínculos de parentesco, había formado un molde: era una matriz. Ausente Vergara, quedaba un lugar en el molde para su sucesor. Las circunstancias lo reclamaban. Y dada la omnipresencia, los lazos comerciales, y el poderío de Vergara en la organización y en la aldea, los sucesores resultaron tres: el primero fue Bernabé González Filiano, amigo personal y ahijado de Vergara, y yerno y mano derecha del violento traficante Simón Valdez que sintiéndose perseguido por la justicia huye y desaparece misteriosamente con un tesoro fantástico en la cordillera cuyana en 1619.[1] La especialidad de Bernabé González era el transporte marítimo de esclavos negros, los traía de Brasil y de Angola y los desembarcaba en el puerto del Buen Ayre, con la táctica de las “arribadas forzosas”, o en puertos clandestinos cuando las condiciones políticas eran adversas. El segundo sucesor fue Sebastián Orduña, dedicado a la política, había participado junto a Vergara en el fraude electoral de 1614,[2] fue alcalde a la par de traficante, procurador de la ciudad, enemigo acérrimo de Hernandarias,[3] teniente de gobernador en Santa Fe y luego en Buenos Aires. Sebastián Orduña y González Filiano tenían cómodas casas de ladrillo en la aldea y estancias lindantes sobre el río Luján y el delta del Paraná que servían a veces de puertos clandestinos. El tercer sucesor fue Juan Tapia de Vargas, el hombre más rico del Río de la Plata después de Vergara. Tapia, natural de Granada, tenía familia radicada en Potosí y sirvió en esa villa como capitán de infantería y maestre de campo, fue custodio de los caudales de la Real Hacienda despachados al Viejo Mundo desde Arica, luego se avecinó en Buenos Aires donde hizo carrera militar y también política, fue capitán de lanceros para la guardia y defensa de la aldea, alférez real, alcalde, alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición –donde Vergara era tesorero-, y teniente de gobernador cuando Céspedes fue sustituido. Juan Tapia era el principal contacto de la organización “confederada” en Potosí, la meta del contrabando esclavo; y fue en las transacciones y subastas negreras, y no en los cargos públicos, donde Tapia amasó fortuna: tenía cincuenta y dos esclavos, nueve mil cabezas de ganado, una docena de estancias y varias chacras distribuidas en Cañada Honda, Arrecifes y en la zona del Riachuelo, once casas y solares en Trinidad. Las casas de su morada junto a la Plaza Mayor, en la calle principal –que es la actual calle Defensa- y en la de San Francisco –actual Alsina-, llamada así porque pasaba frente a ese convento, eran de ladrillo y teja, tenían cinco o más habitaciones, patio, puertas de madera dura, y estaban amobladas con escritorios, bufetes, camas con dosel, estrados, alfombras de Oriente, cortinas de tafetán de Granada, sillas taraceadas, cojines de brocato y terciopelo, cristalería veneciana, y hasta una biblioteca con obras de Luis Cabello y de Lope. Había también gran cantidad de objetos religiosos: rosarios, cruces y relicarios, cuadros de vírgenes y santos, figuras, pilas de agua bendita, un retablo de San Antonio y otro de la Anunciación, reclinatorios de caoba, un sagrario entre candelabros de plata.

No era casual o producto de la devoción tal cantidad de objetos. Los contrabandistas ayudaban a montar las escenas que necesitaba el clero para seducir y sojuzgar sin armas a los mestizos, a los indígenas, y a los africanos desventurados traídos a estas tierras. Dada la gran desproporción numérica, era más eficaz y seguro someter con salmos, ritos, incienso, cuentos, milagros y objetos maravillosos que someter por la fuerza y perder vidas. Era también mucho más redituable. El trabajo rural, el doméstico, y el minero –como el cavado y la extracción de la plata en las minas de Potosí-, lo hacían los indígenas y los esclavos negros, sobre todo los esclavos desde que fuera abolido el régimen de encomiendas.[4] Los hijosdalgo y el clero no trabajaban. Vivían de la apropiación del trabajo ajeno. De modo que el sometimiento se hacía excepcionalmente por las armas y usualmente por la vía religiosa, y eran los mercaderes de esclavos, los terratenientes y los banqueros quienes –al margen de las asignaciones reales- sostenían al clero, construían iglesias y conventos, y proveían de lugares y objetos para las escenografías de catequización. En el Río de la Plata, la matriz mafiosa “confederada”, mercader, banquera y terrateniente, proveía gracias al trabajo esclavo de indígenas y africanos. Y las órdenes religiosas aseguraban el sometimiento con la “palabra” y las “manifestaciones” del cielo. Es notable observar cómo la religión cristiana, nacida como instrumento de liberación en una lejana provincia del imperio romano, se transforma siglos después en instrumento de varios reinos opresores y, más tarde, en la esencia ideológica del imperio español tan opresor y sanguinario como el romano. Pero volvamos a nuestra aldea y veamos cómo funcionaban en 1630 las escenografías urdidas entre frailes y contrabandistas.

Sebastián Orduña, el enemigo acérrimo de Hernandarias, tenía una estancia en el pago de Luján con cinco mil vacunos, seiscientas ovejas y cien caballos. La estancia tenía atahona,[5] viviendas para patrones y esclavos, una isleta con perchel[6] sobre el río de las Palmas, casa de indios. Y una ermita con altar y dosel, un retablo de la Virgen y otro de San Juan, donde se decía misa para los esclavos indígenas y africanos, se expresaban deseos, limaban asperezas, y se acababan imponiendo los intereses del amo por las mediaciones celestes de los frailes. Orduña –tal vez compensando estos servicios- donó la imagen de la Virgen de Copacabana, que se estimaba muy milagrosa, y le construyó capilla en nuestra aldea junto al convento de los dominicos, asignándole además dos mil pesos para su capellanía.[7] Las imágenes religiosas atraían a la gente (eran como la televisión actual), se ponía una esperanza en ellas; eran parte de la representación de un mundo de dicha eterna, y se esperaba de esas imágenes maravillas, prodigios o revelaciones, consuelos y perspectivas de alcanzar alguna vez esa dicha eterna (en la televisión la dicha es efímera y virtual, se alcanza por intermediación del ídolo de fútbol o del cantante, de personajes famosos, de situaciones ficticias, etc.). Las imágenes de vírgenes fueron particularmente celebradas -tal vez asociadas por africanos e indígenas con los cultos a la Diosa-Tierra-. Se usaban entre otras cosas para congregar y poblar sitios inhóspitos, si la Virgen se había aparecido en determinado paraje era porque quería capilla. Y tras la capilla los fieles construían de buena gana sus chozas, estableciéndose en el lugar para rendirle culto… y para cultivar y cuidar las tierras y el ganado del terrateniente. Tal fue lo ocurrido en los campos de Bernabé González Filiano, el caso tuvo fuerte repercusión y derivaciones que llegaron hasta nuestros días.

González Filiano había heredado una fortuna de su suegro, el violento traficante Simón Valdez, administrador de la Real Hacienda y fundador con Vergara de la banda “confederada”. El dinero, quizá parte del tesoro fantástico de Valdez, era mal habido: fruto del contrabando de esclavos y fraudes al fisco. Por tanto, Filiano invertía con cierta cautela. Compró a doce leguas de Trinidad siete estancias sobre el río Luján –una lindante con la de Sebastián Orduña-, aptas para la siembra, el ganado, la pesca, los puertos clandestinos, el refugio y la manutención de esclavos. Tardó cinco años en comprarlas, y para darles rinde trajo de Brasil veintitrés esclavos negros de contrabando y una pequeña imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción.[8] La imagen, ya venerada por los africanos durante el viaje de Brasil, tuvo gran suceso en las tierras de González Filiano. Se le atribuyeron allí toda clase de prodigios: sanar, detener carretas, aparecer, desaparecer… Las órdenes religiosas de la aldea hacían procesiones a la ermita de la Virgen, recuperando el prestigio perdido tras la intervención de Hernandarias y las sanciones del tribunal de Charcas. También se edificaba, pastoreaba y labraba en los campos de González Filiano; pero tanta popularidad le fue adversa, porque descubiertos los puertos clandestinos y el origen de su fortuna fue condenado a destierro perpetuo y a una cuantiosa multa. Salvó del destierro por “mediación” de la Virgen, o tal vez de los franciscanos a quienes donó varios solares y una imagen réplica de la Concepción. Filiano vivió en la actual manzana de Florida-Perón-Maipú-Sarmiento donde también tenía casa el “benemérito” Felipe Navarro. La imagen de los prodigios, tuvo un esclavo devoto dedicado exclusivamente a ella: el negrito Manuel, capturado en Angola y traído al Río de la Plata de contrabando desde Brasil en el mismo viaje de la Virgen. Muerto González Filiano en 1645, fue enterrado en la iglesia de San Francisco, vestido con el hábito de la orden, en la peana del altar a Nuestra Señora de la Limpia Concepción, la réplica que él mismo donara. En cuanto a la imagen original de los prodigios, el hijo de Filiano, que era cura, cansado de tanta procesión y de que los peregrinos se cebaran en su ganado, la vendió por doscientos pesos con el negro Manuel incluido a Ana de Matos. La Matos tenía una estancia lindera, también sobre el río Luján, y dio cuenta de las famosas apariciones y desapariciones de la Virgen que se resistía al traslado y volvía a los campos de Filiano. Fueron necesarias varias procesiones de descalzos y misas solemnes celebradas por el obispo para establecer a la imagen en el nuevo sitio. Ana de Matos donó un terreno para construirle una iglesia y alrededor se levantó una villa que produjo un próspero negocio inmobiliario. La Virgen de la Inmaculada Concepción también llamada La Estanciera o La Patroncita Morena seguía produciendo curaciones asistida por el negro Manuel que al modo de los hechiceros tribales hacía brebajes con la cera de las velas y los abrojos prendidos en los vestidos de la imagen.[9] Hoy se la conoce como la Virgen de Luján, y patrona del pueblo argentino, su iglesia se ha transformado en una imponente basílica, la villa es la ciudad de Luján. Los “confederados” mutaron en clase política y corporaciones. Y las procesiones por un mundo dichoso continúan.

Año 1631. Trinidad. Tras dos años de clausura, una tibia mañana de enero se abren las puertas de la casa más lujosa de la aldea, con frente a la Plaza Mayor y sobre la calle del Cabildo –actual Hipólito Irigoyen-. Dirigidos por un mayordomo, entran en la estancia catorce esclavas y esclavos negros. El gran salón parece envuelto en una niebla. Sacuden con plumeros de avestruz el polvo y los telares de araña, y aparecen los paneles rosados de Flandes, los tapices de la India, los tafetanes rojos de Milán. Llevan entre varios una enorme alfombra oriental de color azul para vapulearla en el patio con paletas de mimbre. Fregan los pisos, lustran un estrado de jacarandá, limpian los sillones tapizados de damasco rojo con cojines de terciopelo carmesí y borlas de oro. Y avanzan hacia el comedor y los dormitorios, lustrando arcones, mesas y sillas, puliendo una vajilla de plata sólida con su juego de candelabros, agitando las sábanas de Holanda, las frazadas de Castilla, guardando los sobrecamas de vicuña peruana. Y llegan a una capilla con altar de mármol, retablos de vírgenes y santos, pila bautismal, reclinatorios de caoba y terciopelo genovés; a una sala con escritorio taraceado en nácar y biblioteca; a un segundo patio para baldear; a una cocina amplia con varios hornos y cacharros; a las habitaciones de servicio, que están antes de las cocheras, las caballerizas y el corral.

A media tarde, los esclavos habían devuelto el color a las cosas. En el gran salón, Bernabé González Filiano, Juan Tapia de Vargas, Sebastián Orduña, y una comitiva de capitulares, esperan. Vuelve a la aldea el señor de la casa: Juan Vergara, escapado de la cárcel de Charcas por coimas y amparado en una amnistía general de delitos con motivo del nacimiento del príncipe Baltasar.[10]

(Continuará…)

BIBLIOGRAFÍA

Diccionario Biográfico de Buenos Aires 1580-1720, Raúl A. Molina.

Ed. Academia Nacional de Historia, 2000.

Historia Argentina Tomo 1, José María Rosa. Ed. Oriente, 1981.

Historia de Nuestra Señora de Luján, José María Salvaire.

Hernandarias de Saavedra,  col. Félix Luna. Ed. Planeta, 2000.

Contrabando y Sociedad en el Río de la Plata Colonial, Marcela Perusset. Ed. Dunken, 2006.


[1] Ver Parte XII.

[2]Ver  Parte VIII.

[3] Le embargó y subastó los bienes durante el gobierno de Góngora.

[4]Ver Parte XVIII.

[5] Molino de cereales.

[6] Aparejo de pesca.

[7] Oficio del sacerdote que celebra misa en un oratorio privado y procura su mantenimiento.

[8] Era una figura de 38 cm. de altura, hecha con terracota. Tenía el rostro moreno y vestidos de tela.

[9] Nótese el paralelo simbólico entre la Virgen Estanciera servida por un esclavo y los estancieros locales también servidos por esclavos.

[10] Hijo de Felipe IV.