La Otra Historia de Buenos Aires

Parte II

Por Gabriel Luna

12 de junio de 1580. Noche sin luna. Meseta desolada frente al Río de la Plata, futura ciudad de Buenos Aires. Desde algún lugar del actual barrio de San Nicolás surge un resplandor. Es como una pequeña mancha de luz latiendo en la inmensidad, como una exhalación o un aliento en el frío de la intemperie. Parece inconcebible el asentamiento de Juan de Garay. Apenas respira. Y sin embargo está ahí: un conjunto de tiendas temblando en el viento entre fogatas, una choza con una cruz, otra choza en construcción, y un perímetro de antorchas vigilado por cuatro soldados. Nada más. Lo demás es inmensidad, tierra inacabable multiplicándose en paisajes idénticos: tierra oceánica. El resplandor guía a los hombres que llegan arriando ganado para sostener el asentamiento. Los soldados del perímetro dan voces. Hay un repique de campana. Movimiento entre las tiendas, gritos de júbilo. Y se multiplican las antorchas, se distribuyen en el campo agitadas por los brazos, danzan en la noche. Mugidos, ruido de cascos, gritos de los arrieros, animales desbocados, se forma un corral de antorchas más allá de las tiendas y las chozas. Hay nombres propios sosteniendo el fuego: Pedro Morán, Juan Martín, Ana Díaz, Ambrosio Acosta, Miguel Gómez, Sebastián Hernández, Olavarrieta… El asentamiento se expande, respira con fuerza. Nace la aldea de la Santísima Trinidad, llamada después Santa María de los Buenos Ayres.

Tras dos intentos frustrados: el de Solís en 1516 y el de Mendoza en 15361, llega Garay a estos lugares en 1580. Juan Díaz de Solís era un cartógrafo que buscaba un paso hacia las Indias -la tierra de las especias, tan caras al europeo como las piedras preciosas-. La expedición de Solís fue comida por los indios charrúas, probablemente sin sazonar. Se salvo sólo uno que contó la historia y se ayuntó refocilándose con los charrúas durante diez años. El segundo intento, la expedición de Mendoza -que venía a guerrear por la plata y el oro- fue sitiada por los querandíes y vencida por el hambre. Parte de la soldadesca acabó comiéndose entre sí. Considerando esta particular inclinación al canibalismo asociada con el lugar, Garay llega desde Asunción navegando por el Paraná y arreando suficiente ganado por la costa. Trae también, y por la misma razón, guaraníes y mestizos para el trabajo, mujeres y hombres criollos, y pocos españoles para la holganza2.

El objetivo de Garay es poblar y sostener una ciudad a través del trabajo de sus habitantes. Mendoza no reparó en estas sutilezas, llegó para guerrear y extraer riquezas con la bendición de dios y el apoyo de las bancas europeas. La alimentación de la tropa, según la lógica de la guerra, corre por cuenta del vencido o del aliado. Pero no hubo guerra sino una invasión -la guerra ocurre entre estados, bandos, o pueblos similares-. Y tampoco hubo indios vencidos ni aliados; de modo que Mendoza no pudo alimentar a su gente. Volvió a España, enfermo, sin oro ni plata, con la tropa diezmada y una corte de frailes, mujeres plañideras, y veedores de banqueros acosándolo por los gastos de la empresa. Murió en la travesía.

Cabe preguntarse ¿por qué, a cuarenta años del fracaso enorme de Mendoza, Garay recibe la orden de poblar el lugar? ¿Por qué fundar una ciudad en tierras sin oro ni plata, habitadas por indios insumisos y por el fantasma del hambre?

Pocos años después de que Irala quemara el fuerte de Mendoza y mandara la soldadesca a Asunción, hubo un descubrimiento extraordinario. La leyenda del “cerro que mana plata” se convirtió en realidad. No había plata en Buenos Aires pero sí en Potosí. En 1546, los españoles encontraron el “cerro que mana plata” en la actual Bolivia, y a sus pies se fundó Potosí, voz quechua usada para designar el cerro, significa: que truena, revienta, hace explosión. Y fue lo que hizo: una explosión, pero demográfica. De páramo andino pasó a ciudad opulenta. Fluyó la riqueza, Carlos V declaró a la ciudad Villa Imperial y le otorgó un escudo con una inscripción laudatoria. En 1573 tenía Potosí más habitantes que Madrid, Sevilla, Roma o París, y la misma población que Londres: 120.000 almas.

La plata levantó templos y palacios, monasterios y prostíbulos, teatros y garitos, dio motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura. Dicen que en Potosí las herraduras de los caballos eran de plata, de plata los altares de las iglesias, y las alas de los querubines. Consta en crónicas de la época que en un Corpus Christi se desempedraron las calles y fueron totalmente cubiertas por lingotes de plata para el paso de las procesiones.

La espada y la cruz marcharon juntas -como en procesión- durante la conquista, juntas hicieron el despojo, juntas sometieron y explotaron a los indígenas en las minas hasta aniquilarlos. La España de entonces vivía en un medioevo tardío de espaldas al Renacimiento y a la Reforma que estaban generando en el resto de Europa los nacimientos de la burguesía y la industria. La Corona Española conducida por los Habsburgo defendía los intereses de la nobleza y el clero a través de costosas guerras religiosas3, no hubiera podido subsistir de no ser por el flujo del oro y la plata americana. Se establecieron rutas de extracción y abastecimiento que confluían en la Casa de Contratación de Sevilla donde se acopiaba el mineral.

¿Por qué se fundó Buenos Aires, pese al fantasma del hambre y a los indios insumisos? Fue fundada como parte de una ruta secundaria a Potosí; la ruta principal pasaba por Lima. Buenos Aires era el puerto del Atlántico y Lima el del Pacífico. Por Lima pasaban los lingotes de plata de Potosí; por Buenos Aires pasaban los esclavos africanos para trabajar en las minas, una vez agotada la población indígena local.

La estrategia de la Corona era consolidar estas rutas fundando ciudades para asegurar el mantenimiento de los centros de extracción y controlar el flujo de riquezas en las aduanas.

24 de octubre de 1580. Don Juan de Garay diseña Buenos Ayres con forma de damero y al estilo europeo. Hay una Plaza Mayor que funciona como mercado -ubicada en la actual Plaza de Mayo-, y alrededor un Cabildo, un Fuerte, la Aduana, y una Iglesia. Más allá, Garay ubica los solares destinados a los fundadores; y más allá, los suburbios para indios y sirvientes; después el ejido, y los campos para usufructo de los fundadores. La aldea no tiene más de treinta manzanas próximas a la plaza. Por mucho tiempo, sólo ocuparía parte de los actuales barrios de Monserrat y San Nicolás. Quince cuadras de sur a norte, desde la avenida Independencia hasta Viamonte. Y la calle Libertad por límite oeste.

Garay reparte predios entre sesenta y cuatro fundadores. Elige el propio, frente a la Plaza Mayor, entre las actuales Rivadavia y Reconquista en el barrio de San Nicolás, hoy se erige allí el Banco de la Nación Argentina, antes estaba el primer Teatro Colón y un local de la Masonería, antes el teatro Gran Coliseum nunca acabado de construir, y antes de eso el predio permaneció muchísimos años vacío, configurando uno de los célebres baldíos o huecos de la ciudad: el Hueco de las Ánimas, lugar sombrío y barrido por el viento donde se creía que vagaban las almas en pena. ¿Qué había antes allí? Había un patíbulo donde se ejecutaba públicamente a los criminales, a los esclavos y a los indios. Y antes moría Don Juan de Garay, el primer dueño del solar, en una emboscada misteriosa atribuida a los indios; pero antes, en el comienzo de todo, hubo una historia de amor.

Entre los sesenta y cuatro fundadores de Buenos Aires se destaca una mujer, la única del grupo: Ana Díaz. De las muchas mujeres, criollas, españolas, indias, y mestizas que componen la expedición, Don Juan de Garay distingue sólo a una con el título de fundadora. Ana Díaz, criolla nacida en Asunción, probablemente hermana de Pedro Díaz que fue piloto de la carabela San Cristobal, recibe el solar N°87 de 300 varas -aproximadamente un cuarto de manzana- ubicado en la esquina de las actuales Corrientes y Florida en el barrio San Nicolás, hoy es el punto más concurrido de la ciudad. La Díaz, con clara visión de futuro, montará allí una pulpería. Los favores de Garay no terminan en esto. Ana Díaz obtuvo una suerte de chacra -la N°59- en el actual partido de San Isidro, a la que Don Juan hizo llamar en su honor Valle de Santa Ana. Muerto Garay, Ana Díaz, ya mayor de 25 años, se casa con Juan Martín, criollo cuyo solar lindaba con el de ella. Es la primera pareja formada y establecida en el barrio San Nicolás y en la ciudad de Buenos Aires. Hoy hay en el solar que fuera de Ana Díaz una placa dedicada a su memoria que celebra también la bravura y los amores de aquellos días, en ese mismo lugar, y a más de cuatrocientos años de aquella noche remota en la que un corral de antorchas moviéndose en el campo contenía una estampida.


1 Véase Parte I

2 Las metas sociales de los españoles en el siglo XVI eran la nobleza y el clero. La ocupación artesanal o industrial era mal vista y poco practicada.

3 Cabe señalar como ejemplo de gasto, la batalla naval de Lepanto contra el Imperio “infiel” Otomano librada en 1570,  la flota española se componía de 250 naves y una tripulación de más 30.000 hombres.