La Otra Historia de Buenos Aires

Parte XXIII

por Gabriel Luna

Año 1605. En la fallida expedición a la legendaria Ciudad de los Césares, ese sitio de maravillas con torres de oro y plata habitadas por inmortales -que sólo existía en la codicia, las esperanzas y los sueños de nuestros antecesores-, el gobernador Hernandarias descubre el macizo de los Andes. Y entiende, un año más tarde al leer El Quijote, que esa cordillera con resplandores crepusculares y reflejos nevados es precisamente el origen de la leyenda de la Ciudad de los Césares. Porque han sido los deseos, la desesperación y las necesidades, los que han trastrocado cumbres por torres, crepúsculos por oro y nieve por plata; del mismo modo que el desgraciado Quijote trastrocó los molinos por gigantes. Hernandarias ve las montañas, los ríos y las llanuras tal como son. Abandona la persecución de leyendas, y concibe un proyecto para satisfacer las necesidades, las esperanzas y los sueños de nuestros primeros vecinos: tender una red de ciudades entre los Andes y el Atlántico para recoger con el trabajo agrícola ganadero, la industria y el comercio, la riqueza de una tierra tan vasta.
Hernandarias confía en asimilar a criollos, indígenas y españoles en ese proyecto poblacional. Tiene experiencia. Ya había participado en las fundaciones de Buenos Aires, Concepción del Bermejo, y Corrientes, que son aldeas de campesinos y pequeños comerciantes. Y sabe que es necesario lograr un desarrollo económico sustentable en la región (como se diría ahora) porque la Corona abastece sólo con dos navíos anuales a la extensa gobernación del Río de la Plata. Hernandarias impulsa el proyecto a través de Buenos Aires, Santa Fe, Concepción y Corrientes, hace una expedición a la Banda de los Charrúas (Uruguay) en 1608 y escribe al rey Felipe III detallando un plan para poblar esa tierra. No recibe respuesta. La estrategia de Hernandarias encuentra un obstáculo.

La gobernación del Río de la Plata era la parte austral, y menos importante para España, del virreinato del Perú. A la Corona le interesaba, más que poblar y desarrollar economías regionales, el enriquecimiento instantáneo y mágico: la extracción de metales preciosos. Otra leyenda, la del «Cerro que mana plata» se estaba haciendo realidad en la parte norte del virreinato. Este Cerro, un desprendimiento de los Andes en la actual Bolivia, tenía ya decenas de minas, cientos de túneles. Era el complejo minero más productivo del Nuevo Mundo y estaba cambiando la economía española.
A 4000 metros de altura, en un páramo de difícil acceso atravesado por fuertes vientos, con escasez de agua y a bajas temperaturas, se edificaba la Villa Imperial de Potosí. Una ciudad inverosímil proyectada desde la codicia, que se construía a toda prisa mediante el trabajo forzado indígena y el trabajo esclavo africano. El Cerro Rico costeaba las guerras religiosas del imperio español, la vida opulenta y disoluta de la nobleza y el clero, y también a los grandes artistas, artesanos y arquitectos que le dieron al período el nombre de Siglo de Oro (aunque tal vez hubiera sido mejor llamarle Siglo de Plata). Se calcula que durante ese siglo se extrajeron del Cerro 15.000 toneladas de plata pura,1 equivalente al triple de las reservas en moneda de todos los países europeos, suficiente para tender un puente entre Potosí y Madrid. Pero la plata no manaba graciosamente y sin esfuerzo como decía la leyenda. También podría tenderse ese puente con los cuerpos de los indígenas y los africanos que dejaron sus vidas en el trabajo minero y la construcción de la Villa Imperial de Potosí. Ocho millones de personas.

Potosí a principios del siglo XVII era un lugar populoso en medio de la nada. Tenía 160.000 habitantes, más que Roma, Londres, París o Madrid. De ser un páramo, se convertía en pocas décadas en una ciudad de calles medievales adoquinadas, edificios con arcadas, frentes barrocos de granito, balcones labrados en madera, profusión de tejados como en Madrid, plazas, teatros, iglesias imponentes con retablos de plata, palacios venecianos, posadas, garitos, bancos, prostíbulos, cárceles. Todo estaba en continua expansión conforme aumentaba el número de los filones, las perforaciones y los túneles. El Cerro Rico parecía inagotable.3 Sí se agotaba la fuerza de trabajo que cavaba, extraía el metal, que tallaba piedras, maderas, cocía tejas, construía calles y paredes, que impulsaba y sostenía ese crecimiento vertiginoso. Los indígenas y los africanos hicieron esa obra faraónica, trabajaban día y noche con tecnología rudimentaria en condiciones climáticas y sanitarias adversas. Morían de a centenares en túneles y andamios. Muchos se suicidaban. Por cada 6 kilos de plata pura arribada a Sevilla moría un indígena o un africano en Potosí.4 Las tropas españolas hacían batidas de 200 leguas para arrear indígenas hasta el Cerro. Potosí demandaba constantemente fuerza de trabajo. Y en este sentido tuvo gran influencia en la historia de Buenos Aires.

Por eso llegaron a Buenos Aires los contrabandistas de esclavos africanos. Eran mercaderes judíos y portugueses, hijos de quemados por la Inquisición, perseguidos, aventureros, conversos. Ellos abrieron clandestinamente la ruta del Atlántico, para importar mano de obra esclava desde Angola a Potosí pasando por Buenos Aires. Las ganancias, como en casi todos los negocios ilegales, eran fantásticas: un esclavo africano que costaba 150 pesos en Buenos Aires podía venderse a 700 pesos en Potosí. No había industria ni cosecha capaz de ese rinde. El tráfico ilegal de esclavos crecía junto a la corrupción de los funcionarios porteños. Mientras el gobernador Hernandarias comandaba la expedición en la Banda de los Charrúas, un oficial real traicionaba su confianza pactando en secreto con los contrabandistas en Buenos Aires. Se trata de Juan Vergara, un funcionario que (paradójicamente) investigaba el contrabando y será luego teniente de gobernador. En 1609 Vergara fundó con Diego de Vega -un portugués naviero, tratante y banquero-, con Simón Valdez -un corsario de familia noble promovido a tesorero de la Real Hacienda-, y con Mateo Leal de Ayala -descendiente de conquistadores y capitán del rey- una organización ilegal llamada Cuadrilátero, dedicada al tráfico esclavo en gran escala. El modo de operación era el siguiente. Una empresa holandesa cazaba los africanos y los remitía directamente a Buenos Aires o a los navíos de Vega en Brasil. El Cuadrilátero compraba la «carga», se ocupaba de burlar la Aduana. Los esclavos llegaban a Buenos Aires durante el verano, se reponían del viaje atroz, ganaban peso, y al fin del invierno partían en largas caravanas. El Cuadrilátero también se ocupaba del albergue y la manutención durante la «invernada», del traslado en carretas que duraba cerca de un mes, con tropa armada, capataces y ganado en pie, y del remate en Potosí. Pasaban por Buenos Aires 2400 esclavos y esclavas por año, casi el doble de lo que era la población estable de la aldea (1250 habitantes).5
Las ganancias del contrabando son enormes. Sin embargo, esta actividad no beneficia a la mayor parte de la población de Buenos Aires. Hay notables desigualdades económicas entre los contra-bandistas recién llegados y los porteños establecidos.6 Esto provoca resentimientos e intereses adversos que desembocan en la contienda de «beneméritos» y «confederados». Es la primera lucha política de este país, la más olvidada, y tal vez la más significativa por las consecuencias y derivaciones que llegan hasta nuestros días. Los «beneméritos» son criollos, campesinos, colonos, descendientes de los fundadores de esta Ciudad que llaman al río marrón, tan ancho que sus orillas se pierden en el mar: «La Puerta de la Tierra». Los «confederados» son europeos, soldados, mercaderes, funcionarios corruptos, y contrabandistas de esclavos, que habían llegado a la aldea con afán de hacer fortuna y volver a Europa, éstos llaman al río marrón: Río de la Plata. La lucha por el poder político entre los dos sectores será encarnizada y durará más de veinte años.

¿Cuáles eran las ideas esenciales y las formas de organizar el territorio que estaban en juego? El modelo «benemérito» impulsado por Hernandarias consistía en el desarrollo agropecuario, comercial e industrial de la región, en aumentar la población, el número de ciudades y la integración indígena. Era un modelo de inclusión con desarrollo económico de «puertas adentro». Los «confederados» no tenían un modelo propiamente dicho de territorio o república sino intereses particulares. Ellos querían tomar el poder para hacer sus negocios sin interferencias ni retenciones de la Corona. En todo caso, puede decirse que provocaron un modelo de exclusión con desarrollo económico de «puertas afuera»: dependiente de una economía externa al territorio (los esclavos africanos, la plata potosina, el mercado europeo).

En 1610 sucede a Hernandarias el gobernador Diego Marín Negrón. Negrón intenta perseguir al contrabandista Vega por su condición de judío, pero los «confederados» tienen influencia en el Santo Oficio y paralizan la causa. Entonces Negrón implementa un severo control aduanero y desplaza de sus funciones a Simón Valdez, el tesorero de la Real Hacienda en Buenos Aires y miembro del Cuadrilátero. La reacción «confederada» es terrible. El 26 de julio de 1613 el gobernador Diego Marín Negrón muere envenenado por orden de Juan Vergara. Y se nombra gobernador interino a Mateo Leal Ayala, miembro del Cuadrilátero. Obtenida la Gobernación y con el apoyo del clero que se beneficia con las prebendas del contrabando, a los «confederados» sólo les resta controlar el Cabildo para ejercer un poder total en la aldea. La ocasión aparece el 1° de enero de 1614 cuando los miembros del Cabildo debían elegir por votación a sus sucesores. Los «confederados» encarcelan a dos «beneméritos», compran a otros dos, y manipulan la sesión para alcanzar la mayoría. Cometen un fraude electoral, el primero en estas tierras.7 Con el Cabildo, la Gobernación, y la Iglesia a favor, el contrabando crece sin obstáculos. Y con el contrabando crece la exclusión, la pobreza del sector rural. Los «beneméritos» piden justicia al rey, a la Real Audiencia de Charcas, y a Hernandarias que vive en Santa Fe.

Aunque a la Corona no le interesa demasiado el proyecto de Hernandarias ni la penuria de nuestros primeros porteños, sí le interesa vivamente frenar el tráfico ilegal de la plata -correspondiente a la venta de esclavos- que fluye desde Potosí a Buenos Aires reduciendo los ingresos de la Real Hacienda y las ganancias de los mercaderes y los nobles asociados en la ruta del Pacífico. La Real Audiencia de Charcas envía un visitador a Buenos Aires. Asistido por los «beneméritos», el visitador descubre inmediatamente los manejos «confederados» y además, que el gobernador Negrón ha sido asesinado por orden de Juan Vergara. Enterado Vergara -que es alcalde y notario del Santo Oficio- de las diligencias del visitador, le monta una causa por herejía y lo envía preso a Córdoba. Esto provoca la reacción del virrey del Perú, que no se mete en cuestiones religiosas pero interviene Buenos Aires, destituye al gobernador Ayala y envía a Francés Beaumont como sustituto, provisto de fuertes ordenanzas para detener el tráfico. Pero las cifras del contrabando y la codicia son muy grandes. Los «confederados» compran a Beaumont.
Cuando los «beneméritos» son prácticamente reducidos a vecinos de segunda y la lucha política parece llegar a su fin, ocurre algo extraordinario: el rey destituye a Beaumont y nombra gobernador a Hernandarias. El 23 de mayo de 1615 llega Hernandarias a Buenos Aires encabezando una tropa armada. Toma el Fuerte, presenta sus credenciales, e inicia un proceso devastador a los «confederados».