Zoom Histórico: Asador La Estancia

Por Gabriel Luna
 
 

Lavalle 941/45 -entre Carlos Pellegrini y Suipacha-

En el año 1500 era un lugar de pastos altos agitados por el viento sobre una meseta desolada próxima al río más ancho del mundo. El 24 de octubre de 1580 el sitio tuvo su primer dueño: la manzana entre las actuales Carlos Pellegrini, Lavalle, Suipacha, y Tucumán, fue asignada a Juan Rodríguez por el mismísimo Juan de Garay.

En 1600, el lugar permanecía sin cambios. Su dueño había dejado Buenos Ayres para establecerse en Asunción. En 1607 el obispo Martín Ignacio de Loyola reclamó a Hernandarias el solar para huerto de la Compañía de Jesús. En 1620 los jesuitas compraron esclavas y esclavos negros para sembrar y cosechar el huerto. Los esclavos acarreaban los frutos por la actual Carlos Pellegrini, que era entonces una senda, y los vendían en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo). En 1700 crecía el comercio de cueros y empezaban a multiplicarse las estancias. En 1730 se construía en el lugar donde hoy está el Obelisco, la iglesia de San Nicolás que daría el nombre al barrio. En 1769 la aldea tenía 26.000 habitantes. El viajero Carlos Inca describió en su libro «El Lazarillo de Ciegos Caminantes» las nuevas casas de ladrillo y tejas, la proliferación de las tiendas y de las carretas, y anotó esta observación: Todos los perros, que son muchísimos, están tan gordos que apenas se pueden mover, y los ratones salen de noche por las calles a tomar el fresco, porque en la casa más pobre sobra la carne. 1810. La Revolución de Mayo tuvo lugar en un momento de extraordinaria prosperidad, crecía la faja de quintas y chacras que rodeaba la ciudad, y las estancias se extendían hasta Luján. En 1858 la calle de nuestro solar estaba empedrada y se llamaba Del Parque porque pasaba frente al Parque de Artillería, ubicado donde hoy está el Palacio de los Tribunales, que proveyó de fusiles al ejército de los Andes del Libertador José de San Martín, y al ejército del Norte. 1870. Las casas ricas tenían puerta de dos hojas, ventanas con rejas de hierro, y un par de patios. En 1891 la calle Del Parque se llamó Lavalle. La ciudad tenía 821.293 habitantes. 1900. Auge de la ganadería, la agricultura, y los frigoríficos. Los estancieros construyeron casas de lujo, se las llamaba «casas de pisos», y palacios al estilo francés. También pasaban largas temporadas en Europa, viajaban con la «vaca atada», se decía, porque llevaban una vaca en el barco para proveerse de leche fresca durante la travesía. En 1908 se inauguraron en las proximidades de Lavalle el Palacio de los Tribunales, el Teatro Colón y, una serie de «casas de pisos» entre las que estaba la que sería, años más tarde, sede del asador La Estancia. Vivían en la zona las familias: Miró, Dorrego, Pellegrini, Guerrico, O’Gorman, Mitre, Martínez de Hoz, y otras. En 1936 se inauguraron el Obelisco, la Av. 9 de Julio, y el subterráneo Lacroze. El barrio San Nicolás adquirió un fuerte carácter cultural y comercial, se lo llamaba El Centro. 1946. Los lugares de reunión de los porteños eran la Av. Corrientes, y los cines de la calle Lavalle. En 1955 abrió el grill California en la «casa de pisos» de Lavalle 941, arriba funcionaba la Escuela Superior de Gendarmería. Corrían años prósperos, las capas medias superaban el 60% de la población. Lavalle era una nube de gente a la de salida de los cines y Corrientes «nunca dormía». El 7 de noviembre de 1962 el grill California se transformó en el asador La Estancia. Su primer gerente Emilio Rodríguez llevaba, curiosamente, el apellido de quien fuera casi cuatrocientos años atrás el primer dueño del solar: Juan Rodríguez. La Estancia fue un éxito instantáneo, sus dueños, que venían de una España empobrecida habían prosperado en la gastronomía gracias a la asociación y el trabajo duro. No hubo improvisaciones. El lugar era una recreación para las capas medias de lo esencial del gusto argentino. La entrada estaba flanqueada -y todavía está- por dos vidrieras: un fogón rodeado de asadores con chivitos dorándose despacio, a la izquierda; y una parrilla con achuras y diversos cortes de carne, a la derecha. Ambas vidrieras son como extrapolaciones fantásticas, peceras enormes que incluyen cocineros gauchos y paisajes camperos. El salón con capacidad para 450 personas está dominado por un mural de Fontán que representa un potrero, precisamente de estancia, con novillos paseándose por el perímetro, casi a punto de irrumpir entre las mesas. En 1978, cuando Lavalle se convirtió en peatonal, el salón de La Estancia era atendido por 40 mozos que se turnaban día y noche, se trabajaba tanto que uno de los mozos solía entregar a los clientes la cuenta junto con su propia billetera para que se cobrasen y tomaran el vuelto mientras él atendía otra mesa. En 1980 la Escuela de Gendarmería dejó la planta alta, la gente laboriosa de La Estancia aprovechó la ocasión para expandirse. Inauguró un salón llamado Emperador, decorado al estilo francés, fiel al carácter de la época de «la vaca atada». Hoy, el gerente de La Estancia es Avelino Domingo Fernández, un hombre que empezó a trabajar desde los 14, limpiando cubiertos con arpillera y puloil en Las Cuartetas -tradicional pizzería en Av. Corrientes 838-, siguió trabajando en el grill California, y luego en La Estancia, desde que abrió en 1962. Recuerda Avelino Fernández que La Estancia fue visitada por dos presidentes en ejercicio de sus funciones. El primero fue Héctor J. Cámpora en 1973. Tenía reservada una mesa para 20 personas. El Presidente salió del cine Atlas donde había visto Juan Moreira y llegó hasta La Estancia caminando. Fue victoreado y aplaudido al entrar, accedió a sacarse fotografías con todos. Comió asado y bebió vino de la Casa. Al retirarse entonó la marcha peronista con sus acompañantes y todo resultó muy cordial. El segundo fue Carlos S. Menem en 1994. Año de campaña para su reelección. ¡Había 450 invitados! Me hicieron saber con antelación lo que iba a comer, recuerda Don Avelino: solamente pollo deshuesado; y para tomar, champagne «del bueno». Era lo único que podía tomar por razones de salud.(sic) Además no quería la botella en la mesa, había que traerle la copa servida desde adentro. El Presidente saludó a todos, poniendo mucho cuidado de no olvidar al personal. Apenas ocupó su lugar sucedió lo imprevisto. Apareció recortada en la entrada del local la silueta de Norma Plá. Luego hubo gritos, de ella y de los demás jubilados que la acompañaban. La policía no los dejó entrar, pero los gritos entraban: pedían alimentos, remedios, aumento de las jubilaciones. Hoy, a  años de lo ocurrido, la mayor parte de la población se hace eco de aquellos gritos. Lavalle ya no es la calle señorial de los principios del siglo veinte, tampoco es la calle de los cines. Ahora se parece a un sueño perdido. La Estancia se distingue en ese sueño, el de un país ganadero y refinado, desde hace 48 años. Una representación atractiva para el turismo… y para los amantes de la historia.