Zoom Histórico: Bar Los Galgos
(Callao esquina Lavalle)
En el año 1500 era un tunal, cerca de un espejo de agua, visitado por los querandíes para abastecerse de frutos. En el año 1600 formaba parte del ejido de la ciudad trazada por Juan de Garay, es decir, era parte de las tierras comunes reservadas a la cría de ganado. En 1730, el Cabildo decidió vender estas tierras comunales considerando el crecimiento de la ciudad y el tunal en cuestión pasó a ser propiedad de la familia Alquizalete. En 1753 el sacerdote Juan Antonio de Alquilazete donó la propiedad a la Compañía de Jesús y pasó a conocerse como Quinta de la Compañía. Los jesuitas plantaron frutales e hicieron jardines despejando el terreno de tunas salvo en su límite oeste, la actual avenida Callao. En 1769 los jesuitas fueron expulsados del virreinato por Carlos III y años después la quinta fue vendida a una persona de apellido Contreras. En 1830 la ciudad crecía hacia el oeste y llegaba hasta la actual avenida Callao, que era por entonces una apacible huella y se llamaba sencillamente calle Las Tunas. En 1857 pasaba por Lavalle, cruzaba Callao, y se internaba por el actual pasaje Discépolo, la famosa locomotora La Porteña. En 1859, cuando se produjo el enfrentamiento entre la Confederación y la provincia de Buenos Aires, Mitre atrincheró la ciudad por la calle Las Tunas. En 1878 la línea férrea se levantó porque obstaculizaba el crecimiento urbano. Las quintas se loteaban y convertían en pequeñas fábricas, talleres, viviendas. En 1880 desapareció el tunal y se erigió en la esquina de Lavalle y Callao una casa de dos plantas que fue residencia de la familia Lezama. La casa fue alquilada en 1920 a la firma Singer, que instaló allí un local de venta de máquinas de coser. En 1925 el lugar fue farmacia y en 1930, un asturiano aventurero aficionado a la caza y a las carreras de perros le dio su destino actual convirtiéndolo en bar y almacén. Le puso nombre: Los Galgos. En 1948 lo compra José Ramos, mantiene el nombre, la boisserie, una manija chopera con forma de cisne, las mesas, las sillas, y dos galgos de porcelana que tenía el Asturiano. Desde la década del treinta Los Galgos fue testigo y parte de las transformaciones del barrio. El desplazamiento de las fábricas y los talleres por suntuosas mansiones, la afirmación de la avenida Corrientes como eje cultural de la ciudad, y el desplazamiento de las mansiones por edificios altos, de oficinas o viviendas. En los cincuenta, sesenta y setenta, el bar abría 24 horas y era frecuentado por políticos y artistas. Fueron asiduos de Los Galgos: Enrique Santos Discépolo, Aníbal Troilo, Arturo Frondizi, Oscar Alende. Hoy, en el 2004, sólo abre de 6 a 20, y están al frente los hijos de José Ramos: Horacio, Alberto e Inés; y también los galgos de porcelana, sentados sobre sus patas traseras, elegantes y antiguos. Los galgos parecen esperar al Asturiano. Parecen estar allí desde siempre, o llegar desde un tiempo remoto trotando entre las mesas, oliendo las manos de Troilo, ladrando a La Porteña, o corriendo alguna liebre por un tunal olvidado