1955: un Golpe contra el pueblo
por Norberto Galasso*
El 16 de septiembre se cumple un nuevo aniversario del derrocamiento en 1955 del presidente constitucional Juan Domingo Perón. Su caída ha tenido diversas interpretaciones. Algunas de ellas han caído en las características referidas a las personas, a las individualidades, pero no a las bases sociales de sustento de sus gobiernos.
Conviene, para entender el contexto, remontarse una década antes del golpe. Perón llegó el 17 de octubre del ’45 a emerger como el candidato a presidente con la presencia de los trabajadores en la calle, irrumpiendo en el escenario político con una fuerza tremenda.
En ese momento, la Iglesia tomó la actitud de aconsejar a sus fieles que no votaran a los partidos que propondrían el divorcio, con lo cual se definió limitadamente, pero se definió, por ejemplo, contra la Unidad Democrática anti peronista. No había en ese momento más que una emergente burguesía industrial con poca fuerza, pero existían, en el Ejército, algunos sectores nacionales que venían de la línea industrialista de Enrique Mosconi y de Manuel Savio.
En ese frente nacional, Perón emerge como la expresión de todos ellos y –del 46 al 55– condujo al país como uno de los mejores gobiernos que tuvo la historia de Argentina.
Pero hacia el 1953 empiezan a producirse situaciones que dificultan la marcha de este proceso. Una de ellas ya se había producido en el 52 con la muerte de Evita, que era su gran compañera y su conexión con la clase trabajadora. Especialmente con una CGT que fue quizás una de las mejores expresiones del gremialismo peronista y que fue desplazado después de la muerte de Evita. Pero hubo también dos sequías importantes que debilitaron al gobierno en cuanto a sus exportaciones y obligaron un plan económico de emergencia en 1953.
El peronismo logró superar esto en los dos años siguientes. Recuerdo expresamente que en la facultad de Económicas nos hicieron hacer un trabajo, cuando la opinión pública decía que Perón había desatado una inflación tremenda. Investigamos, hicimos el trabajo y le dijimos al profesor: mire, acá la inflación en el año ´54 es el cuatro por ciento anual, y en el ´55 también se mantiene baja hasta que se produce la devaluación inmediata al golpe del 16 de septiembre.
Es decir, que esa fue una de las tantas mentiras que los diarios hicieron creer a la opinión pública con respecto a la política económica del peronismo.
Lo cierto es que entre el 54 y el 55 ocurre, por un lado, que la Iglesia Católica crea su partido Demócrata Cristiano. La Iglesia no quiere depender más del Frente Nacional dirigido por Perón sino tener su propia política. Sus referentes temen que las banderas del peronismo se conviertan en banderas rojas.
Perón le había dicho especialmente a un grupo de gremialistas ferroviarios que en realidad los ferrocarriles andarían mejor si los dirigían ellos mismos que si lo hacía el Estado. Hablando de entregarle a los trabajadores la construcción de los ferrocarriles y otras medidas y avances sociales logrados en ese tiempo es que lleva a las cúpulas eclesiásticas a temer que haya un avance hacia la izquierda. Es decir, que la liberación nacional se profundice hacia el socialismo.
Además, Perón había dado las bases para el Partido Socialista de la Revolución Nacional que también implicaba un avance en ese sentido. Pero al mismo tiempo se producía el Congreso de la Productividad en marzo del ’55. Así, la emergente burguesía industrial con José Gelbard en la cabeza entiende que ya son demasiados los derechos que han adquirido los trabajadores.
El propio Gelbard, con todo lo inteligente y progresista que era, dice en una reunión del congreso de la productividad, «no puede ser que con un silbato un delegado pare una fábrica porque entonces ¿quién es el patrón de la fábrica'». Gelbard era peronista, pero también era empresario.
Esto se produce en simultáneo con una negociación de Perón con una petrolera con motivo de la falta de combustibles y eso incide a su vez en algún sector nacionalista del Ejército. El problema de la Iglesia también influyó sobre los sectores católicos del Ejército. Especialmente en Eduardo Lonardi que era un hombre muy ligado al clero. Y esto hizo que las bases de sustentación del gobierno se debilitara. Se debilitó en la propia CGT, donde el secretario general era Di Pietro que no tenía nada que ver con lo que habían hecho Espejo, Cabo, y otros en los años 50 colaborando con Evita.
En suma: muchas circunstancias se conjugaron para que la oposición pudiera avanzar y avanzó, en forma brutal, el 16 de junio del 55 con el bombardeo sobre la Plaza de Mayo.
Algunos cercanos a Perón le dijeron que la solución después del 16 de junio era fusilar a los cabecillas que se habían levantado una vez más, porque fueron varias las veces que se levantaron contra el orden constitucional. Perón optó, por el contrario, por considerar que había que tratar de calmarlos y llamó a una conciliación dijo que «la revolución había terminado» y que él empezaba a gobernar «para todos los argentinos».
Les dio la radio a Frondizi, a Luciano Molina por el partido Demócrata Progresista que recuerdo hizo una exposición casi de finanzas dirigida al pueblo en un momento gravísimo y esos discursos radiales fueron resaltados por Cooke entre otros.
El 31 de agosto, Perón consideró que habían terminado las negociaciones, porque la oposición había rechazado su propuesta y exaltado dijo: «por cada uno de los nuestros que caigan van a caer en cinco de ellos».
En septiembre volvieron. Hay que notar que Rojas, por ejemplo, fue leal en el primer intento de junio, pero no pudieron levantar en Puerto Belgrano porque el jefe de entonces rechazó las propuestas de Manrique. Quizás no se tomaron las medidas precautorias, pero el 16 de junio de septiembre de 55 se inicia –si tomamos al gobierno peronista como un hecho, a su modo, revolucionario– la contrarrevolución.
Lonardi, que había tenido algunos problemas con Perón, se mueve en Córdoba y controla dos guarniciones importantes. En Río Santiago es sofocado el golpe y la gran mayoría del ejército se mantiene leal al presidente constitucional. Pero lo que va a ocurrir es que en la base de Puerto Belgrano se producen una serie de cambios que convierten a Rojas en el jefe –o comandante de las Fuerzas Armadas para la Marina– que se viene desde Puerto Belgrano hacia Mar del Plata para bombardear Mar de Plata (una bestialidad) y así llevar un ultimátum contra el gobierno de Perón.
El General Lagos, que era jefe de la Guarnición de Mendoza, vacila. Toma un helicóptero y lo va a ver a Lonardi en Córdoba. Lonardi le dice que «está perdido», que se le vienen encima dos ejércitos dirigidos por Iñíguez y por Molina y que «no puede defenderse». Le dice, incluso: «yo voy a caer en esta lucha y usted ocupará mi lugar y usted morirá también luchando por la libertad». Lagos, que era un oportunista, queda pálido y se vuelve a Mendoza.
En un libro de Bonifacio del Carril se comenta que Lagos no sabe qué hacer: en Mendoza se ha levantado un batallón diciéndole que hay que ir a Buenos Aires haciéndole creer que es contra Perón, pero resulta que los soldados salen en línea cantando la marcha peronista. Lagos le pregunta a su edecán «qué me puede decir frente a esto» y el edecán le dice «y dentro de dos o tres días, la mejor noticia es que es primavera». Lagos estaba íntimamente ligado a Bonifacio del Carril, un hombre de derecha.
Aramburu había sido derrotado en Entre Ríos y estaba fugado, pero el ultimátum de Rojas fue decisivo. Se suponía que con la puntería que caracteriza a la Armada van a hacer un desastre en la ciudad de Buenos Aires, pero aún entonces se llama una junta de generales. Mientras discuten qué hacer, la posición más contundente parece ser la del general Imaz que, ametralladora en mano, dice «El presidente ya no es presidente y ustedes deben acatar las órdenes del movimiento revolucionario».
Conocida esta situación, Perón que estaba muy influido por lo que había visto en España cuando la guerra civil, que acabó con un millón de muertos considera –en palabras de Jauretche– que «la revolución, el golpe, la mal llamada la revolución era contra él». Pero era más allá: era contra el pueblo, era contra todo lo que se había hecho en 10 años de progreso nacional y social y, en ese sentido, el propio Perón se da cuenta más tarde de que el derramamiento de sangre, que él quería evitar, se va a producir inevitablemente.
De hecho, se producen los fusilamientos en el ’56, las torturas, la persecución y la instalación de un régimen semicolonial que se incorpora al Fondo Monetario, e inician nuestras desgracias dejando una revolución inconclusa y estableciendo un período de proscripción de Perón por 18 años que recién se recupera con las elecciones del 11 de marzo de ’73.
Creo que este golpe marca un momento clave en la historia argentina porque el proceso que se venía dando era muy importante y fue detenido, interrumpido. Y cuando Perón volvió ya era muy difícil que pudiera retomar el hilo de la Revolución. Sus intentos no fueron muy efectivos y murió al poco tiempo dando lugar a que en 1976 se produjera el golpe reaccionario con un hombre que sintetizaba la política de la oligarquía que era Martínez de Hoz como un cerebro y Videla como el ejecutor militar.
De cualquier modo, ese período del ’46 al ’55 queda como uno de los períodos más importantes junto con los del gobierno de los Kirchner en que el pueblo argentino pudo disfrutar de los legítimos derechos que le fueron negados en la mayor parte de su historia.
*periodista, ensayista e historiador