Tita Merello: La hija de la lágrima
Por Adrián D`Amore
Tita Merello integra el Olimpo de la cultura popular argentina. Actriz y cantante singular, su vida personal y su trayectoria artística se fundieron con el correr de los años al influjo de una personalidad avasallante que fraguó un icono de época. Hija natural, al igual que otros insignes referentes nacionales como Carlos Gardel y Juan Domingo Perón, modeló su figura desde la nada, peleándole a la adversidad y al sufrimiento a fuerza de voluntad, sacrificio y talento.
“Mi infancia fue breve. La infancia del pobre es más breve que la del rico” declaró Tita alguna vez evocando a aquella Laura Ana Merello nacida en el barrio porteño de San Telmo un 11 de octubre de 1904. Miseria y penurias, incluida la muerte de su padre cuando solo tenía cuatro meses de vida, resumen la historia de su niñez. “No empecé por vocación sino por hambre” afirmó sin velos, recordando sus inicios de corista y bataclana en la década del `20, que la llevaron al teatro.
El tango y las tablas eran hermanos de sangre en aquellos tiempos. Tita les puso toda su fuerza interpretativa en el escenario y llegó al disco en 1927. Junto a Sofía Bozán, trazaría las líneas canónicas del tango cachador. Ambas, dentro de una camada de notables intérpretes: Azucena Maizani, Mercedes Simone, Ada Falcón, Libertad Lamarque y Rosita Quiroga. Las estrellas de la radio y el tango fueron las protagonistas del primer film sonoro nacional. “Tango”, dirigido por Moglia Barth, se estrenó en 1933 y allí estaba Tita, en una versión rea de Betty Boop. En 1937, su participación en “La fuga” de Luis Saslavsky significaría su lanzamiento definitivo como actriz dramática, que la llevaría a filmar más de treinta películas y protagonizar numerosas obras teatrales con gran éxito.
-A mí no me halague el oído porque yo la sé lunga… -dispara Paulina, la puestera que Tita encarna en “Mercado de Abasto”. -Así no se va a casar nunca -le responde el actor Juan José Míguez, el levantador de juego clandestino del extraordinario film dirigido por Lucas Demare en 1955. En ese cortejo picante entre cajones de frutas y verduras, la ficción se nutre de la historia de Merello y la retroalimenta. -Vos realmente merecerías llevar pantalones -le dice su patrona en otra escena, y refuerza esa dialéctica entre la mujer y el personaje, entre la actriz y la muchacha que se tiene que valer por sí misma y hace de esa carencia una actitud vital. La simbiosis entre la carrera artística de Tita Merello y su vida personal tiene singularidades llamativas. Su brillante filmografía contiene algunos títulos asociados para siempre a su nombre y a su imagen: “Filomena Marturano”, “Guacho”, “Los isleros”, “Arrabalera”, “La morocha”. Su cantar canyengue entalló a su medida, a posteriori de su confección, por la originalidad en el arte de su uso, piezas como “La milonga y yo” y “Se dice de mí”.
Sin embargo, el sello peculiar de su figura adquirió trascendencia porque testimonió las vidas de miles de mujeres argentinas de la época, humildes y postergadas en una Argentina machista y misógina. Aquellas que recién un 11 de noviembre de 1951 votaron por primera vez en comicios históricos que llevaron al Congreso a 23 diputadas y 6 senadoras. Tita fue una más y a la vez todas aquellas mujeres ignoradas, desplazadas, condenadas a servir. Ciudadanas de segunda que empezaban a ver la luz de la dignidad en el fondo del túnel de la historia.
A partir de los años 60, las intervenciones de Tita en el cine, el teatro y la revista iniciarían un prolongado “fade out” que tocaría su final en los 80. A la par, se intensificaría su rol de consejera desde la radio y la TV. “Sábados circulares”, el programa ómnibus de Pipo Mancera, o su ciclo vespertino junto a Víctor Sueiro, fueron algunas de las recordadas plataformas desde las que Tita continuó conectando con las mujeres de los sectores populares, a las que respondía cartas y aleccionaba desde su experiencia en la vida.
Vivió su vejez recluida, lejos de la prensa y de la gente. Sin hijos ni pareja, sólo con la compañía de un hermano y contados amigos, pasó sus últimos años en una habitación de la Fundación Favaloro, hasta su muerte el 24 de diciembre de 2002.
En noviembre de 2001, a los 97 años, dio su última entrevista. “De la gente siento el respeto más que el amor”, dijo. En la foto se ve una anciana como tantas, pero en los ojos de Tita continúa ardiendo la expresión iracunda y desafiante que fue su santo y seña. “¡Ta que la tiró de las patas! El que quiera contarle las agallas va a tener pa` rato”, exclama Arturo García Buhr en “Los isleros”. Se refiere a su Rosalía, la Carancha, la áspera mujer que envejeció a su lado a orillas del río impiadoso. Tita vive en todas esas palabras y en aquellos personajes.