Un Fuera de Serie
Por Juan José Salinas
El capitán José Luis D`Andrea Mohr identificó uno por uno a los responsables militares de cada crimen o desaparición cometidos durante la última dictadura cívico-militar.
Sabiendo que la represión se había ejecutado a imitación de lo que había hecho el ejército colonial francés en Argelia, en su libro «Obediencia DeVida» D`Andrea cotejó cada secuestro o desaparición de la que se tienen noticias con quienes eran los responsables militares de cada zona, subzona, área y subárea.
«Sin su valiosísimo aporte, la historia de los juicios por delitos de lesa humanidad hubiera sido muy distinta», admitió recientemente una alta fuente del Ministerio Fiscal.
Experto esgrimista, El Vasco D`Andrea Mohr fue un personaje digno de Vito Dumas y de Salgari y se batió con denuedo y sin desmayo en defensa de las convicciones que poblaban su enorme corazón.
Dado de baja por el general Jorge Rafael Videla poco antes de encabezar el golpe del 24 de marzo de 1976, fue convocado para integrar un grupo de tareas cuya misión era «detectar, detener, interrogar, y eventualmente eliminar blancos». No sólo se negó en redondo, relató a la periodista María Esther Giglio, «sino que amenacé de muerte a quien me dio la orden. Y esto lo cuento por los que dicen que tuvieron que obedecer. Mentira, a mí no me pasó nada.»
Dos años más tarde, al aumentar la escalada bélica con Chile, fue convocado al servicio activo. Los generales de la dictadura jamás terminarían de arrepentirse. Porque desde entonces el Vasco no dejó de batallar contra quienes habían planificado, ordenado y ejecutado el exterminio de lo más granado de la generación de sus hijos, y los trató una y otra vez y de viva voz de cobardes, sin que ninguno se atreviera a responderle.
Fue degradado y expulsado formalmente del Ejército en 1987 por un Consejo Militar que lo tildó de «maníaco querulante», calificativo que reivindicaba como la más preciada de las medallas.
Para entonces, no bien regresó de Bariloche, se sumó al Centro de Militares para la Democracia Argentina, el CEMIDA, que acababan de crear el general Jorge Leal y los coroneles Horacio Ballester, José Luis García y Juan Jaime Cesio.
Publicó sus primeras notas en el Diario de Río Negro, textos de contratapa en el diario Nuevo Sur y tras conseguir que se le abrieran las puertas de Página/12, su hora más fecunda llegó cuando en 1996 el juez Baltasar Garzón comenzó a procesar a los genocidas.
En marzo de 1999 viajó a España. En Sevilla participó en un seminario sobre Fuerzas Armadas y Derechos Humanos junto a militares españoles de uniforme y ex detenidos-desaparecidos argentinos. En Madrid puso a disposición de Baltasar Garzón una minuciosa investigación que terminaría de plasmar en «Memoria DeVida», que incluye una caudalosa base de datos sobre la estructura jerárquica de la represión.
Focalizó luego su tarea en el centenar largo de soldados conscriptos secuestrados y desaparecidos por sus jefes (lo que plasmó en un nuevo libro-denuncia, «El escuadrón perdido») y por último, junto a las Abuelas de Plaza de Mayo, en la apropiación de los niños secuestrados junto a sus padres o nacidos en cautiverio.
A diferencia de muchos de sus amigos civiles, El Vasco D`Andrea era un firme promotor de la disolución de todos los ejércitos «por carecer de cualquier objeto social».
Al declarársele una grave enfermedad, la afrontó con la entereza con que libró todos sus combates. Paradojas del destino: expulsado del Ejército pero no de su obra social, y carente de fortuna, D`Andrea se atendía en el Hospital Militar.
Poco antes de que lo internaran, el jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, descubrió que ni el presidente Raúl Alfonsín ni sus sucesores habían firmado su expulsión del Ejército, a pesar de las repetidas cartas abiertas con que el Vasco los desafiaba a que lo hicieran de una buena vez.
Brinzoni decidió entonces devolverle el grado, lo que a José Luis le produjo estupor.
Luego de una operación técnicamente impecable, una serie de complicaciones y una septicemia se lo llevaron de este mundo al fin de un calvario de 45 días. Fue el 22 de febrero de 2001.
Su muerte fue festejada con amargo alivio por los esbirros de la dictadura y llorada sin pudor por quienes apreciaban su franqueza, sus frecuentes carcajadas y su barbada estampa de D`Artagnan.
El Vasco dejó una esposa que lo acompañó en todas sus quijotadas, Julia, y un único hijo varón, ya adulto, José Luis.
Dejó «Los bebedores de bronce» y otras novelas inéditas y, trunco, un libro de conversaciones con el periodista Norberto Colominas. Y dejó también un enorme vacío entre sus amigos y admiradores.
José Luis D`Andrea Mohr fue un fuera de serie que demostró a lo largo de toda su vida que decir «no», plantarse y hacer lo correcto, es posible.
Estimados, ex – soldados, les comento que desde hace un tiempo estoy reuniendo anécdotas, testimonios y breves historias, relacionadas con el servicio militar “la colimba”, para completar un libro referente al tema.
Las historias puedes ser graciosas, tristes o dramáticas. En cuanto a cuestiones delicadas (accidentes, robos, participación en misiones, u otros hechos ) ofrezco posibilidad de publicación de Fuente, con Identidad Reservada,
Por lo tanto si tienen alguna memoria de aquellos días o saben de alguien que me la quiera contar, les agradezco me hagan llegar datos por este medio, por e-mail o bien envío postal.
Les mando un cordial saludo….Nestor A. Rubiano / Soldado Granadero – Escuadrón San Lorenzo
Mis direcciones:
e-mail: [email protected]
Nestor A. Rubiano –
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(6300) Santa Rosa – La Pampa