¿Nos Merecemos este Gobierno?
Por Rafael Gómez
Pregunta ardua de contestar, si se quiere ser objetivo y sincero. La objetividad requiere de un análisis y un método difíciles de aplicar en los sistemas sociales, y la sinceridad consiste en una verdad subjetiva. Además la pregunta encierra tres trampas. Primera: para responder es necesario hacer un juicio, en última instancia moral, de un conjunto heterogéneo de 38 millones de personas y determinar qué es lo que se merece. Segunda: si se responde afirmativamente sólo nos queda la pasividad y el conformismo. Tercera: el Gobierno actual es una consecuencia de la sociedad, pero la sociedad también es una consecuencia de este Gobierno y los anteriores.
¿Nos merecemos este Gobierno? La pregunta es fundamental si es que nos pensamos o deseamos pensarnos como partes de una sociedad, si sentimos cierta identidad y solidaridad, si entendemos que además de las metas individuales existen las metas comunes, que posibilitan las individuales. Porque admitamos que es más fácil desarrollar capacidades donde hay alimentación equilibrada, viviendas dignas, buenas escuelas, universidades equipadas, oferta laboral acorde con las aptitudes, hospitales eficientes, cierta seguridad en las calles y en los lugares públicos; que donde hay déficit de viviendas, escuelas desmoronándose, universidades en emergencia presupuestaria, profesionales trabajando en call centers, hospitales colapsados, miles de accidentes de tránsito, boliches que se incendian y convierten en trampas mortales, de todo esto, directa o indirectamente, es responsable el Gobierno. Creo que si somos jóvenes, o no somos tan jóvenes pero amamos a nuestros hijos y anhelamos un mundo mejor para ellos, debemos responder la pregunta. Voy a tratar de hacerlo con sinceridad a través de una experiencia personal, pero planteando objetivamente un modelo conocido por todos. Imaginemos el consorcio de propiedad horizontal como un modelo en pequeña escala de un sector social. Una administración, un consorcio y su edificio funcionan como un país en escala. La administración es el gobierno y los copropietarios e inquilinos son los ciudadanos. Por un lado hay bienes comunes, por el otro patrimonios. La administración y el gobierno cuidan y gestionan bienes comunes y patrimonios para el beneficio y la seguridad de consorcistas y ciudadanos. Reciben a cambio expensas e impuestos. Hay por un lado un reglamento de copropiedad, por el otro un cuerpo de leyes; hay una asamblea, del otro lado un congreso; hay porteros, personal de vigilancia, empresas externas contratadas para el mantenimiento o reforma de los bienes comunes, por el otro lado hay empleados y funcionarios, policías, empresas extranjeras afectadas a la obra pública o a la explotación del patrimonio. Creo que el modelo es admisible (usted me dirá si no). Pero hay algo más que lo hace válido: los consorcistas son también ciudadanos, se trata entonces de dos sistemas atravesados por la misma ideología. Vamos al asunto.¿Qué pasa cuando un sistema colapsa o pone en riesgo la vida de sus integrantes? ¿Qué pasa cuando en un país la política económica no está para beneficio y seguridad de los ciudadanos sino en función de las ganancias de las empresas extranjeras y del propio gobierno y sus adya-cencias? Diríamos que ese gobierno no sirve, ¿verdad? Que debería irse. Que ese país necesitaría otro gobierno preocupado realmente por los ciudadanos. Pero ese otro gobierno no aparece porque sí. ¿Por qué no aparece? ¿Porque no lo merecemos o porque no lo generamos? Para entender mejor esto y responder, pondré a continuación un caso concreto, real, de colapso y peligro en nuestro modelo de escala.
La Redacción del Periódico VAS funciona en el piso 13 del edificio ubicado en la calle Uruguay 385. (Uruguay esquina Corrientes, frente al tradicional café El Foro, pleno barrio de San Nicolás). El edificio se incendió el 4 de octubre del año pasado, al mediodía (sí, así cómo lo está leyendo). El fuego empezó en el piso 12. Tres personas quedamos encerradas en el piso 13, no podíamos bajar por el humo caliente y tóxico que invadía escaleras, pasillos y departamentos.
Tras unos días de conmoción y reflexiones varias, envío una carta a todos los consorcistas, administración incluida, detallando con pelos y señales lo ocurrido y concluyendo lo siguiente: 1) que el extintor y la manguera de incendios del piso 12 no funcionaron; 2) que la administración del edificio sabía que en el piso 12 había garrafas de gas, y un techo de policarbonato antirreglamentario e inflamable; 3) que la administración había sido advertida de que en la sala de la caldera (que funciona a gas) ubicada justo sobre el departamento siniestrado, había un acopio de madera, mantas de poliuretano y escombros: todo lo necesario para fabricar con el fuego y la temperatura que llegó a 700 °C, una bomba gigantesca capaz de volar medio edificio y causar gran cantidad de muertos; 4) que por los tres ítem anteriores y por una cuestión de ética dignidad y decoro, la administración debía renunciar de inmediato.Por supuesto, la administración no renunció. Lo que me sorprendió es que de 65 cartas enviadas a los consorcistas recibí solamente una respuesta solidaria. Tal vez haya más solidaridad latente, no lo sé. Un copropietario me dijo algo insólito: que no iba a accionar contra la administración porque él no había vivido lo mismo que yo (sic). Es decir: si él hubiera estado atrapado en el incendio (y se hubiera salvado) recién entonces se habría solidarizaría conmigo. Es increíble, ¿no le parece? La posición es aún mas dura que la indiferencia social expresada en el famoso aforismo de Bertold Brecht, hacen falta elementos del psicoanálisis para entenderla. ¿Será este mecanismo de negación de la realidad e indiferencia por la vida del otro, similar en otros consorcistas? Temo que sí. Respondo a la pregunta original. Nuestra sociedad está muy enferma. Por eso tenemos este Gobierno y tuvimos los anteriores. Nos hemos convertido en víctimas pasivas de una clase política psicópata, en un pueblo condenado a cien años de soledad. Pero creo que en nuestro caso merecemos y tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.