Miles de libros antiguos arruinados por una inundación en la librería anticuaria Helena de Buenos Aires

por Leticia Pogoriles

Más de 1.000 libros completamente arruinados y 15.000 volúmenes en estado de humedad y con hongos es el triste saldo de una serie de inundaciones que comenzaron hace dos meses en el sótano de la librería anticuaria Helena de Buenos Aires en pleno microcentro porteño, un legendario establecimiento víctima de las obras de peatonalización de la calle Esmeralda.
En la vidriera de libros antiguos del negocio ubicado en Esmeralda 882 -la planta baja de un edificio declarado Patrimonio Histórico de la Ciudad y donde funcionó durante 50 años la emblemática librería anticuaria L’Amateur- asoman dos carteles gigantes, hechos a mano con fibrón: «Esta librería se inundó nueve veces por la negligencia de la obra de la peatonal. Ni a Macri, ni a Lombardi, ni a la empresa Dalco S.A. les importa nada», reza uno.

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Esa imagen recorrió durante los últimos días las redes sociales despertando la solidaridad de gente amiga y desconocida, vecinos de Buenos Aires y ciudadanos del mundo, que se hicieron eco de la situación de Helena de Buenos Aires, una de las pocas librerías porteñas anticuarias cuyo sótano con 20.000 libros se inundó por primera vez el 9 de diciembre pasado a las 4 de la madrugada, tras la rotura de un caño maestro.
«Salió agua como un géiser hasta las cuatro de la tarde, se cargó de agua de vereda a vereda y entró a mi sótano, de 70 metros cubiertos. La empresa constructora, Dalco S.A., no tenía bomba de achique y sacaron el agua a baldes al otro día a las seis de la tarde. El piso tenía 12 centímetros de agua», cuenta a Elena Padín Olinik, dueña hace tres años y medio de la librería, quien agrega amargamente «hace dos meses que no puedo parar de llorar».
Ella va y viene, acarrea una bota ortopédica en su pierna izquierda producto de un accidente doméstico, pero igual sube y baja del sótano, cataloga, atiende con amabilidad y, en el medio, reflexiona: «El libro es un objeto al que todos amamos, es una pasión, por eso mucha gente se ha solidarizado, gente que ni conozco. Esto no le pasó a una librería, sino a la cultura del país, los políticos han desoído todo».
Su relación con los libros antiguos es larga y emotiva. Es librera hace más de 18 años, estudió en la Universidad Complutense de Madrid y tuvo varias librerías en Buenos Aires hasta que dio con el local de la calle Esmeralda, un espacio lleno de anaqueles, mapas, ilustraciones, estanterías y tesoros en papel que encierra entre sus paredes la historia de otro negocio de fuste: la librería anticuaria L’Amateur, la primera de Sudamérica.
«La fundaron en 1924 y funcionó en este local durante 50 años. De allí salieron todos los regalos presidenciales vinculados a los libros y mapas. En este sótano había una exhibición de mapas y libros de viajes carísimos. Hace cuatro años cerró y remataron todo, yo heredé bibliotecas y planeros», cuenta Elena, a quien la hija de uno de los últimos socios de L’Amateur buscó para que sea ella quien continúe la tradición librera en ese negocio.
Por eso Elena no quiere irse de allí: «para mí es un honor estar en este lugar físico», dice. Ella quiere arreglar el desastre causado por la serie de inundaciones que convirtieron al sótano en el símbolo de una desidia cultural y patrimonial.
Apenas se inundó, la mujer envió cartas de reclamo a Claudio Cané, Director General de obras de Arquitectura de la Ciudad de Buenos Aires; al mísmisimo jefe de gobierno, Mauricio Macri y, además, abrió un expediente. Cero respuesta. Recién ayer -«después de todo este lío»- aparecieron algunas autoridades secundarias para ver «en qué podían ayudar».

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«Tiré cerca de mil libros pero todavía no terminé. Ayer empecé a descubrir una doble fila de volúmenes, llena de hongos, porque fueron sucediendo inundaciones y era una pileta. El día de la inundación, la empresa Dalco llamó a Aysa, quienes trajeron una bomba de achique, que duró encendida un minuto», recuerda de forma «tragicómica» sobre el desastre que le dejó agujereado el piso del sótano.
«La primera desesperación -cuenta- fue sacar los libros, hacer salvatajes, se mojó una carpeta con mapas y grabados de los siglos XVI, XVII y XVIII. Las patas de las bibliotecas estuvieron sumergidas, los estantes cedieron y se cayeron en dominó. Los libros estaban caídos, aplastados y monté en cólera. Hice los carteles y eso hizo fuerza. Recién ayer vinieron de Cultura de la Ciudad»
Entre las pérdidas, aunque aún falta registrar la gran mayoría y «el lucro cesante es incalculable», hay una colección completa de una bibliografía jesuítica, otra de Bellas Artes, mapas antiguos, opúsculos peronistas, la obra completa de Sarmiento, 22 tomos de la enciclopedia Summa Artis, grabados del siglo XVIII, un mapa Houndius (que vale 1.500 dólares) y mapas franceses.
Además de los mil libros que tuvo que tirar, en el sótano -donde hay un olor a humedad muy fuerte- restan casi 15.000 volúmenes, muchos de ellos con hongos, incluso empezaron a aparecer no sólo en el piso sino también hay una pequeña y vistosa comunidad en el costado de una biblioteca y «siguen reproduciéndose», se lamenta la dueña, que reclama ayuda para subir los libros y recuperar el legendario sótano.
A la tragedia del agua y de los libros, se suma la trama política. «Ayer martes a las once menos cuarto de la noche me llamó una secretaria de Lombardi, diciéndome que se enteraron por Facebook. Quiero que Macri y Lombardi vengan a ver el caos de la negligencia de la cúpula», dice indignada.
«Para dar una dimensión del espacio -ilustra- necesito cuatro hangares del Hércules blanco -uno de los aviones más grandes de la Fuerza Áerea argentina- para airear los libros. Necesito un lugar seguro, seco, cercano. Y me hace falta gente para sacar los libros».
Elena Padín Olinik no pierde su norte: «A mí me toca preservar libros raros y díficiles de conseguir. Acá todos hemos perdido un patrimonio cultural espectacular, es de un valor incalculable», se despide con cierta tristeza pero con la energía que la motiva a seguir su camino, el de proteger y preservar tesoros que son parte de la historia librera de la ciudad.

Fuente y fotos: Télam

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