¿Se van Los Galgos?
Bares notables de Buenos Aires
por Gabriel Luna
Era un bar referencial, que siempre estuvo, como el Obelisco y los sándwiches de miga. Sencillo, con los pisos en damero, las mesas de madera, el olor a café y las ventanas guillotina dominando la esquina. Era como un refugio pero también como una extensión de la vereda. Algo familiar pero también ajeno que nos completaba. ¿De dónde vino Los Galgos? ¿Qué había antes? ¿Por qué resultaba entrañable?
En el primer número del Periódico VAS, once años atrás, hubo una investigación llamada Zoom Histórico para encontrar las respuestas.
ZOOM HISTÓRICO
BAR LOS GALGOS
(Callao 501 esquina Lavalle)
(1930 – 2015)
En el año 1500 era un tunal, cerca de un espejo de agua, visitado por los querandíes para abastecerse de frutos. En el año 1600 formaba parte del ejido de la ciudad trazada por Juan de Garay, es decir, era parte de las tierras comunes reservadas a la cría de ganado. En 1730, el Cabildo decidió vender estas tierras comunales considerando el crecimiento de la ciudad y el tunal en cuestión pasó a ser propiedad de la familia Alquizalete. En 1753 el sacerdote Juan Antonio de Alquilazete donó la propiedad a la Compañía de Jesús y pasó a conocerse como Quinta de la Compañía. Los jesuitas plantaron frutales e hicieron jardines despejando el terreno de tunas salvo en su límite oeste, la actual avenida Callao. En 1769 los jesuitas fueron expulsados del virreinato por Carlos III y años después la quinta fue vendida a una persona de apellido Contreras. En 1830 la ciudad crecía hacia el oeste y llegaba hasta la actual avenida Callao, que era por entonces una apacible huella y se llamaba sencillamente calle Las Tunas. En 1857 pasaba por Lavalle, cruzaba Callao, y se internaba por el actual pasaje Discépolo, la famosa locomotora La Porteña. En 1859, cuando se produjo el enfrentamiento entre la Confederación y la provincia de Buenos Aires, Mitre atrincheró la ciudad por la calle Las Tunas. En 1878 la línea férrea se levantó porque obstaculizaba el crecimiento urbano. Las quintas se loteaban y convertían en pequeñas fábricas, talleres, viviendas. En 1880 desapareció el tunal y se erigió en la esquina de Lavalle y Callao una casa de dos plantas que fue residencia de la familia Lezama. La casa fue alquilada en 1920 a la firma Singer, que instaló allí un local de venta de máquinas de coser. En 1925 el lugar fue farmacia y en 1930, un asturiano aventurero aficionado a la caza y a las carreras de perros le dio su destino actual convirtiéndolo en bar y almacén. Le puso nombre: Los Galgos. En 1948 lo compra José Ramos, mantiene el nombre, la boisserie, una manija chopera con forma de cisne, las mesas, las sillas, y dos galgos de porcelana que tenía el Asturiano. Desde la década del treinta Los Galgos fue testigo y parte de las transformaciones del barrio. El desplazamiento de las fábricas y los talleres por suntuosas mansiones, la afirmación de la avenida Corrientes como eje cultural de la ciudad, y el desplazamiento de las mansiones por edificios altos, de oficinas o viviendas. En los cincuenta, sesenta y setenta, el bar abría 24 horas y era frecuentado por políticos y artistas. Fueron asiduos de Los Galgos: Enrique Santos Discépolo, Aníbal Troilo, Arturo Frondizi, Oscar Alende. Hoy, en el 2004, sólo abre de 6 a 20, y están al frente los hijos de José Ramos: Horacio y Alberto; y también los galgos de porcelana, sentados sobre sus patas traseras, elegantes y antiguos. Los galgos parecen esperar al Asturiano. Parecen estar allí desde siempre, o llegar desde un tiempo remoto trotando entre las mesas, oliendo las manos de Troilo, ladrando a La Porteña, o corriendo alguna liebre por un tunal olvidado.
Horacio Ramos
Conocí a los hermanos Ramos hace once años, Alberto era de pocas palabras, y Horacio, delgado e inquieto como un galgo, era un memorioso apasionado por Buenos Aires. Él me ayudó aportando datos para el Zoom Histórico -para el enfocado en Los Galgos y también para los enfocados en otros lugares-. Horacio Ramos era una fuente histórica viva. Solía hablar con él barra de por medio y una vez por mes, cuando le llevaba el Periódico VAS. A veces lo consultaba por teléfono. Horacio conocía desde la vivencia la historia del Centro porteño. Su memoria arrancaba de cuando era pibe y su padre lo había llevado de la mano -a su hermano y a él- a la inauguración del Obelisco (año 1936). “Cuando empezó todo, nosotros ya estábamos”, me decía divertido mirándome por encima de los lentes. Horacio Ramos había crecido junto con el Centro, con el ensanche de Corrientes, con el auge comercial del Centro y la época dorada del tango, con los cabarets, los teatros, los bares, los cafetines, las academias… ¿Qué eran las academias, Horacio? “Eran lugares en donde uno iba a aprender a bailar. Antes de ir al cabarute o al salón, uno tenía que saber; si no pasaba un papelón”. ¿Qué había en la esquina de Uruguay y Viamonte, Horacio? “Ahí, en el edificio donde ahora hay un juzgado estaba la clínica Podestá. ¡Aquello era un lujo! Tenía mucho mármol y una cúpula de cristal”.
¿Y cómo era el Centro de Buenos Aires en los 50’? “Era una fiesta y un lugar de trabajo”, respondía Horacio. “Todo lo que producía el país se vendía en el Centro, y lo que venía del mundo también. Era impresionante la actividad comercial, con decirle que cada calle tenía su rubro… Bartolomé Mitre, por ejemplo, se dedicaba a las telas, una tienda atrás de otra, el paño que usted buscara, nacional o importado, lo iba a encontrar allí… Todavía quedan algunas calles con esa costumbre: Libertad, con las joyerías, Paraná, con los artefactos eléctricos… pero tienen menos negocios. Ahora la gente va al supermercado”. Horacio parecía volver con la mirada a las tiendas del 50´. ¿Y la fiesta? ¿Por qué me decía de la fiesta? “La gente trabajaba en los comercios o en las oficinas y después venía a los bares a tomar una copita… Entonces se distendía, contaba chistes. Algunos volvían a las casas y otros se quedaban. Iban al teatro o al cine, a bailar, al restaurant o al bodegón, a los cafés, las librerías, los billares… El Centro no cerraba nunca”. ¿Y Troilo?, ¿cómo lo conoció a Troilo? “Él trabajaba en el Tibidabo, un cabaret bacán que estaba en Corrientes entre Libertad y Talcahuano -ya lo demolieron-, y después de tocar pasaba por acá a tomar una copita. También venían Manzi, Discépolo, De Caro, Biondi, eran del barrio”.
El barrio, también conocido como Centro, se llama San Nicolás y tiene por ejes Corrientes y el Obelisco. Aníbal Troilo se fue del barrio en 1975. Alberto Ramos en 2011. Y Horacio Ramos -el otro galgo- se fue del barrio el 2013. El bar Los Galgos siguió a cargo de la señora de Horacio, de nietos y sobrinos, hasta que cerró ahora en el 2015. No se sabe qué pasará, si alguien comprará el fondo de comercio y seguirá con la tradición o si permanecerá cerrado. Tampoco se sabe si su condición de “bar notable” ayudará a salvarlo. Sólo queda la convicción entrañable de Troilo, la voz cascada sobre el tango, y la memoria colectiva: “Dicen que yo me fui de mi barrio… ¿Cuándo?, ¿pero cuándo?… Si siempre estoy llegando”.