Zoom Histórico. Dos cuadras de la calle Lavalle
por Gabriel Luna
Parte I
Viajaremos en el tiempo desde el siglo XIX hasta nuestros días en el espacio de dos cuadras de la calle Lavalle: desde Pellegrini hasta Esmeralda.
Y como las cosas no fueron como parecen, antes de viajar doscientos años, lo primero será considerar el nombre de las calles para entender el espíritu de la época. La calle Lavalle o la del valle, que sugiere apacibles paisajes de sierras o montañas, debe en realidad su nombre al general Juan Galo Lavalle, un granadero de San Martín y guerrero de por vida, que peleó en las guerras de la Independencia y después en las guerras de la “Dependencia”, entre unitarios y federales. Hasta que lo mataron en Jujuy, y su tropa debió llevar el cadáver a Bolivia para que no lo mutilaran los enemigos. Había entonces la costumbre de transportar las cabezas de los vencidos en maletines o enarboladas en lanzas, para amedrentar y afirmar el triunfo.
Antes de llamarse Lavalle, la calle se llamó Parque. Aquí sí parecería haber una intención bucólica y solaz de los vecinos, al bautizar la calle como un lugar arbolado propicio para el esparcimiento. Sin embargo, tampoco fue la intención. La calle se llamó Parque, porque conducía al Parque de Infantería y Fábrica de Armas -ubicado en la manzana ocupada hoy por el Palacio de los Tribunales- que suministró la artillería a los ejércitos emancipadores del Norte y de los Andes. La calle Suipacha -que está entre Pellegrini y Esmeralda- alude a la batalla de Suipacha, librada por el ejército del Norte contra los realistas en 1810. Y la calle Esmeralda, que sugiere la alegría cristalina de la joya, le debe su nombre a la fragata española apresada en el puerto de Callao en 1820, acción muy festejada en Buenos Aires, que coincide con el fin del poderío naval español en el Pacífico.
Como podrá apreciarse, los porteños de principios del siglo XIX estaban más interesados por las ideas libertarias, el romanticismo revolucionario y la guerra intestina, que por la introspección y el romanticismo estético.
En 1810 la ciudad de Buenos Aires terminaba hacia el oeste en la actual calle Pellegrini, más allá empezaba el Suburbio: las casas espaciadas, el Parque de Infantería, los cercos de pita, las quintas, los tunales, el campo. A diferencia con el Suburbio, la Ciudad tiene veredas para proteger al caminante de las calles anegadas por la descarga pluvial y del tránsito de jinetes, carros y carretas. Año 1818. La Ciudad y el Suburbio alojan 40000 habitantes. La calle Lavalle es de tierra, las veredas son de ladrillo y de distintas alturas, según la pendiente de la calle. En la esquina con Suipacha, las veredas tienen noventa centímetros de ancho y un metro de altura. Hay árboles en los interiores de manzana. Las casas son de adobe o de ladrillo y teja, con una planta y pocos ornamentos: algunas puertas labradas o las rejas de las ventanas, que a veces obstruyen el paso del caminante por la altura de las veredas.
En 1821, acabado el conflicto con España, llegan inmigrantes ingleses a comerciar, y crece el conflicto de poder e intereses comerciales entre el puerto de Buenos Aires y el Interior, que se materializará en dos bandos armados: los unitarios y los federales. Pero volviendo a nuestra calle, la altura de las veredas sigue siendo un incordio. Una tarde invernal, Josefa Martínez Whetherton tropieza embarazada con la reja de su propia casa en la esquina SE de Lavalle y Suipacha -junto a la actual pizzería Roma- y pare al día siguiente, el 26 de junio de 1821, a un personaje nefasto de la historia argentina: Bartolomé Mitre, descendiente de italianos y uruguayos y también producto de una caída en la vereda. Será unitario -es decir liberal-, anglófilo -Inglaterra era el imperio de turno-, y dedicará una mitad de su vida a las guerras, y la otra a la política, pasando por el periodismo, la literatura y la historia. Pero todo lo hará mal o de manera mediocre, salvo los negocios familiares: el diario La Nación es uno de sus engendros.
En 1828, el general Juan Lavalle, héroe de la Independencia toma la provincia de Buenos Aires mediante un golpe militar unitario, manda fusilar al gobernador Dorrego, y ocupa su cargo. Inicia así una larga y terrible guerra civil que acabará con el triunfo de los peores: los unitarios liberales, que entregarán el país a Inglaterra. Año 1829. El federal Juan Manuel de Rosas pone sitio a Buenos Aires. Lavalle, que está en inferioridad de condiciones, le ofrece la gobernación a San Martín para poner mano dura y continuar con el proyecto unitario. El Libertador, en un gesto que lo honra, declina el ofrecimiento “para no derramar sangre hermana”. Lavalle se retira a Uruguay y Rosas asume la gobernación, elegido por la Legislatura de Buenos Aires. Habrá resistencia y no será una administración pacífica.
En la mañana del 4 de mayo de 1840, recorre nuestra calle La Mazorca: un grupo de jinetes armados, temibles y cubiertos de gorros y ponchos rojos, que llevan como trofeos las cabezas recién cortadas de Francisco Lynch, Isidoro Oliden, Carlos Mason, y José María Riglos, unitarios que pretendían huir a Montevideo. La Mazorca (o “Más Horca”, como se decía entonces) era la fuerza de choque del régimen rosista. El grupo de jinetes, formado por Ciriaco Cuitiño, Leandro Alén (padre de Leandro Alem), Cirilo José Moreira, un español en extremo feroz (padre de Juan Moreira), Silvero Badía, y otros, se detiene en la mitad de la cuadra entre Esmeralda y Suipacha. Entonces el líder Ciriaco Cutiño, que está borracho, lanza una arenga contra los “salvajes unitarios”, dirigiéndose a una casa en particular. La casa -en la misma vereda que la de Mitre- pertenece a Mariano Biaus, un estanciero poderoso que había luchado con Lavalle en el golpe unitario de 1828. Rosas le embarga todos los bienes, y Biaus logra huir con éxito a Montevideo. Allí van los opositores al régimen, y allí el joven Bartolomé Mitre completa sus estudios militares, se casa con Delfina de Vedia y Pérez, y participa del Sitio de Montevideo mientras el general Juan Galo Lavalle muere en Jujuy. Es curiosa su muerte, los federales lo persiguen y Lavalle se esconde en cada pueblo, una patrulla lo busca en Jujuy, alguien dispara a una puerta, lo mata una bala que pasa a través de la cerradura. Esa es la versión oficial, otra apunta al suicidio. Y lo que no pueden hacer los federales con el cadáver lo hacen los propios unitarios. La tropa de Lavalle cubre sus restos con una bandera argentina y un poncho, y se dirige al norte en penoso viaje a través de la Quebrada de Humahuaca. Velan a Lavalle en una casa de Tilcara, descarnan el cuerpo casi putrefacto a orillas de un arroyo, entierran las partes blandas en una bolsa de cuero. Se llevan el corazón en un recipiente con aguardiente, los huesos lavados y puestos en una caja con arena seca, y guardan la cabeza en un tonel de miel para llevarla con facilidad y esconderla de los federales.
Año 1848. Se pone alumbrado de aceite, a mitad de cada cuadra, en la calle Parque y en las calles Suipacha y Esmeralda. Sobre la calle Parque, enfrente de la casa Biaus, vive doña Ventura Muñoz en un caserón con árboles frutales y 23 habitaciones que le sirven de renta. A continuación -yendo hacia Esmeralda- viven Miguel Galíndez, Juan Rodríguez; y después, hay una casa con tres patios de Victoria Olivera de Arana, la abuela de Dardo Rocha, que tiene por entonces diez años y juega en esos patios a ser soldado.
En 1852, Justo José de Urquiza (otro federal) derrota a Rosas en la batalla de Caseros. Rosas parte al exilio y vuelven a nuestras calles los unitarios exiliados en Uruguay, como Mariano Biaus -que reclama al nuevo Gobierno la restitución de sus bienes-, como José Mármol, el autor de la novela Amalia, y también vuelve Bartolomé Mitre, que rechazará el Acuerdo de San Nicolás propuesto por Urquiza -porque otorga iguales derechos a todas las provincias- y encabezará un alzamiento.
(Continuará…)
Muy interesante, estas publicaciones enriquecen a quienes queremos a Buenos Aires.
Nos enteran de la historia cotidiana de nuestras calles, nos hacen reconocerlas y se nos hacen mas entrañables.
También fue muy bueno el articulo sobre el bar Los galgos.
Muy interesante. Trabajo a una cuadra de Lavalle y Esmeralda y me encanta saber dónde estamos parados. Gracias