“Heinosuke Gosho: el melodrama como una de las bellas artes”
“Heinosuke Gosho: el melodrama como una de las bellas artes” es el título de una retrospectiva dedicada a ese cineasta japonés que integran doce filmes absolutamente inéditos en América Latina, que serán proyectados en copias de 35 y 16 milímetros, a partir de hoy y hasta el martes 13 de octubre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.
Organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, en colaboración con el Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón, el ciclo hace honor a Heinosuke Gosho (1902-1981), uno de los más importantes realizadores en la historia del cine japonés, activo desde mediados de los años 20 y hasta fines de los 60 y creador de un centenar de películas.
Gosho fue uno de los más prolíficos cultores del llamado shoshimin-eiga, término que se aplica a aquellos dramas familiares de las clases trabajadoras que directores como Mikio Naruse y Yasujiro Ozu hicieron propio en varias de sus mejores obras. Con una filmografía tan vasta y expansiva, Gosho supo navegar con buenos resultados otros géneros, desde la comedia física en sus primeras películas (muchas hoy desaparecidas) hasta el melodrama romántico en sus últimos años de actividad.
Heinosuke Gosho nació en Tokio el 1 de febrero de 1902, pocos años después del nacimiento del cine, hijo “ilegítimo” de un prominente empresario tabacalero y una geisha.
Su afición por el cine comenzó desde muy temprano y sus biógrafos afirman que los dos realizadores por los cuales sentía mayor predilección eran Charles Chaplin y el alemán Ernst Lubitsch.
En 1923 comenzó a trabajar como empleado en los estudios Shochiku, uno de los más antiguos del Japón, bajo el padrinazgo del realizador Yasujiro Shimazu, uno de los pioneros en la historia del cine nipón.
Luego de dos años de desarrollarse como guionista obtuvo su certificado de realizador en la misma empresa, debutando en ese rol casi de inmediato e iniciando una carrera que atravesará cinco décadas.
El cine de Gosho es usualmente caracterizado por una mirada humanista y, en palabras de Arthur Noletti –uno de los pocos teóricos occidentales que han escrito sobre él- es dueño de “una notable compasión y afecto por sus personajes”, además de un “consistente sentido de las injusticias, contradicciones y complejidades de la vida”.
Asimismo, y como ocurre con muchos de sus coetáneos en la industria cinematográfica japonesa, la filmografía de Gosho puede ser interpretada como una crónica de algunos de los cambios sociales, económicos y culturales que fueron teniendo lugar en el país con el correr de las décadas.
Los doce títulos que integran el ciclo, entre los que figura “La mujer de la niebla” (1936), revelan a un realizador de gran elegancia, un cineasta que nunca supedita el estilo a la narración ni hace de la puesta en escena un simple trámite para hacer avanzar la trama.