Dos cuadras de la calle Lavalle
Parte VI
por Gabriel Luna
A mediados del siglo XX surgieron en el país dos sectores antagónicos, peronistas y antiperonistas, que -como había sucedido cien años atrás con los federales y los unitarios- polarizarían la sociedad hasta alcanzar la violencia. Los peronistas eran de clase proletaria, obreros y peones relegados. Los antiperonistas eran de clase alta, capitalistas y terratenientes, pero también y sobre todo de una emergente clase media, que era lo que les daba número y peso político. Esta clase media, compuesta por empleados administrativos, pequeños comerciantes y profesionales diversos, tenía un fuerte antiperonismo identitario, hábilmente inoculado por la clase alta y la Iglesia.
Año 1950. La sociedad está enferma, dividida. En la calle Lavalle, una película sintetiza la polarización: “El puente”. Basada en una obra teatral de Carlos Gorostiza y con música de Alberto Ginastera, la película cuenta las diferencias y la ríspida relación entre una familia obrera y otra de clase media. No hay posibilidad de acercamiento hasta que algo los vincula: un obrero, el hijo de la primera familia, y un ingeniero, el padre de la familia de clase media, coinciden en la construcción de un puente. Es una metáfora muy lograda, porque el puente finalmente cae y ambos mueren. Tras la debacle hay una confusión. El cadáver del obrero es enviado a la familia de clase media, y el del ingeniero a la familia obrera. La película da cuenta de la polarización y el desastre, pero no alcanza. En 1951 llega la televisión, la primera transmisión es de un acto político, se realiza en vivo el 17 de octubre y Eva Perón pide a las masas defender a Perón de los enemigos del pueblo, habla de su salud quebrantada y de dar la vida por el pueblo y por Perón luchando contra la oligarquía. Fue su último discurso, Eva Duarte de Perón muere el 26 de julio de 1952 y en una pared, cerca de su lecho, aparece pintada la leyenda ¡Viva el cáncer! Tal es el grado de tensión entre los sectores. Ha caído otro puente.
Año 1953. Una encuesta del diario La Razón dice que el porteño prefiere el cine a otra diversión, y se refiere especialmente a la clase media. La calle Lavalle está asfaltada. En la esquina NE de Lavalle y Suipacha, donde estaba la tienda de Estebán Larco, hay un bar llamado Goya. Y enfrente, anunciada con un círculo de luces de neón rojas y verdes, resplandece la confitería Nobel -que había sido frecuentada por Eva Duarte-, un local de dos plantas donde se baila a partir de las 19 hs., en Lavalle 888. Pero la confitería cierra. La familia Magdalena prefiere alquilar el local antes que explotarlo. Y lo alquila a Víctor Hernáez, un gallego vinculado a una sociedad de trabajo especializada en gastronomía.
Estas sociedades, estructuradas como cooperativas, fueron fundadas por inmigrantes españoles e italianos que venían de las guerras y el hambre. Los primeros que llegaron, “con una mano atrás y otra adelante”, decidieron asociarse y dedicarse a la gastronomía (oficio no demasiado cualificado y capaz de mitigar las propias necesidades). Y los que seguían llegando, aprovechaban el vínculo de identidad y la experiencia laboral de los primeros. Argentina era entonces “El granero del mundo”, primera productora de alimentos.
El gallego Hernáez monta un kiosco de comidas rápidas, venta de panchos y sándwiches de milanesa, al paso, sin sillas ni mesas. Es un éxito. Pero la gente entre las funciones de los cines congestiona la puerta. Hernáez entonces invierte las ganancias, pone mesas, un horno pizzero. Y así empieza la historia de la actual pizzería Roma en Lavalle 888.
Año 1955. En mayo, la clase media, azuzada por la Iglesia, sale a la calle para oponerse a Perón. El 11 de junio, para la festividad de Corpus Christi, una multitud de más de 250.000 personas se nucleó en la Catedral y avanzó hacia la Casa Rosada y el Congreso haciendo desmanes, apedreando edificios públicos y diarios oficialistas, a los gritos de “Muera Perón” y “Viva Cristo Rey”. El 16 de junio, vuelve el horror de la guerra, aviones de la marina -bajo el lema de “Cristo vence”- bombardean un acto político peronista en Plaza de Mayo. Hay 364 civiles muertos y miles de heridos. Por primera vez en su larga historia, la Plaza se convierte en un campo de batalla, un campo sin soldados, de muertos, gritos y escombros, humo negro, ambulancias, mutilados. A la noche, grupos peronistas miran al cielo -no están los aviones- y van a quemar iglesias. Esto fortalece el arco opositor, sectores laicos de estudiantes y partidos políticos se unen al movimiento liderado por la Iglesia, Perón quiere poner paños fríos pero ya es demasiado tarde, la asonada continúa en la ciudad de Córdoba, encabezada por el general Lonardi, y el gobierno constitucional de Perón es derrocado por el ejército el 16 de septiembre. Asume como presidente del régimen Lonardi y el 13 de noviembre es sustituido, mediante golpe palaciego, por el general Aramburu.
Diez días después, el 23 de noviembre, Aramburu ordena el secuestro y la desaparición del cadáver de Eva Perón, que está embalsamado y en exhibición en la sede de la CGT. Un comando a la orden del teniente coronel Moori Koenig cumple el insólito mandato. Y el cuerpo, como bandera de luchas, reivindicaciones y odios, se convierte en brasa, en un cadáver itinerante -como el del general Juan Lavalle, hace más de cien años atrás- (1), y recorre las calles de Buenos Aires encubierto en una furgoneta de florería, pasa por altillos, por el despacho de Koenig, donde se exhibe en posición vertical, es escondido en Italia (con la complicidad de la Iglesia), se entrega a Perón en España en 1971, y finalmente -como ocurrió con el cuerpo de Lavalle-, descansa, desde 1976, en el cementerio de La Recoleta en la ciudad de Buenos Aires.
(Continuará…)
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1. Ver “Dos cuadras de la calle Lavalle”, Parte I, Periódico VAS.