El mismo amor, la misma lucha

por Mabel Bellucci (1)

Por más de veinte años Claudina Marek (1947-2016) fue la compañera de vida y amiga para siempre, con convivencia incluida, de Ilse Fuskova. Todo comenzó en 1991 cuando la vio en aquel famoso almuerzo de Mirtha Legrand, mostrándose orgullosa de su lesbianismo. Entonces la buscó con pasión hasta encontrarla. Viajaron varias veces a Europa y juntas escribieron el libro “Amor de mujeres El lesbianismo en la Argentina hoy”, editado por Planeta, en 1994. Durante los tumultuosos noventas, ambas activaron intensamente con Carlos Jáuregui y su colectiva Gay por los Derechos Civiles. El 30 de enero de 2016 Claudina murió postrada en una cama en su pueblo natal, Diamante, en Entre Ríos. A modo de homenaje, publico este testimonio sobre su filiación político/afectiva tanto con Carlos como con Ilse. Fue en la primavera de 2008 cuando nos encontramos en el café Los Angelitos, a pocos pasos del Congreso. Esa cita acabó en este recuerdo.

A Carlos Jáuregui lo conocí en el departamento de la calle Paraná, en 1992. Me invitó Ilse, ya vivíamos juntas. En ese momento, él estaba haciendo un video sobre militantes argentinos. Tenía una camarita y me filmó. Justo mi testimonio coincidió con que ella se mostraba en televisión. A diferencias de Ilse, yo no podía exponerme por mi trabajo. Estaba en la escuela 49 y 46 en Torcuato, provincia de Buenos Aires.
Recuerdo que mi participación con Carlos fue en la Primera Marcha del Orgullo Lésbico-Gay, de junio de 1992. Parecía un chico, él se divertía con las cosas que hacía, era muy inocente. Fue de noche y con un frío terrible, tres grados bajo cero. Esa tuvo un recorrido diferente de las otras que siguieron: empezó en Congreso y terminó en Plaza de Mayo. Usé una máscara, aún no me atrevía a dar la cara.
Después vino el encadenamiento frente a la Nunciatura. Allí, Ilse estaba engripada y la reemplacé pero Carlos me pidió que fuese descubierta. A partir de esa actividad, no volví a cubrirme más. Cuando yo me presenté como lesbiana me cambian de la escuela donde estaba a una biblioteca sin ningún comentario, era una acción encubierta. La gente pensaba distinto a las autoridades escolares. Por ejemplo, padres y madres de mis alumnos me aplaudían por mi decisión. En el camino, hubo otras mudanzas laborales hasta que terminan reflotando un accidente que tuve y deciden jubilarme. La pérdida del trato con los chicos fue muy duro para mí.
Mientras tanto, Ilse y Carlos atropellaban al mundo. Eran mis maestros, yo estaba deslumbrada. La militancia se mezclaba con juegos, disfraces. Después vino nuestra ceremonia de casamiento en la iglesia de la comunidad; entre los invitados él estaba primero. Conmigo no hablaba de religión, lo hacía con ella.
Con nosotras tenía una relación muy especial, en especial con Ilse. Para ambos era una alegría reencontrarse. Aunaban los discursos en el momento. Los tres juntos viajábamos mucho. En Córdoba y en Corrientes participamos en debates televisivos. Si yo me ponía a discutir y me metía en un brete, sabía muy bien que ellos estaban para resolverlo. Él no era nada egoísta en compartir espacios en los medios. En 1995, Nexo organizó como siempre su fiesta de fin de año. Allí, Carlos me hizo entrega del premio de la visibilidad. Fue toda una sorpresa, estaba feliz que él me lo diera. Las feministas me criticaron porque estar orgullosa de ese gesto.
Ilse le hablaba mucho y le marcaba su machismo. Por ejemplo, intervenían juntos en un programa y enseguida revisaban la grabación para que la vez próxima se evitara repetir comentarios sexistas o exposiciones demasiado largas por su lado. Mientras tanto, Carlos acostumbraba a dar al aire el número de su teléfono y del fax. Así, se pasaba todo el tiempo respondiendo las llamadas de gente desconocida como de periodistas. Tenía mucha paciencia.
Le gustaba inventar situaciones posibles, fáciles de organizar y darle el rumbo exacto. Creo que la espontaneidad, la lucidez era su fuerte. Ante la cosa nueva que iba apareciendo, de inmediato, él la incorporaba y trataba de convencer hasta lograr un consenso. Primero fueron las travestis, luego las transexuales. Mientras yo me oponía, me costaba entender, ellos dos se abrían para todos. Siempre estaba pensando las estrategias para ampliar el espacio de lo que se llamó comunidad.
Me acuerdo que las primeras travestis que se integraron a las actividades, había que acompañarlas hasta la parada del colectivo para que la policía no las detuviese. Hacia 1995 se incorporaron una cantidad enorme de ellas.
Una vez, María Rachid iba al departamento de Paraná y vio que llevaban detenidas a un grupo de chicas, entonces por celular se comunicó con medio mundo y para frenar al patrullero, se le tiró encima. Y se terminó el operativo.
También tanto Carlos como Marcelo Ferreyra seguían desde las veredas las movilizaciones para el 8 de marzo o las campañas por el día de la despenalización del aborto. Recuerdo que cuando se produjo el atentado contra la AMIA, a él se le ocurrió usar un triángulo rosa junto a la estrella de David. Cuando nos vieron llegar así, algunos nos increparon. Carlos se encargó de explicarles que lo nuestro respondía a retomar la identificación que les colocaban los nazis a los homosexuales en los campos de concentración. Acordaron sin problemas.
Para Carlos los medios eran importantes. Tenía un sentido de la oportunidad muy calibrado: sabía los horarios de los principales programas de televisión, a que franja debíamos abrirnos, armaba una excelente relación con los periodistas.
Al principio de su activismo, él no usaba computadora, se manejaba con la máquina de escribir. Al poco tiempo le enseñan y ya fue otra historia.
Como era cuidadoso con su entorno, con sus amigos, responsable en la militancia; no se puede decir lo mismo con su vida privada, en especial, con su salud. Negaba la posibilidad de su muerte. Tenía una pulsión entre vivir y morir muy fuerte.
Nadie era capaz de preguntar nada, nosotros, todos, sacábamos el sida del contexto. No podíamos ver su deterioro. Se impuso con el silencio.
Puedo decir que en los cuatro años que lo conocí, fue el mismo. Pero si ahora le tendría que reprochar algo, era su falta de compromiso con el propio cuidado. Si tengo que definirlo, para mí fue como un Che Guevara, con un final trágico. Todavía, guardo tristeza de haber perdido a este amigo.

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  1.  Activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Gino Germani-UBA. Autora Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo

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