NO es NO

La llovizna se tornó intensa y helada a las 20 horas del jueves 14 de julio. La gente empezó a rodear el Obelisco. Hacer ruido era la consigna. Y se hizo ruido. Tachos, cacerolas, bocinas, pitillos. Indignación mucha indignación. La protesta fue masiva, se reprodujo en todos los barrios de la Ciudad y en todo el país. El motivo: el exacerbado aumento de las tarifas de agua, gas y electricidad aplicado por el Gobierno Nacional. Vecinos, comerciantes, agrupaciones políticas,  sociales, asambleas vecinales, todos se congregaron en un solo grito: “Macri: Pará la Mano”. Y ni la lluvia ni el frío pudieron frenar la bronca. Y otra vez, como desde hacía mucho tiempo no pasaba, las calles se llenaron de pueblo.

El ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren es uno de los blancos de los carteles caseros, pancartas  y gritos que piden su renuncia. El otro es Macri.

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Panorama

El desmesurado aumento de las tarifas, La creciente inflación (que en junio midió 3,1% y en lo que va del año acumula el 49%), el aumento del transporte y el desempleo, son la causa que hacen que peligren las condiciones de vida digna de los ciudadanos.
Alberto Barba, del Movimiento en Defensa de los Derechos de los Consumidores y Usuarios de la Ciudad de Buenos Aires (MODECUBA), da cifras: “el consumo de productos básicos cayó en el primer semestre un cuarenta por ciento”. Entre los productos que más se dejaron de consumir están los lácteos: “Cuando ya no le podés comprar leche a tus hijos, estamos hablando de una situación gravísima. Te doy un ejemplo: en el barrio de Almagro hay escuelas donde los chicos van a comer, los lunes piden ración doble porque llegan muertos de hambre. Esta es una política nacional que al igual que el menemismo apunta a bajar la inflación limitando el consumo. Y los tarifazos limitan aún más el poder de compra de la clase trabajadora”, explica.

 

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El ruidazo

“Macri, el Tarifazo es un crimen de Lesa Humanidad”, reza un cartel que porta un joven, delgado y empapado por la llovizna. Lo levanta, lo sostiene hasta cuando las letras comienzan a desteñirse. No se va.

Beatriz, docente jubilada, llega a la convocatoria con tres amigas. Son docentes en la provincia de Buenos Aires y temen que Vidal no cumpla la promesa de las nuevas paritarias docentes. “Qué se vayan todos, que no quede ni uno sólo”, grita Beatriz y golpea una lata desvencijada.

«Muchas familias estamos en patas y en remera. Nuestros hijos no tienen ni para abrigarse ni para ponerse zapatillas, nuestros sueldos se nos van en pagar las tarifas», dice Sonia, que resiste con sus tres hijos en la Plaza de la República. Lleva elementos de cotillón: bocinas y pitos para hacer ruido. Vive a ocho cuadras del Obelisco.

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Rubén y Olga son una pareja de jubilados que vive en el barrio de Recoleta «han llegado boletas de gas de más de 2000 pesos, nos estamos gastando los pocos ahorros que tenemos poder mantenernos”, dice Rubén. En tanto Olga hace sonar una bocina de bicicleta con insistencia.

El restaurante  donde trabajaba Guillermo cerró sus puertas en marzo. Dejó a todo el personal en la calle.  «Esta política económica  nos está matando», dice. Reclama por trabajo,  reclama por justicia.

Inés, tiene un comercio en la calle Talcahuano «Me arrepiento de haber votado a este Gobierno. Lo hice porque proponía un cambio, pensé que ese cambio iba a ser para bien, para que la economía repunte. Y mirá cómo estamos ahora: en la calle, pidiéndole que pare la mano. Es de locos”, dice.

La llovizna persiste helada. La gente resiste el frío y la humedad. A las 21 horas avenida Corrientes está cortada desde Callao. Una muchedumbre avanza hacia el Obelisco. Sobre las calles linderas el ruido de cornetas y bocinazos saluda su llegada.

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