
Teatro Abierto, un símbolo de la resistencia político-cultural.
Teatro Abierto fue el primer movimiento de resistencia cultural contra la última Dictadura militar, uniendo a 20 autores, 20 directores y más de 250 actores y técnicos para reivindicar una escena nacional denegada, convirtiéndose en un acontecimiento de resonancia política que superó las ambiciones de sus impulsores.
por Cristina Peña
El Movimiento del Teatro Abierto surgió como una respuesta cultural a la dictadura militar en Argentina, ejerciendo una gran influencia en la sociedad. Dos acontecimientos impulsaron a la comunidad teatral a buscar una respuesta que resultó en Teatro Abierto: la eliminación de la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), un centro tradicional de formación teatral, y la declaración del director del Teatro San Martín, Kive Staiff, a un medio, quien al ser preguntado por la ausencia de dramaturgos argentinos en las salas oficiales, respondió: “¿de qué autores? Si no hay autores argentinos”, palabras que fueron publicadas por el diario Clarín.
Las reuniones iniciales que dieron origen a Teatro Abierto se llevaron a cabo en el bar de Argentores, con la participación de autores como Osvaldo Dragún, principal promotor del evento, Carlos Gorostiza, Ricardo Halac y Tito Cossa, entre otros. Esta iniciativa buscaba contrarrestar la negación del teatro argentino promovida por el Estado. Mientras que primer ensayo público, que llenó la sala con tres obras diarias, se realizó el 28 de julio de 1981 en el teatro Picadero. Días después, entre el 5 y el 6 de agosto, este espacio fue incendiado por un grupo vinculado a la Marina. Este evento convocó a una asamblea pública donde participación Adolfo Pérez Esquivel, recientemente galardonado con el Nobel de la Paz, y Ernesto Sábato, quien propuso trasladar las actividades al teatro Tabarís de la avenida Corrientes, con capacidad para 700 personas. Durante los siguientes tres meses, las funciones del nuevo teatro tuvieron lleno total.
“Teatro Abierto fue una respuesta a la dictadura que negaba el teatro argentino. Muchos actores y directores, prohibidos y utilizando seudónimos, enfrentaron censura y autocensura. Así surgió la idea, impulsada por Dragún, de presentar 21 obras cortas de 21 autores, tres cada día de la semana”, relataba en una entrevista Rubens Correa, miembro del grupo original y director de “Lobo.. ¿estás?» de Pacho O’Donnell en esa primera edición.
Algunas de las 20 obras presentadas en ese ciclo fueron: “Gris de ausencia” de Cossa, “El acompañamiento” de Gorostiza, “Lejana tierra prometida” de Halac, “Papá querido” de Aída Bortnik, “La cortina de abalorios” de Ricardo Monti, “Decir sí” de Griselda Gambaro y “Tercero incluido” de Eduardo Pavlovsky.
Por su parte, Gonzalo Demaría, escritor de “Tarascones”, “Deshonrada” y “El acto gratuito”, señalaba entonces que, más allá de su fuerte carga política, Teatro Abierto aborda un antiguo conflicto del teatro nacional que se remonta a principios del siglo pasado, originado por una polémica entre Mariano Bosch y Vicente Rossi. Rossi afirmaba que el teatro argentino, con autores, actores y público nacionales, comenzó con los hermanos Podestá, mientras que Bosch lo negaba. Para este autor, Teatro Abierto pone fin a esta controversia al demostrar que el teatro argentino persistió a pesar de la dictadura que lo reprimió y un incendio que intentó silenciarlo; es un símbolo que reafirma la existencia del teatro argentino.
Teatro Abierto fue una experiencia única en el mundo, un movimiento estético-social que movilizó a un público silenciado. Surgió de un robusto movimiento de teatro independiente que comenzó en la década de 1930, cuando Leonidas Barletta funda el Teatro del Pueblo en noviembre de 1930, tras el golpe de Uriburu que derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen. Este legendario dramaturgo estaba convencido que los actores deben expresar lo que creen, no lo que dictan los empresarios, y que para ello deben autogestionarse y tener sus propias salas. Esta iniciativa actuó como la chispa que encendió proyectos artísticos similares. Para 1938, ya existían más de 20 compañías autogestionadas, lo que dio lugar a un teatro argentino que opina y se autogestiona, condiciones esenciales para el surgimiento de Teatro Abierto, que representa una continuación del mejor teatro independiente. La capacidad de producir 20 obras nuevas con 20 escenografías y elencos en poco tiempo y con escasos recursos fue posible porque esa autogestión estaba profundamente arraigada en la tradición del teatro argentino.
Pompeyo Audivert, actor, director y autor, describe a Teatro Abierto como un movimiento artístico y cultural que surgió como respuesta a la Dictadura, generando un impacto mucho mayor en otras artes y en la esfera política de lo que sus creadores imaginaron. Lo califica como una fuerza de choque, un piedrazo en el espejo de la sombría realidad impuesta por el poder cívico-militar a través de la violencia. Para el artista, el teatro es una asamblea metafísica. En este sentido, Teatro Abierto funcionó como una asamblea antihistórica, pues su mera existencia desafiaba el frente histórico a través de sus formas de producción. También representó el regreso de fuerzas revolucionarias que, diezmadas, volvían a la escena enmascaradas y convertidas en pura poesía, trayendo un influjo de otredad.
Teatro Abierto, surge así como una expresión sintética de fuerzas históricas que tomaron conciencia y actuaron, representó una poderosa contraofensiva cultural que superó las expectativas de sus promotores, convirtiéndose en un espacio de resistencia de carácter político-artístico. Otro de los elementos presentes en la experiencia de Teatro Abierta fue el modo, transversal, desorganizado, a momentos caótico, democrático, asambleario como se gestó y se llevó adelante.
Los relatos de los teatristas que participaron en aquella resistencia artística y política reflejan un profundo sentido de humanidad, valentía y un espíritu de lucha colectiva. Son voces evocan aquellos días como un esfuerzo arriesgado que desafiaron a las fuerzas despóticas del silencio, que siempre son brutales. La poderosa metáfora del primer Teatro Abierto de 1981, ante la tragedia de un teatro incendiado, muestra cómo el propio teatro encendió una apasionada multitud de creadores y espectadores.
Impulsado por hombres y mujeres que unen sus voluntades para contrarrestar las irracionalidades de una realidad a menudo perversa, el teatro en tanto acto humano es invencible. Por esta razón, cualquiera que ocupe un cargo debería temer la fuerza redentora de lo teatral, que nunca cede ante la falta de sinceridad o nobleza. El gesto político de Teatro Abierto fue fundamental para cultivar una ética de resistencia que aún resuena en el teatro independiente contemporáneo, demostrando que incluso ante una realidad depredadora, el teatro puede utilizar la actuación, la poesía y el humor para desafiar lo real.
El productor Sebastián Blutrach comprendió en 2011 la importancia de la sala del Picadero, que compró tras su incendio en 1981 y reabrió en 2012. En los momentos de Teatro Abierto, con solo 13 años de historia, evidenció la conexión constante entre la política y el arte, especialmente en el teatro. “De esto surge una gran fuerza en la comunidad teatral para manifestarse y dejar clara su postura; el teatro argentino se resignificó, creando una herencia de compromiso artístico e ideológico y la capacidad de unirse”, afirma Blutrach, sobre su sala y destaca que la programación en el Picadero está íntimamente ligada a su historia y al simbolismo que representa para la comunidad teatral.