La culpa es de “los otros”
“Naturalmente, los peruanos son estafadores, los chilenos punguistas, los bolivianos coqueros y analfabetos. Ah, ¡qué suerte ser argentino! ¡Qué bueno ser rubio y de ojos celestes! Igualitos a Menem. Igualitos a Dios.
¿Qué reclama un racista? Casi nada: que exista otro más débil que él. Le pueden quitar todo a un valiente argentino, menos la nacionalidad. Y si el único orgullo imperdible es ése, ¿por qué no esgrimirlo como un mérito, como una amenaza? Fatalidad o bendición, la condición nacional conoce una sola manera de alzarse por sobre su pequeñez: ser propietario. Y eso es lo que no pueden lograr los indocumentados, los colados que trabajan por cincuenta pesos y el plato de sopa. Esa gente, que no es gente para el que la explota, sirve de ejemplo: cuanto peor le va, más consuela a los desdichados que tienen derecho a votar.
El ansia del pequeño propietario de llegar a las páginas de Caras es proporcional al miedo de terminar en una villa.
Cuentos de gallegos y chistes de judíos son la medida expresable de nuestra xenofobia.
Ahora son los bolivianos. En una de ésas ni hablan castellano. Trabajan de sol a sol y más. Llega la policía y ¿a quién se lleva? A ellos. Los que siempre violan la ley son los negros”.
Osvaldo Soriano, Página 12, diciembre de 1994.
La culpa es de “los otros”
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por Rocío Bao
Y sí, la discriminación parece ser una constante del argentino, una postal de nuestra miseria mejor expresada y exaltada, eso sí, disfrazada y justificada con distintos argumentos: que los negros son sucios, “negros de alma” y vagos, ignorantes, que los villeros roban, asaltan, arrebatan, que los judíos son avaros, ricos y cerrados, que los bolitas, los paraguas, los peruanos y demás inmigrantes mestizos o con rasgos indígenas son lumpen, vienen a robar o son narcotraficantes… Y que por eso, la culpa de todos los males, “de todo lo que me pasa”, parece decir el argentino ‘intachable’, “la tienen ellos: los otros”.
El gen argento
¿La discriminación es una característica del argentino?, pregunta Periódico VAS al psicólogo social Alfredo Moffatt, uno de los terapeutas más lucidos y que más tiempo ha trabajado en el campo nacional de nuestra salud mental. Moffatt señala a “la depresión y la soberbia como dos rasgos unificados del argentino, que a la larga terminan en la discriminación”. Y pasa a explicar.
“Hay un instrumento cultural que define y organiza la defunción argentina: el tango. El tango es un folklore que tiene que ver con la pérdida, en la pérdida que también está originada por la inmigración. Además, -dice riendo- somos europeos, y resulta que estamos lejos de Europa, Somos blancos pero estamos rodeados de indígenas. La idea es bastante desastrosa. Entonces, ¿qué hace el depresivo? El depresivo tiene un sentimiento de no valoración, y ¿cómo lo supera? con la soberbia para compensar eso, porque si no nos tendríamos que suicidar todos. Entonces el tema es ese, la soberbia”.
Ni gauchos, ni negros, ni pobres
Moffatt recuerda uno de los puntos de inflexión en Argentina, la fecha que define como gloriosa para el país: 17 de octubre de 1945. El día que la masa obrera reclamaba el regreso de Juan Domingo Perón.
“Ese año, el candidato a vicepresidente por la Unión Democrática, Enrique Mosca, se refirió a los seguidores de Perón como ‘turba enardecida, hordas analfabetas e instintivas, salvajada y furia indígena alcoholizada’, entre otras calificaciones, a la vez que caracterizaba a los suyos, los radicales, de poseer ‘jerarquía del espíritu, sabiduría y pureza de la dignidad, majestad de nuestro patriotismo’. Moffatt recibe el asombro de esta cronista y lanza una pregunta.
“¿Y si vamos un poco más atrás en la historia argentina? Domingo Faustino Sarmiento, el ‘padre del aula’, manifestó hasta el cansancio su desprecio contra el gaucho y el indio americano, una duda lo corroía: ‘¿Lograremos exterminar los indios?’ Y a quien quisiera oír le decía: ‘Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar’.
“Y definía en el Congreso: ‘Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gente decente. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara, ni gauchos, ni negros, ni pobres’”. Ese era Sarmiento, el prócer que instaló la educación europea en el país: para disciplinar la mano de obra y facilitar la extracción de materias primas hacia las metrópolis.[1]
Los medios, como siempre, en el medio
Días atrás, ante el desalojo violento de los manteros ubicados en la avenida Pueyrredón, en el barrio porteño de Once, el diario La Nación titulaba en una de sus notas “Manteros vs comerciantes” e invitaba en otra nota a ver lo linda que había quedado la zona tras la “liberación” de los manteros y cómo “las veredas de la avenida Pueyrredón se ven libres para los transeúntes y las calles vacías se preparan para el arranque de las obras prometidas”.
“El tema es el siguiente -explica Moffatt-: el diario, la radio, o la televisión depende no de los manteros sino de los dueños, porque un mantero no puede sostener un canal de televisión. El mantero es consecuencia de la pobreza. E incluso, también es consecuencia de la pobreza que un chico de 14 años esté afanando, porque no tiene otra. Así me lo dicen a mí, ‘no tenemos otra’. Y nunca dice ‘voy a afanar’, te dice ‘voy a trabajar’ -Moffatt se detiene, los ojos asombrados, la barba blanca larga y espesa-. Yo trabajé mucho tiempo con pibes de la calle, con gente en condición de calle. Es como la desesperación, ¿te das cuenta? Porque me decían: ‘yo quiero laburar, honestamente, entonces voy, me preguntan el domicilio, y qué le digo? ¿La dirección mía en la villa sabés cuál es? Oscuridad número tanteando’”.
El mensaje político y “los otros”
Moffatt sostiene que “el poder define quién está discriminado”. Y si hablamos de poder, también hablamos de política y de empresarios amigos.
Ejemplo reciente de ello es la violenta represión al pueblo mapuche en territorio nacional, que dejó en evidencia una vez más que el poder maneja la dirección de las balas. Benetton tiene privatizadas 900 mil hectáreas de la Patagonia argentina, y así y todo, aún se puede leer y escuchar a muchos argentinos que con exacerbado nacionalismo sostienen que los mapuche son únicamente chilenos, “que se vayan a reclamar tierras a su país”, dicen, pero a Benetton no le dicen lo mismo. Pareciera que en realidad lo que molesta es el origen del inmigrante y su característica, no la apropiación. O lo que es peor, les fastidia aún más la apropiación de la tierra cuando proviene de inmigrantes de países limítrofes o de villas.
En esa línea, de apropiación y delito, días atrás el presidente Mauricio Macri firmó un decreto para expulsar a delincuentes extranjeros, endureciendo de ese modo, la ley de migraciones existente. Un comunicado de Amnistía Internacional señaló al respecto: “Alarma a esta organización internacional el establecimiento de una política regresiva que introduce impedimentos para el ingreso y permanencia de migrantes en el país, acelera los trámites de expulsión reduciendo las garantías procesales de las personas, vulnera el derecho de defensa, elimina la unidad familiar como condición para evitar la expulsión y restringe el acceso a la nacionalidad argentina”.
Además, desde la Organización se enviaron cartas a los embajadores de Bolivia, Perú y Paraguay “en relación a las recientes manifestaciones públicas de la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, que de manera discriminatoria y generalizada, vinculó a la población migrante de origen boliviano, peruano y paraguayo con la droga y el narcotráfico”.
El diputado nacional del bloque Salta Somos Todos, Alfredo Olmedo, no se quedó atrás: “Hay que hacer un muro en la frontera con Bolivia», dijo en una entrevista en televisión, y aseguró que coincide «en todo» con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
En épocas de refuerzos y construcciones de muros de material, un muro invisible pero sólido en Argentina se alinea desde el arco político y se impone en un contexto cada vez más propicio para la xenofobia.
El mapa de la discriminación
Según un informe publicado por el Instituto Nacional contra la Discriminación, Xenofobia y el Racismo (INADI) sobre la discriminación, “al hacer referencia a los principales tipos de discriminación experimentados en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), la discriminación por ser migrante o por nacionalidad aparece en primer lugar con el 39% de la población que indicó haberla experimentado, 15 puntos por encima de la media nacional. En segundo lugar aparece la discriminación por color de piel con el 18%, porcentaje similar al nivel nacional, seguida por la discriminación por situación o nivel socioeconómico con el 17% en la CABA, mientras que a nivel nacional este tipo de discriminación es el principal con el 27%”.
El Mapa de la Discriminación resalta que “si bien la discriminación hacia los migrantes se da en todo el territorio de la CABA, se registra un mayor porcentaje de discriminación hacia ese ‘otro’, que se asimila como extranjero, entre las personas encuestadas en el sur de la Ciudad. Los residentes de ésta área experimentan la discriminación por ser migrante en 11 puntos más que los habitantes de la zona norte de la Ciudad. Esta localización territorial de la experiencia de discriminación se da por ser migrante principalmente, pero también por el nivel socioeconómico y el aspecto físico de las personas”.
Poder y discriminación
¿La discriminación esconde miedo, odio o ambos?, le pregunta Periódico VAS a Alfredo Moffatt, y él se toma un tiempo y responde: “Miedo sí, más que todo es miedo y no odio, porque el odio no sirve, es miedo. El odio es para justificar, desde el poder, al exterminio o la explotación. Son inferiores, perjudiciales, entonces no sirven como ciudadanos. Los negros se vendían como esclavos o como animales, ¿no? La discriminación es algo ancestral. Los humanos son jodidos, eh.” Moffatt se detiene, mira a esta cronista para asegurar su atención, medir la recepción de lo que va a decir, y dice.
“La discriminación se inventó porque es útil para algo: para someter. Vos no podés someter si antes no discriminás, ¿te das cuenta? Y además, no podés tener autoridad sin discriminar. No es un sentimiento gratuito, es una parte importante del poder. Para justificar el poder, los demás son inferiores. La discriminación es un invento del poder, porque sino ¿cómo se entiende que todos los que son pobres sean malos, peligrosos, vagos?”, concluye Moffatt.
Alfredo Moffatt. Nació en Buenos Aires en 1934. Fue discípulo de Enrique Pichón Rivière. Director de la Escuela de Psicología Social para la Salud Mental. Titular de la Cátedra Terapia de Crisis en Grupo de Riesgo en la facultad de Psicología de la UBA. Es autor de Estrategias para Sobrevivir en Buenos Aires (1967), Psicoterapia del Oprimido (1974) -libro usado en numerosas universidades latinoamericanas-; Terapia de Crisis (1982) y En Caso de Angustia Rompa la Tapa (2004). Creó experiencias terapéuticas alternativas: La Peña Carlos Gardel en el Hospital Borda; el grupo Cooperanza, que derivó luego en Radio La Colifata y los espacios de atención terapéutica gratuita: Bancadero, Bancapibes y Bancavida, este último creado para darle contención psicológica a las víctimas de Cromañón. Hace más de diez años puso en marcha Las Oyitas, un emprendimiento alternativo de autogestión en La Matanza, organizado con las madres de la villa, que da de comer a más de 500 niños.
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[1] Ver más precisiones sobre este tema en la nota “La Patria Educativa”.
Moffat, bravo maestro, un genio total
Alfredo Carlos Moffatt, la vanguardia en la Psicología Social
Soy estudiante de Acompañamiento terapéutico,estar conociendo a Moffat ,me revoluciona el alma ,la Conciencia,es un groso de la vida,su frase » sin plata y sin permiso .
,se puede transformar una sociedad»me moviliza ,me inspira,psicología social será mí próxima meta…gracias Moffat x ser una inyección de esperanza de futuro y ejemplo a seguir