La carpa, los maestros, la policía, el reduccionismo, el pescado podrido y tu libertad
por Mariane Pécora
Miguel Acuña, Juan José Mauro, Pablo Aschero y Carlos Díaz son los nombres de los docentes que anoche, a fuerza de palo y golpe, fueron detenidos en Plaza de los Dos Congresos cuando intentaban instalar una carpa que oficiaría de Escuela Itinerante.
Domingo gris sobre Buenos Aires. Otoño, lluvia y sudestada. Un grupo de docentes comienza a armar la estructura de una carpa en la Plaza de los Dos Congresos. Llueve a cantaros, ellos soportan el agua con capas de naylon. Trabajan, quieren tener lista la Escuela Itinirante para el lunes, quieren desde ahí, interpelar a la gente, explicar el reclamo de los docentes. Han hecho una tregua con los paros y ven en esta alternativa un desafío creativo para visibilizar su protesta. Son hombres y mujeres de trabajo, que dejan a sus familias para demandar por sus derechos. Son docentes, maestros, educadores públicos. Son madres y son padres. Son quienes les enseñan a tus hijos a leer en la escuela y a luchar en las calles.
Cuando las pocas luces del día se retiran, aparece la Policía de la Ciudad. Exige que desalojen el lugar, esgrime la excusa de que no existe ninguna autorización del Ejecutivo de la Ciudad que les permita armar la carpa, aula, escuela. Los maestros se niegan a abandonar la plaza. Discuten, y de repente aparece un escuadrón policial armado hasta los dientes: con escudos y cascos y gases lacrimógenos y palos de abollar ideologías y gas pimienta. Emulando a los guerreros del medioevo forma una hilera impenetrable de escudos para enfrentar a docentes que llevan como único escudo un guardapolvo blanco. Hombres y mujeres que enseñan a escribir y a sumar a los hijos de los policías que les reprimen.
Los uniformados arrojan gas pimienta en los ojos de las maestras, muelen a palazos a los maestros, arrastran por el piso a profesores, detienen a cuatro hombres que se les enfrentan. Luego de dispersar a los revoltosos van por el motín: custodian celosamente que nada ni nadie continúe el armado de la escuelita itinerante.
Desde el asesinato del maestro Carlos Fuentealba en 2007 durante una protesta docente en la provincia de Neuquén, nunca se había registrado un episodio de violencia semejante sobre docentes por parte de un gobierno democrático.
Hay llantos, gritos, insultos y también, por suerte, redes sociales. En pocos minutos las imágenes de la represión corren como en un reguero de pólvora. Todos se enteran. Todos nos enteramos de lo que está sucediendo. Golpeados y golpeadas los y las docentes resisten en el lugar. Y pronto comienza a llegar gente para solidarizarse, los maestros se fortalecen en su debilidad y los policías ponen cara de póquer. Llega la televisión y los políticos comienzan a desesperarse por hacer declaraciones de repudio. Y llega el repudio de cientos de organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, de docentes, de profesionales, de vecinos, de sindicatos.
El escándalo va in crescendo y para justificar la violencia un Jefe policial asegura que le robaron el celular durante el operativo de represión. Nada más ridículo. El escándalo va in crescendo y el Gobierno nacional hace como que se desentiende del asunto y responsabiliza a la gestión de Larreta en la Ciudad. El escándalo va in crescendo y una funcionaria del gobierno de la ciudad: Clara Muzzio, subsecretaria de Uso del Espacio Público porteño, hace declaraciones a la siempre oficialista agencia de noticias Télam. Dice que los docentes que pretendían armar una carpa «no tenían permiso», y que, ante esa situación, sus inspectores dieron aviso a la policía como parte de «un procedimiento normal». El escándalo va in crescendo y Diego Santilli, vice jefe de gobierno porteño, dice que la Ciudad de Buenos Aires está dispuesta a otorgar el permiso correspondiente para instalar una «Escuela Itinerante» en el espacio público si los peticionantes cumplen con todas las condiciones de seguridad y administrativas necesarias. Es decir, contratan un seguro carísimo y siguen el entramado burocrático que ni las empresas que organizan eventos públicos con fines de lucro, se atreven a cumplir. El escándalo va increscendo y Clarín se encarga de vender lo que los periodistas llamamos pescado podrido: titula en la tapa del lunes que Baradel pretendió armarse una carpa blanca propia.
El reduccionismo acecha a la hora de explicar la verdad y se puede desclasificar: Si la represión, los palos, los golpes y los detenidos fueron el producto de la falta de un papel sellado, ¿cuántos papeles tuvieron que presentar las carpas docentes que se armaron años atrás? Acaso entonces, a alguien se le ocurrió preguntar si tenían contratado un seguro o si habían atravesado la maraña burocrática que te exige Espacio Público.
No.
El pescado podrido, no es ningún reduccionismo, es la realidad que inventan las empresas mediáticas que trabajan para engordar sus ganancias y adelgazar el pensamiento de sus audiencias.
A esta hora, un sinnúmero de personas abrazan Plaza de los Dos Congresos. Abrazan a los docentes. Son madres, alumnos, estudiantes, empleados, profesores, trabajadores, obreros, periodistas y faltás vos. Apurate, corré a la calle que la calle es tuya. No dejes que te la robe un Estado, ni un gobierno, ni la policía. Defendé tus derechos que son los derechos de todos y todas. No te dejes devorar por el reduccionismo. Tampoco consumas pescado podrido.
Foto de portada: Nacho Yuchark para lavaca.org