De qué hablamos cuando hablamos de discurso
por Elizabeth Lerner
Elisa Carrió y el despliegue de la intimidad como estrategia política de la exclusión. La retórica del odio versus la instantánea urbana actual, los ciudadanos que viven en la calle.
Estamos en un año electoral. Octubre aparece en el murmullo del sentido común compartido como ese momento de quiebre en el que las piezas del juego y los números pueden dar un rumbo diferente al país (o anclarlo en este mismo derrotero de miseria por otro período más). Allí apuntan los analistas políticos, los económicos, los sociológicos. Hacia octubre, que tomó una significancia propia pues ya no es sólo un mes sino un horizonte, una duda, una expectativa, allí se condensan números y encuestas, cálculos y comparaciones.
Hay una “realidad” que choca con los parámetros de otra. Un estado de pobreza que algunos dirigentes del Gobierno minimizan con argumentos que, desde la lógica, son falaces (Macri: cada dos minutos una familia accede a una vivienda), y desde la retórica son inverosímiles (Carrió: la pobreza es inventada por un canal de televisión opositor, o bien: la oposición les paga a los linyeras para estar en la calles de la Ciudad). Esa lógica fallida y esa retórica débil se enfrentan con la realidad de aquel personaje que alguna vez perfiló Walter Benjamin en su libro Iluminaciones II, en donde denomina al paseante citadino como flâneur, aquel que “puede callejear por toda la ciudad (…) y sus bibliotecas son los kioscos de periódicos, y las terrazas de los cafés, balcones desde los que contempla que la vida medra en toda su multiplicidad, en la riqueza inagotable de sus variaciones, entre los adoquines grises y ante el trasfondo gris del despotismo”.
El ojo del paseante porteño, del viajante urbano, del que va y vuelve de su trabajo a su casa (dos instancias que se acercan cada vez más a posibilidades lujosas, que a derechos de los ciudadanos) ve, porque es imposible no ver, entre dos y tres grupos de personas en situación de calle por cada cuadra que camina. En algunos casos, son hombres o mujeres, solos, mayores. Pero en muchos otros se trata de parejas, de familias enteras. En la esquina de mi casa, en el predio de un local que cerró hace un año, hay una vivienda construida con colchones, frazadas y bolsas de residuos. En frente, una pareja de unos cincuenta años conversa en las escalinatas de un antiguo edificio. A eso de las ocho de cada noche, juntan sus cosas y se mudan hacia otro sitio. Desde mi ínfimo ojo de transeúnte y por fuera de todo análisis económico (que otros harán), mi escritura, única herramienta razonable en mi caja de instrumentos, me permite narrar el radio pequeño de una ciudad que “evoluciona” desde la situación de calle a una coyuntura doblemente trágica: por un lado, la apelación a la calle como vivienda permanente y organizada -grupos que están siempre en la misma esquina o cuadra, que allí se emplazan y se establecen- y por otro, el registro de un nomadismo de la indigencia: grupos que alternan y giran entre una y otra vereda, calle, esquina, techo, local abandonado, en busca de un mejor albergue contra el frío o de alguna variación en las ya precarias condiciones de vida.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de discurso? En este contexto, nos referimos a una variedad de construcciones de la palabra que van desde la falacia y la inverosimilitud del discurso oficialista, hasta la sencilla crónica del porteño medio: ya no es un cliché ni una percepción impresionista. La calle se está poblando de personas que no acceden a la vivienda, al trabajo, a la alimentación. Los barrios están poblados en las veredas y hay una organización interna de esa marginalidad que parece crecer y hacerse norma, regla, frente a la ausencia del Estado. La vuelta de tuerca del asunto, si es que la hay, es que la ausencia del Estado se ha transformado en violencia de Estado, en un nuevo tipo de terrorismo, en una nueva manera de exterminio.
La escena íntima y acogedora puesta al servicio del candidato macrista
Tenemos, por un lado, el discurso negacionista y violento del Gobierno; por otro, el diario de viaje del transeúnte que observa los cambios en las condiciones de vida de otros habitantes de la Ciudad (y conserva en su pluma una pequeña iluminación de zonas que los medios masivos no parecen registrar en su discurso). Y por último, el discurso electoralista del oficialismo en vistas a octubre. En este caso voy a asomarme a la particular configuración de la construcción virtual de cierto discurso de la esperanza, de la intimidad, completamente despojado de toda referencia material o histórica tangible. Un ejemplo es la página de Facebook de Elisa “Lilita” Carrió. Cuidadosamente armado por diseñadores y escribas, el perfil de “Lilita” se construye en esta última semana previa a las PASO en algo que podríamos llamar “la escena de la carta”. En un post del 4 de agosto leemos: “Este martes 8 de agosto a las 17:30 horas vamos a estar con Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña respondiendo preguntas en vivo a través de mi página Facebook. Podés ir dejando tus consultas en los comentarios. ¡Los espero!” Se excluye claramente a todo aquél que no tenga acceso a la web, a un medio pago y privado para la supuesta participación ciudadana que proponen. ¿Esperará la pregunta de mis vecinos que se cobijan con colchones? ¿Estará preparada para responder las “inquietudes” de la pareja seminómade de la otra cuadra? La estrategia es la puesta en escena de la carta, de la misiva personal, dirigida de uno a uno, en una construcción minuciosa de una falsa individualidad que encuentra a su verdadero y empírico enunciador en el vacío. O mejor dicho, se habla a sí mismo y se busca la ratificación de su propia clase. En otra publicación, muy similar, del 7 de agosto, “Lilita” invita a ver el programa de Joaquín Morales Solá: “Los invito a ver el programa. Un beso. Lilita.” Nuevamente, el recurso de la notita pegada en la heladera. De los mensajes escritos que forman parte de la vida privada y afectiva, del género discursivo de lo cotidiano, que se usa a puertas cerradas, entre pares, en un excluyente y blindado “entre nos”. El ciudadano ideal del macrismo está rubricado en la figura del “amigo” que puede no sólo tener acceso a la web desde cualquier lugar, sino también el que puede llegar a los candidatos desde su casa, desde su conexión -paga- al cable.
Por último, y en esta misma línea del género cotidiano, Carrió presenta -el 17 de julio- en su muro de Facebook su declaración jurada (en un link a un documento pdf). Lo llamativo es que el texto que promociona dicha acción se configura en un recuadro de color rosado, tipografía en color blanco y la firma de puño y letra de la candidata, al final del mensaje. Aquí la escena de la carta o invitación personal que ya venía desplegando en sus posteos anteriores, se metamorfosea en invitación de casamiento o cumpleaños: rosa sobre blanco, tarjetita trabajada desde una estética cuasi infantil. Y desplazadas por esta estética de la intimidad, están las pruebas: ¿no se quintuplicó en un año el monto de la declaración patrimonial de Carrió? Y si es así, ¿desde qué lugar los ciudadanos podemos apelar, indagar, denunciar?
Es necesario correrse de la escena intimista, décontracté, gregaria y familar que elabora la retórica macrista. Queda como arena de contienda la lectura levemente corrida del paseante benjaminiano. Queda el ojo del transeúnte que se torna en mirada política, inevitablemente. Queda octubre como quiebre o bisagra para seguir leyendo en estos detalles, en este despliegue verbal, estético, fotográfico, lingüístico que hemos de llamar “discurso”, la violencia de Estado que se instala en las fisuras, en la pequeñez de un color, en la elección de un saludo, en la enormidad del hambre y del cinismo.