La Otra Historia de Buenos Aires
Segundo Libro
PARTE XXIV B
Explotar y poblar con los milagros de la Virgen
por Gabriel Luna
Septiembre de 1671. Dos mujeres elegantes y atractivas, aunque de cierta edad (una ronda los 40 y la otra pasa los 50), entran al “castillo” del Obispo, que no está en la catedral sino bastante apartado, a dos cuadras de la Plaza Mayor -en la actual esquina de Moreno y Bolivar-.
El “castillo” (llamado así más por lo inaccesible a los fieles, que por su aspecto) es en realidad una amplia casa española de ladrillo y tejas, con varias habitaciones, salón, una capilla y claustro -todo centrado en un jardín con aljibe-, y una gran biblioteca -que es el lugar más ponderado y exclusivo del “castillo”- donde el Obispo se recluye para estudiar, hacer sus sermones, y tratar en secreto los asuntos más delicados.
Un esclavo negro conduce a las dos mujeres vestidas de encajes, tules y mantos de seda, hasta la biblioteca. Hay en el fondo y a modo de altar un escritorio de marfil, dos candelabros de plata y un sillón de cuero, todo esto sobre un estrado. Abajo hay una mesa de jacarandá con más candelabros y sillas de cuero. Y a un par de metros de la mesa, están los libros, más de cien volúmenes -la mayoría de teología- ordenados entre cortinados y cuadros religiosos. Las señoras levantan sus velos para admirar una imagen de la Virgen del Rosario, dejan los mantos y van a quitarse los sombreros cuando entra el obispo Cristóbal Mancha seguido por el sacristán de la catedral Juan Oramas. El Obispo, de túnica blanca y esclavina negra, extiende la mano mostrando un anillo de oro y esmeraldas. Las mujeres hacen reverencias, besan el anillo, y luego el sacristán Oramas extiende sobre la mesa el plano de las obras encargadas por el Gobernador junto al río Luján (como si se tratara de otra joya).
El obispo Mancha habla pausado, señala el plano de las obras y menciona el culto a la Virgen. Habla de edificar un santuario y luego una iglesia, “para que estas tierras, pobladas y fortificadas con el fin de defender esta república del pirata inglés, sean también benditas y protegidas por la Virgen santísima”. Lo que no dice es que resulta necesario el culto y el mito de la Virgen para construir esa fortaleza y poblarla. Son necesarios el culto y los milagros de la Virgen -como si se tratara de una Pachamama, pero aún más poderosa- para que trabajen y sean explotados en las obras los 500 indígenas traídos de las misiones jesuitas, para que trabajen los quilmes, los negros africanos, los zambos, los mestizos, los criollos, los europeos porteños y hasta los soldados. “Y desta manera, nosotros, justamente bajo la advocación de la Virgen de la Limpia Concepción, poblaremos y nos reproduciremos como hijos de Dios en esta tierra. Y llamaremos a este lugar: Fuerte de Santa María de la Inmaculada Concepción de Luján”, Inmaculada dice el Obispo que, paradójicamente, se apellida Mancha.
Las señoras se sientan a la mesa y ahora examinan un mapa. La más joven es Gregoria Silveira Cabral, hija de confesión del obispo Mancha y protegida por el Obispo en un celebrado juicio de nulidad matrimonial que hizo Gregoria Silveira contra Amador Rojas Acevedo. Tras ese juicio Gregoria recuperó su dote y volvió a casarse (se casó dos veces más), avino al culto de la Virgen y fue nombrada por el obispo Mancha patrona de la Festividad del Nombre de la Virgen María. La otra señora, menos joven, pero más esbelta y hermosa que la anterior, de piel pálida, negros ojos grandes y andar felino es Ana Matos Encinas, la cortesana más famosa de Buenos Ayres. Mujer de cierta riqueza y dueña -entre otras cosas- de las tierras elegidas por el Gobernador para construir la ciudad fortaleza de Santa María de la Inmaculada Concepción de Luján. Y lo que examinan las señoras en el mapa son las trazas de caminos y senderos, en particular el recorrido desde una ermita marcada con una cruz y una imagen de la Virgen hasta el casco de la estancia de Ana Matos Encinas.
El cuarto personaje de la reunión, también relacionado con el mapa, es el sacristán Juan Oramas, dueño de las tierras marcadas con la cruz, dueño de la ermita y de una imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción que hay dentro, hecha en terracota, que mide 37 centímetros y se considera milagrosa.
Y el objeto de esta reunión, convocada secretamente por el obispo Mancha y acordada por el gobernador Martínez Salazar, ronda la Virgen de terracota. Consiste en trasladar y potenciar el “milagro” hasta las obras de la fortaleza. Ana Matos compra -con la bendición del Obispo- la terracota de la Virgen y también al esclavo angoleño con fama de milagrero que cuida la imagen desde hace 40 años, pagando en este acto la suma total por ambos de 200 pesos a Juan Oramas. Por lo demás, se elige el camino para trasladar la imagen y se designa a Gregoria Silveira -de estrecha relación con el Obispo- como acompañante de Ana Matos Encinas y asesora en cuestiones del culto a la Virgen. Habrá milagros y una procesión de descalzos trasladará a la Virgen desde la ermita de Oramas hasta la estancia de Matos junto al río Luján, donde se celebrarán misas solemnes. Todos acuerdan. Eufórico, el obispo Mancha besa una estampa de la Limpia Concepción de María. Un esclavo negro trae en bandeja de plata, masas confitadas y vino de Castilla para brindar.
(Continuará)
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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)
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Parte II (continuación)
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Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI
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Parte IX
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