Madres de Plaza de Mayo: 47 años marchando
Madre de Ana María Baravalle, embarazada de cinco meses y detenida-desaparecida junto a su compañero Julio César Galizzi el 17 de agosto de 1976, Mirta Baravalle integra desde su inicio Madres de Plaza de Mayo, formó parte del grupo que gestó Abuelas de Plaza de Mayo y es cofundadora Madres de Plaza de Mayo.
La historia de Mirta es la historia de una de las tantas Madres que, tras la detención y desaparición de sus hijos e hijas en manos de la Dictadura Militar, transitaron cuarteles, ministerios y hasta vicariatos, sin obtener respuestas. Es la historia de una madre que se descubre en los pasos de otras madres y aprende a caminar con ellas, transformando el dolor en resistencia y la búsqueda en lucha. Es la historia del abrazo de todas las madres que, desafiando al Gobierno de facto, denunciando sus violaciones, crímenes y atropellos, y honrando la vida, parieron mil hijes.
«Cuando nos juntamos, el 30 de abril de 1977, habían pasado varios meses desde que se llevaron a mi hija, Ana María Baravalle, embarazada de cinco meses, junto a su compañero, Julio César Galizzi. Los busqué por todos lados: comisarías, vicariatos, ministerios. Nunca tuve respuesta. Recuerdo que cuando fui a la iglesia de Lourdes a pedir una misa y le conté al cura que mi hija estaba desaparecida, me respondió: otra más. No le di importancia porque pensé que se refería a otra misa, pero no, hablaba de otra desaparición», relata Mirta, que presenció el secuestro y desaparición de su hija y de su yerno.
¿Cómo empezó todo, Mirta?
Recuerdo que estábamos con Ana María jugando Scrabble en la cocina, junto a mi hermano y mi yerno, Julio César, que preparaba el mate, cuando sentimos pasos en los techos. Salí y vi gente asomada en la medianera de la casa vecina. Le comento a mi hija: «Parece que al lado hay problemas. No sé si son policías». Ana me pidió que entrase. Le obedecí. En eso, abren la puerta y aparecen soldados con armas largas. Revisaron todo el lugar. Ese día habían estado en otras cuatro casas vecinas. Entonces yo salí corriendo por la galería pero ahí me agarraron. Alcancé a ver la cara de uno de ellos. Me apuntaban en la cabeza mientras me preguntaban «¿Quién es Ana?», y ahí, Ana que estaba escuchando aparece en el vestíbulo y dice «soy yo». Entonces me sacaron la escopeta que me habían apoyado en la cabeza y uno de ellos le dijo a otro que trajera a la chica. Julio César estaba escondido, pero teníamos un cachorrito que lo delató. Luego pude reconocer a varios de los secuestradores. Los vi en La Plata, al cruzar la calle, cuando me dirigía a la comisaría, estaban en dos autos junto a otras personas. Eran los que habían estado en mi casa. No entré a la comisaría. Nunca olvidé esas caras.
¿Qué pasó a partir de entonces?
Primero comencé la búsqueda en soledad. Fui al juzgado Número 2 de San Martín, recuerdo que al salir, el empleado que tomó la denuncia hizo un gesto con la mano como cortándose el cuello. Entonces no entendía por qué. Luego fui a la cárcel de Devoto donde había una fila de personas que iban a ver a presos políticos. Todos los días iba a ver si había novedades y allí me decían que cuando las chicas tenían su bebé, a los seis meses, se los entregaban a las familias. Con esa esperanza, pasaba todos los días por la cárcel, por la comisaría, pero no había datos. A principios de marzo fui a la Casa Rosada y allí vi a cuatro o cinco mujeres paraditas. Ese día descubrí que había otras madres y que todas estábamos en la misma situación, a todas nos negaban información. ¡Nuestros hijos no eran una cosa! Eran personas con derechos, y nadie, absolutamente nadie, nos informaba dónde estaban detenidos ni por qué se los habían llevado. En las audiencias con algún funcionario, los interrogatorios que nos hacían eran aterradores.
¿Qué les decían los funcionarios?
Las audiencias eran terribles, parecían interrogatorios. Exigían precisiones acerca de las actividades de nuestros hijos o hijas y de sus relaciones, la excusa era que así íbamos a facilitar su ubicación… ¡Para llegar a obtener alguna respuesta te pedían información! Nos trataban como si fuésemos idiotas. Una vez, un coronel en el Ministerio del Interior me dijo: “Señora, ¿usted no sabe que andan “bandas” disfrazadas con ropas militares?”. Me indigné tanto, que le respondí: “¡Lo que me dice da vergüenza ajena! ¿Cómo puede decir eso? ¡Estamos rodeados de camiones repletos de soldados armados… ¡Y usted me dice que hay gente que se disfraza de militares en sus narices! Repentinamente, dejó de ser el coronel comprensivo que aparentaba ayudar a una madre apesadumbrada y dijo: “Señora, su hija no tendría un arma en la mano… pero tenía un arma acá” -y se señala la sien con el dedo-.“Lo único que veo en su uniforme es sangre” -le recriminé-. Entonces pasó al terreno de las amenazas. Le impedí terminar. “¿Y qué me van a hacer a mí? ¿Me van a matar? Si ya me mataron”-dije antes de irme.
¿Cómo conoció a Azucena Villaflor?
Una tarde éramos seis madres esperando que el ministro Harguindeguy saliera de la Casa de Gobierno. Habíamos acordado que si alguna lo veía salir, haría una seña a las demás para que nos acercásemos. Así fue que tres madres se quedaron vigilando desde la Plaza, y tres nos sentamos en las escalinatas del Banco Nación. Azucena era una de ellas, recuerdo que apenas se sentó, puso una bolsita en el suelo, sacó un tejido y empezó a tejer mientras espiaba de reojo. No hablábamos porque aparentábamos no conocernos; sin embargo, apenas nos vieron y los militares se cruzaron con las itacas para dispersarnos. Ese día de marzo no pasó nada, no nos conocíamos demasiado. Pero, nos cruzábamos en los mismos sitios, porque todas hacíamos más o menos el mismo recorrido, y así comenzamos a vincularnos y a intercambiar información. El 24 de marzo de 1977, cuando se cumplía un año del golpe de Estado, se hizo una ceremonia en la iglesia Stella Maris. Allí fuimos muchas madres y nos reconocimos. Pero vimos en la misa a los tres integrantes de la Junta Militar: Videla, Agosti y Massera, cada uno en un reclinatorio rojo, siendo bendecidos por el cardenal Juan Carlos Aramburu, que les había hecho la misa en conmemoración del Golpe de Estado, nos sentimos tremendamente indignadas y nos retiramos. Allí, Azucena nos convocó para
encontrarnos el 30 de abril en la Plaza de Mayo. Ella decía: «Si somos muchas, Videla nos va a escuchar».
¿Qué recuerda de aquel 30 de abril?
Éramos catorce madres. La primera en llegar a la Plaza fue Pepa Noia, que fumaba mientras permanecía sentado en un banco. Luego llegaron Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydée García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia de Miranda, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Elida de Caimi, María Ponce de Bianco, Rosa Contreras y una joven que no dijo su nombre. Ese día nos conocimos y comenzamos a organizarnos para visibilizarnos y lograr que Jorge Videla nos diera una audiencia para exponerle la desesperación que nos causaba no saber adónde habían sido llevados nuestros hijos e hijas. Éramos demasiado ingenuas todavía. También nos dimos cuenta de que un sábado no era un buen día para reunirse, no había gente en la Plaza y apenas los militares nos vieron, se cruzaron y nos sacaron. Entonces decidimos reunirnos el viernes siguiente, en horario bancario. Entre mucha gente, a los militares les resultaba más difícil visualizarnos. Así lo hicimos varios viernes y éramos cada vez más. Más tarde, Emma Penells propuso que mejor era reunirnos los jueves porque el viernes es día de brujas, dice sonriendo.
¿En algún momento sintió miedo?
Lo peor ya me había pasado: ¡Se llevaron a mi hija embarazada! Después de eso no sentís miedo. Sentís dolor, impotencia, bronca… Pero miedo no. «Volvería a hacer lo mismo», pero ahora tendría más sabiduría.
¿A 45 años del comienzo de las rondas en Plaza de Mayo sigue buscando a su nieto o nieta?
Sí, yo le digo Camila o Ernesto, o también se pudo haber llamado Eugenio porque cuando Ana tenía 17 años solía ir a visitar a una primita en el Hospital de Niños y allí conoció a un nene muy pobre del que se encariñó, y al que cuidó hasta que murió. Se llamaba Eugenio, tenía cinco años y ella todos los días iba temprano para darle de comer. Ese año pasó la Navidad con él pero el 13 de enero el nene falleció. Eugenio podría ser el nombre de mi nieto. Después una enfermera habló en un juicio de una madre embarazada en Campo de Mayo, para esa fecha en que estuvo ella, y de un nene que al nacer le pusieron ese nombre.
¿Cómo se gestó Abuelas?
Con Mary Ponce de Bianco fuimos a la casa de una abuela, que le habían llevado el hijo con su bebé, para ayudarle a hacer un Habeas Corpus para su nietita, Clara Soledad. Recuerdo que lo redactamos sobre la cama, arrodilladas en el piso de su dormitorio. Ese Habeas Corpus fue publicado en “La Opinión” de Timerman y resultó un escándalo porque se trataba de una bebé. Al poco tiempo, una monja dice que en la Casa Cuna hay una bebé con las características de Clara Soledad. Efectivamente, era ella. Ahora la abuela tenía que obtener la tenencia, fue difícil porque cuando se llevaron a la bebé tenía siete meses y para entonces tenía más de un año. En esa época no existían las pruebas de ADN, y el juez Sarmiento, a cargo del juzgado de menores, negaba la tenencia. Aparentemente, no había forma de demostrar el vínculo. Entonces la abuela, recordó que Clara Soledad tenía un lunar en la plantita del pie. Y efectivamente era así, el Juez lo corroboró. Clara Soledad fue la primera bebé que recuperamos. Recuerdo que se hizo una misa de agradecimiento en la Santa Cruz, la iglesia estaba llena. Pero esa fecha fue fatal…
¿Por qué?
Porque a esa misa asistió Astíz, fue la primera vez que lo vi. Luego lo volví a encontrar en la primera reunión de familiares y madres que hicimos en la iglesia de la Santa Cruz. ¡Es como si todavía lo estuviera viendo! Me generó mucho rechazo. Su historia no tenía consistencia, no me convencía… no me gustaban sus planteos. Por ejemplo: nos decía que teníamos que tener un mayor conocimiento acerca de las actividades que realizaban nuestros hijos. Se lo dije a Mary Ponce de Bianco, pero ella no pensaba lo mismo. Yo no fui más a esas reuniones. Iba a suceder algo terrible. El 8 de diciembre de 1977 Mary me invitó a la Santa Cruz para firmar una solicitada, yo ya la había firmado en la Iglesia Bettania, así es que fui al APDH para ver si obtenía alguna información. ¡Esa noche se llevaron a Mary y a todos los demás en la puerta de Santa Cruz! Astíz los había entregado. El 10 de diciembre el diario La Prensa publica la solicitada de las madres; ese mismo día secuestran a Azucena en la puerta de su casa, Astíz la había señalado cuando la besó en la puerta de la Santa Cruz…