«Crónica de psicodeflación»
«Vivo en Bologna, en la región Emilia Romagna, muy golpeada por la pandemia, tercer lugar donde la infección se desarrolló con más fuerza, después de Lombardía y Veneto.
Habito con mi pareja en un departamento bastante luminoso en el centro de la ciudad, a pocos metros de distancia de las famosas torres de Bolonia.
Paso el día respondiendo a periodistas de lugares lejanos que me piden entrevistas, leyendo poesía de Leopardi y de Rainer Maria Rilke, leyendo un montón de periódicos, demasiados. Caminando en mi departamento una hora por día, el departamento es bastante amplio.
No sufro mucho de la detención porque tengo 70 años, pero comparto el sufrimiento de personas que no gozan de la luminosidad de mi casa y comparto el sufrimiento de las jóvenes mujeres y de los jóvenes varones que no pueden encontrarse en la calle, en el café, en la escuela y hacer la cosa más bella que exista en la vida: cortejarse recíprocamente diciéndose palabras corteses y ambiguas, y tal vez continuar las palabras tocándose sensualmente».
Estas palabras pertenecen al filósofo italiano Franco «Bifo» Berardi que recientemente escribió la «Crónica de psicodeflación», un conmovedor relato en el que analiza la situación actual del capitalismo y las posibilidades que abre la pandemia del coronavirus, en un texto que intercala el relato personal, la reflexión filosófica y el ensayo político.
La «Crónica…», que se inicia el 21 de febrero y concluye el 13 de marzo fue uno de los materiales que más difusamente circularon en las redes de todo el mundo dentro del corpus que pensadores e intelectuales internacionales pusieron a correr como reflexión sobre la crisis desatada por la pandemia.
En Argentina la «Crónica…» de Berardi se puede leer a través de «Sopa de Wuhan», un material disponible en las redes que reúne casi una veintena de trabajos, elaborado por la iniciativa editorial en tiempos de coronavirus ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) y también en la página web de Caja Negra, que edita en el país los trabajos de Bifo.
Aquí reproducimos algunos fragmentos de la «Crónica de psicodeflación».
21 de febrero: Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.
28 de febrero: La ciudad está silenciosa, las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas.
2 de marzo: La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.
3 de marzo: El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…
4 de marzo: Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.
5 de marzo: Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.
7 de marzo: La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.
8 de marzo: Todo cambió esta mañana, y por primera vez -ahora me doy cuenta- el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.
9 de marzo: El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.
10 de marzo: «Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín». Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China.
11 de marzo: No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.
12 de marzo: Italia, todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.
13 de marzo: No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos. Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad. El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.