«Pandemia: virus y miedo»
«Lo único cierto sobre los virus es que son eternos, inevitables e impredecibles y que la ciencia nunca corre por delante de ellos», sostiene la médica y escritora Mónica Müller en su libro «Pandemia: virus y miedo» donde analiza el mecanismo natural de generación de los virus y la «extraordinaria» organización con que parecen alternarse para crear epidemias periódicas. En esta crónica de divulgación, exhaustiva y metódica, por momentos apasionante, la autora hilvana complejidades, invisibilizaciones y aprendizajes con el propósito de «entender la lógica de los virus, la complejidad del sistema inmunitario y la reacción humana ante una amenaza invisible de alcances que no se pueden prever».
El texto que fue publicado en 2009, acaba de ser reeditado por el sello Paidós en versión digital con nuevo prólogo que da cuenta de los efectos biológicos y sociales que genera el Covid-19.
– ¿Cómo se resignifica esta obra hoy que estamos viviendo una de las pandemias más trágicas de este siglo?
Mónica Müller: Por el momento no me animo a calificar esta epidemia como una de las más trágicas de este siglo. Hay motivos para suponer que así será, por lo menos si la medimos por la cantidad de casos fatales, pero tengo la intuición de que a medida que se produzcan más contagiados y por ende más inmunidad, continuará habiendo casos mortales pero en una progresión más tranquila.
Tal vez sea una expresión de deseos pero la fundamento en lo que se observa sobre el comportamiento de los virus: infectan la mayor cantidad de individuos en el menor tiempo posible y detienen su diseminación cuando ya han contagiado a una buena parte de la población, como si supieran que no les conviene exterminar a todos porque necesitan seres vivos para permanecer y multiplicarse. Hasta ahora, la epidemia de gripe A (H1N1) de 2009 es la más grave que hemos vivido, si tenemos en cuenta que ha provocado entre 200.000 y 500.000 muertes durante los meses de su mayor actividad.
Cuando publiqué el libro en 2009 hacía por lo menos siete años que venía investigando la posibilidad de que se produjera una epidemia provocada por un virus contra el que no teníamos inmunidad. Durante esos años, cada vez que presenté esa hipótesis en congresos percibí la incredulidad de mis colegas. Finalmente en abril de ese año se produjeron los primeros casos. Entonces comencé a escribir un Diario del Año de la Gripe, registrando día tras día los acontecimientos. Paralelamente venía investigando la Gripe Española de 1918, que fue la causa del mayor número de muertos en el menor tiempo en la historia de la Humanidad (entre 30 y 100 millones en sólo ocho meses).
– ¿Cómo evalúa el rol del Estado en el manejo de esta situación sanitaria? ¿La cuarentena es un método eficaz?
MM: La cuarentena es el único método efectivo de control de los contagios. En todas las grandes epidemias del pasado se demostró que es la medida más racional, siempre que se la cumpla seriamente. En ese sentido, todas las normas que dictó el gobierno han sido impecables aunque son de muy difícil diseño porque involucran factores sociales y económicos complejos y tienen que adaptarse día a día a la dinámica epidemiológica.
– ¿Por qué sostiene que el virus vino para quedarse?
MM: Todos los virus llegan para quedarse. Con la inmunidad adquirida a través de vacunas, o con la inmunidad natural que se logra con el contagio, el virus deja de circular pero nunca muere. En algunos casos queda acantonado en el organismo y emerge cuando las condiciones inmunitarias se lo permiten. Y en otros casos parece retirarse para dar lugar a otro virus contra el que las comunidades no tienen defensas. En el caso de los virus de gripe estacional, siguen circulando pero con menos presencia. Es el caso del virus A (H1N1), que después de la pandemia de 2009 sigue presente y de hecho es el causante de gran cantidad de casos de gripe estacional desde entonces.
– ¿Hay alguna responsabilidad en la práctica humana que favorezca la aparición de las mutaciones? ¿Hay forma de evitar las pandemias?
MM: Hay cuestiones culturales y económicas que favorecen esas recombinaciones virales. El contacto estrecho de grandes poblaciones humanas con grandes poblaciones animales de distintas especies, la faena en condiciones insalubres, el hacinamiento en que se crían esos animales, y la administración crónica de antibióticos como medida preventiva que reciben para estimular el crecimiento y evitar las enfermedades propias de esa forma de cría, son una bomba de tiempo. En algún momento es inevitable que se produzca el salto viral de una especie a otra y se genere un nuevo virus capaz de infectar a los humanos.
– ¿La bioética sería una posible respuesta?
MM: Si se le diera a la bioética el lugar que merece, para recuperar el respeto por la dignidad humana y animal, estaríamos avanzando hacia una forma de prevención , no absoluta, pero sí suficiente como para evitar la aparición azarosa de nuevos gérmenes. Por otro lado, una mirada holística de la medicina contribuiría a prevenir y tratar esas enfermedades. Cuando vemos que en la desesperación ante la falta de un recurso farmacológico efectivo las figuras más respetables del sistema médico mundial están probando drogas creadas y aplicadas para tratar ciertas enfermedades con la esperanza de acertar con una cura posible, da miedo descubrir que la ciencia recurre a métodos tan poco científicos como jugar a la lotería.
– ¿Cómo se comporta el Covid-19 respecto a caso mortales frente a otro tipo de enfermedades?
MM: El SARS Cov2 tiene distintas tasas de mortalidad según el país. Esto no es inherente al virus, sino que depende de los recursos del sistema de salud y de las medidas que tomaron los distintos estados. Las gripes estacionales tienen un promedio de 0.05% de mortalidad, y el virus A(H1N1) tiene una tasa aproximada de 0.2%. Los otros dos coronavirus que provocaron brotes en años anteriores tienen una altísima tasa de mortalidad (10% el SARS y entre 20 y 40% el MERS.
Müller sostiene en su libro que los virus son maquinarias programadas para la supervivencia que «logran con una eficiencia aterradora su objetivo de infectar a la mayor cantidad posible de seres vivientes sin exterminar a todos, porque les son vitales para multiplicarse» y asegura que los episodios de discriminación o xenofobia que se están dando en este contexto «son inherentes al género humano, aún en culturas donde se practica rígidamente la corrección política». En este sentido, en el prólogo de la última edición de «Pandemia, virus y miedo», la autora hace referencia al Dengue y al reciente brote de Sarampión que azotan nuestro país.
– ¿Cómo se articulan estos brotes con el coronavirus? ¿Qué genealogía se puede establecer establecer entre la gripe Española y el Covid-19?
MM: El dengue y al sarampión son dos modelos de virosis de enorme actualidad. Dos viejísimos conocidos del género humano que a pesar de no tener secretos para la ciencia siguen tan vivos y vigentes que parecen reírse de la aparente superioridad de nuestra especie. También los menciono para que no olvidemos la verdadera escala de nuestros problemas como país, porque siento que ante la aparición del SARS Cov2, fácilmente podemos olvidar que hay otros graves temas de salud pública que descuidamos durante estos últimos años.
La Gripe Española, por ejemplo, no tiene una relación de genealogía con el Covid 19. Son dos virus completamente diferentes que provienen de distintos linajes. Lo que tienen en común es que son virus propios de los animales que saltaron la barrera de las especies y por mutaciones y recombinaciones se hicieron infectantes para los humanos. En el caso del virus de la Gripe Española, como en el de 2009, se supone que se trató de un virus aviar que al recombinarse con uno porcino y entrar en contacto con una persona se hizo infectante para los humanos.
– ¿Cómo analiza la manera en qué están informando los medios y qué se podría mejorar?
MM: El papel de los medios es fundamental porque la falta de información aumenta la sensación de incertidumbre. Pero el exceso de noticias no chequeadas, lanzadas con una prisa evidente, confusas o autocontradictorias, no sólo no es positivo sino que genera un desconcierto absolutamente nocivo. Creo que el relato de los detalles de la vida y la muerte de cada fallecido es sencillamente morboso, no sólo irrespetuoso para la víctima y su familia, sino también angustiante para el público.
– En algún momento plantea cómo el pánico dispara la discriminación y el racismo que se produce en este tipo de contextos ¿El miedo genera esas reacciones o en realidad lo que hace es amplificar lo que ya estaba presente en las sociedades? ¿Cómo explica las persecuciones o amenazas que vienen sufriendo algunos médicos o personal sanitario por parte de vecinos de los edificios donde atienden o viven?
MM: La discriminación y la xenofobia no son fenómenos que aparecen con las epidemias. Son inherentes al género humano y son siempre visibles, aún en culturas donde se practica rígidamente la corrección política. El temor y la necesidad de colocar en el otro la culpa y el estigma de la maldad o el daño es lo que hace emerger esas emociones nefastas en estas situaciones críticas. El repudio a los médicos y al personal de salud en los edificios se explica por el miedo irracional, pero sólo puede brotar desde un profundo sentimiento de desprecio por el valor de la vida ajena. Me parece una de las manifestaciones más perversas que provocó esta epidemia, algo que nunca pensé que podía ocurrir. Siempre me pregunto si los que se emocionan y aplauden a las 9 desde los balcones son los mismos que después pegan en el ascensor un cartel exigiendo que los médicos se muden del edificio. No me extrañaría que fuera así.