Elvino Vardaro, el violinista del tango
Elvino Vardaro, uno de los violinistas más grandes del tango y dueño de un sonido profundo y dulce que dejó un legado inmenso valorado por referentes actuales del género como Ramiro Gallo, quien destacó, entre otros rasgos de su vida musical, “su recorrido profesional y artístico tan extenso como variado, plasmado en grabaciones de diferentes estilos, tan disímiles como la Orquesta Típica Víctor o el quinteto de Piazzolla”.
Si bien su nombre nunca alcanzó un nivel masivo, Vardaro tuvo la particularidad de resaltar en cualquiera de las tantas filas de violines que integró, a pesar de su perfil bajo y de su timidez.
Vivió 66 años y fue uno de los protagonistas de la época de oro del tango en la Argentina, siendo parte de su evolución, desde su origen al período de vanguardia.
Nació el 18 de junio de 1905 en el barrio porteño del Abasto. Su padre, amante de la lírica, le puso el nombre por el protagonista de la ópera «La sonámbula», de Vincenzo Bellini, el conde Elvino. Comenzó a estudiar música a los cuatro años y a los 14 debutó en el salón La Argentina, ubicado en el centro porteño. El programa anunciaba: “Recital de violín a cargo del niño Elvino Vardaro”.
Así iniciaba un camino que lo llevó a tocar con figuras como Pugliese, Troilo, Maffia, Fresedo y Piazzolla. Se convirtió en “uno de los referentes más importantes del violín en el tango”, según expresó a Télam el violinista, compositor y arreglador Ramiro Gallo.
“El momento histórico en el que aparece es significativo y explica en parte su importancia, ya que entonces, el desarrollo de las posibilidades técnicas y expresivas del instrumento dentro del género, era incipiente, y si bien ya había nombres de peso, faltaba aún un aporte definitivo”, explicó el músico.
“Con la irrupción de Vardaro, formado sólidamente en la escuela clásica, el violín, que desde el primer momento había sido una voz preponderante –continuó Gallo-, despliega un repertorio de herramientas técnicas superlativas al servicio de la expresión tanguística, que se convertirán de allí en más en referencia principal, y se prepara el desarrollo que vendrá un poco después con Enrique Francini”.
Los que lo conocieron, cuentan que a Elvino no le gustaba la noche. Conoció a Carlos Gardel, actuó en tres películas, “Senderos de fe” (1938), “El último encuentro” (1938) y “Radiobar” (1937), e hizo la música de “Así es el tango” (1937).
En plena adolescencia, empujado por la necesidad de colaborar en la economía familiar, Vardaro tocó en los cines acompañando las películas mudas. En 1922, el director Juan Maglio «Pacho» lo fue a buscar para incorporarlo a su orquesta, junto a la que tocó en salones y giró por el interior.
Luego participó en el conjunto de Paquita Bernardo, la primera bandoneonista mujer del tango, donde conoció a Osvaldo Pugliese.
En 1923 se sumó a la orquesta de Roberto Firpo. Tres años después fue convocado por Pedro Maffia para ser parte de su sexteto. Ese año (1926) fue contratado por el sello RCA Víctor, donde permaneció 13 años integrando su orquesta típica y las dos formaciones del Trío Víctor. En 1929 formó el dúo Vardaro-Pugliese, y en 1933 creó su propio sexteto, que estuvo integrado por Aníbal Troilo, entre otros grandes instrumentistas, dejando una grabación nunca comercializada del tango «Tigre viejo», de Salvador Grupillo.
A inicios del 40 dirigió la orquesta Brighton Jazz y grabó un disco con dos temas, uno de los cuales «Violinomanía», creado por Argentino Galván, estuvo inspirado en su virtuosismo, un rasgo en el que Gallo se detuvo pero sin dejar de lado su inigualable sonido.
“Además de su extenso repertorio de recursos técnicos puestos al servicio del género, creo que el aporte principal de Vardaro fue su exquisito sonido, de tono denso, que muestra un gran manejo del arco, complementado por un vibrato intenso que resulta en una vibración excepcionalmente emotiva –describió Gallo-. Su fraseo y expresión combinan nervio y dulzura, en una forma absolutamente diferenciada y personal”.
En 1942 se sumó a la orquesta de Osvaldo Fresedo, en la que participó durante varios años, alternando su trabajo con la orquesta de Radio El Mundo y el conjunto de Joaquín do Reyes.
En 1953, el director del sello Columbia Martín Darré le propuso formar una orquesta a su nombre y grabar. Los tangos elegidos fueron «Pico de oro», de Juan Carlos Cobián, y «El cuatrero», de Agustín Bardi.
Entre 1955 y 1961, integró la orquesta de cuerdas y el quinteto de Astor Piazzolla, un fanático suyo, quien lo revalorizó y lo ubicó como el violinista supremo del tango. Eran tiempos en lo que también integraba la orquesta de Carlos Di Sarli.
Luego se radicó en Argüello, localidad cercana a la ciudad de Córdoba, donde tocó hasta sus últimos días, formando parte de la sinfónica de esa provincia.
Su figura quedó retratada por Astor en «Vardarito», pieza estrenada por Antonio Agri.
Acerca de cómo influenció Vardaro su propia búsqueda artística, Gallo contó: “Con mi mentalidad de compositor antes que la de instrumentista, al principio, mis referentes en general, no fueron violinistas. Cuando hace unos 30 años, mi corazón se inclinó definitivamente por el tango y decidí entregarle mi vida, tiempo y energías, de inmediato surgieron dos nombres gigantes: Elvino Vardaro y Enrique Francini”.
“Creo que el verdadero aprendizaje comienza cuando nace el amor por la materia que queremos hacer propia, y en este sentido, el sonido de Vardaro contribuyó al nacimiento de ese amor. Porque al escucharlo uno de inmediato desearía sonar un poco así”, se explayó.
“El sonido es un poco quién es uno, de esta forma, un sonido dulce y emotivo, funciona como algo transformador, dulcifica y pone a la expresión del lado de la humanidad. No hay mejor destreza que la que nos permite comunicar contenidos profundos, sin artificios superficiales. Elvino Vardaro es profundidad, con piel de tango”, concluyó Gallo.