Crónicas VAStardas

Juntitos

por Gustavo Zanella

 Hoy hablé con India. Fuimos compañeros de trabajo hace muchos años. Buena piba, rara. Complicada de tratar. No pegaba mucha onda con la gente, por eso creo que nos sorprende a ambos seguir en contacto. Tiene 30. Cuando nos conocimos era una criatura recién salida del secundario.

India se separó hace poco. Hacía rato que venía mal con su marido. Convivieron tres años. Ya no cogían. Discutían todo el tiempo. El pibe se la pasaba laburando. En algún momento India pegó un amante, un sextoy, un entretenimiento por decirle de algún modo. Hasta que el sextoy se encajetó con ella y le puso los puntos: “No quiero seguir así”, le dijo. “Decidite”.

India lo dejó. Siguió un tiempo con su marido. Supongo que ambos la pasaron como el culo. Se separaron una semana antes de declararse el aislamiento obligatorio. India se fue a lo de su madre. No se la aguantó. Hace veinte días que vive con el sextoy. Me cuenta, para mi sorpresa, que es la felicidad misma. Que se siente liberada, que sus amigos más cercanos la cagaron a pedos y la boludearon, que su madre está espantada, que ni quiere prender el teléfono para que nadie le rompa el encanto. La había pasado tan mal en los últimos tiempos que ahora siente que toca el cielo con las manos. No entramos en detalles íntimos.

Me cuenta que a varias amigas les pasó lo mismo. Chicas que venían ya de novias y que el temor a estar alejadas del ser amado o a pasarse, lisa y llanamente, un mes sin garchar las llevó a probar la convivencia. Dice que hasta una que hacía dos meses chongueaba con un tipo hizo ¡plop! y pegó el salto con bolsito y cepillo de dientes.

Mientras conversamos linkeo con lo que me contaban otros conocidos, hombres, que viven solos y que ya no la pueden poner como antes. Privados de la ronda de levante a la que estaban acostumbrados, la soledad del dos ambientes contrafrente comienza a pesarles. Uno puede campear el aburrimiento y el encierro un tiempo, pero tarde o temprano se acaban el porro y el vodka. Llega un momento que ni hasta el porno con enanos alemanes entretiene la mirada y las ideas; y entonces las ensoñaciones comienzan a brotar de las paredes como la sangre coagulada en las pelis de terror. Pienso en mi ex, me cuenta uno por whatsapp, que ni los memes ni los mails que le manda el Partido Obrero le cortan las ganas de salir a la calle a buscarla. Dice que si no fuera por la multa o el fantasma del contagio, saldría con la agenda en mano a tocar timbre en busca de cualquier flaca que le saque los fluidos y la soledad que le come el pecho.

India habla de las maravillas de sentirse amada. Mientras pienso, también, en todas esas personas encerradas con violadores y abusadores de todo tipo, con maltratadores que no se amilanan ni con el qué dirán ni con la policía. O en todos los que no saben cómo parar la olla ni correr la coneja hacinados entre cuatro chapas, mientras esas parejas jóvenes descubren que el apocalipsis pandémico les ha dejado entre las piernas el regalo de una pausa, de una celebración tan pagana como santa, en la cual fundirse con el otro.

Conocí una piba hace unos años que decía que lo primero que hacían las nuevas parejas que se iban a vivir juntas era comprarse una cafetera de capsulitas. Supongo que ahora cambiaron el hábito por alcohol en gel y barbijos. O por subscripciones a Netlix o flow. No lo sé.

India me cuenta que toman sopa crema de arvejas sentados juntos en el parque viendo el atardecer. Si ella fuera una persona religiosa diría que ésta es una oportunidad que le dio Dios. Como toda enamorada con buena fortuna, elige verle el lado positivo y me habla de los delfines en Venecia y de los lobos marinos de Mar del Plata, del cielo límpido de Jalandhar y que ahora puede plantar rabanitos en el fondo de su nueva casa. Me cuenta que cuando hace las compras, ve que la gente en lugar de aprender de todo esto, elige colarse en las filas y proclamar su derecho a una salvación privada. También reflexiona sobre el bajón que hubiese sido quedarse encerrada con su ex, a quien quiere pero ya no ama, que por eso no preguntó cuando se llevó al gato sin consultarle.

Una conocida en común que tenemos me cuenta -en otra charla- que menos mal que dejó hace un año a un boludo con el que andaba y lo cambió por otro, porque el nuevo garcha encantadoramente, pero sobre todo le hace compañía. El otro, por sus obligaciones o sus padres mayores o lo que fuera, la hubiese dejado sola la mitad del tiempo. Algo claramente inaceptable para su sensibilidad.

Cuando cuento esto en un grupo virtual, Pepo, un amigo del secundario que labura en un Coto, se caga de risa. Cuenta que ya puede decir qué parejas son hiper recientes, cuáles ya tienen un tiempo y cuáles se detestan, con solo verlas elegir productos en las góndolas. Las primeras se meten mano entre los estantes de papel higiénico y mandan cualquier cosa al changuito. “Son lo que nos dan de comer en estos tiempos”, dice, los que quieren irse rápido para seguir intimando. Las segundas, llevan una lista y se miran cómplices en la sección pañales, eligen los productos y le reclaman al repositor por los aumentos como si estuviesen ante el mismo Alfredo Coto. Las últimas, se ignoran mientras uno mira al cielo pidiendo que el coronavirus lo ayude, y el otro estira la compra para no tener que volver a encerrarse con quien ya no quiere estar. Pepo simplifica la cosa, es cierto, pero lo matiza contando que la mitad de sus conocidos tiene sexo virtual, que les explota el teléfono de mandar y recibir fotos de gente en pelotas que se promete, se jura, garantiza, que cuando todo esto termine van a cogerse como si nunca hubiese habido otra orgía igual sobre la tierra, sin importar estado civil, moral ni buenas costumbres.

Cuando India corta me queda una rara sensación de estar y ser desubicado. Cada tanto me pasa, soy un tipo que se va a dormir en los partidos del Mundial. Mientras unos descubren y fundan la felicidad más luminosa y otros se dan a la paranoia fascista de denunciar a sus vecinos, yo me quedo en casa, medio triste, medio solo, medio cagado de miedo, comiendo tortafritas que hicieron mis viejos y mirando dibujitos animados a las seis de la mañana. Dicen que no está tan mal. Algo me dice que podría ser mejor.

Comentarios

  1. Me gustó. Realmente. No será mucho, pero espero que sume, aunque sea, un poquito.

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