El cuerpo como categoría política.
por Melina Schweizer
La Real Academia Española define al cuerpo como un conjunto de partes que forman un ser vivo. A este concepto inicial, los movimientos feministas y queer incorporan el lenguaje simbólico determinado por la cultura, asignando al cuerpo una categoría política.
El cuerpo como categoría política adquiere relevancia a partir de un nuevo entendimiento basado en la diferenciación entre género, sexo, sexualidad e identidad sexual. El reconocimiento de estas redefiniciones quiebra paradigmas sociológicos, antropológicos y políticos relacionados con el cuerpo, al tiempo que abre un debate que permite entender al cuerpo como categoría política. Sin embargo, no se han incorporado a esta discusión elementos esenciales tales como la etnia y la clase social, que no deben ser dejados de lado a la hora de entender opresiones y hegemonías.
“El cuerpo como territorio es un elemento central para la reproducción de las desigualdades”; esta definición de la socióloga, feminista y política brasileña Marielle Franco, retoma el interrogante que emergió durante la segunda ola del pensamiento feminista, que incitaba a las ciencias sociales a re-definir al cuerpo como un sujeto de derecho que interpreta la realidad en su relación con el otro, produciendo la creación de normas sociales y dando paso a la categorización.
En la conceptualización social el cuerpo permanece en el centro del discurso y de las categorías sociopolíticas, se le confiere una relevancia exagerada. Por otro lado, en la sociología y la antropología se busca generar una explicación, presentando al cuerpo como una categoría de debate entre el biologicismo y el culturalismo.
Esta oposición binaria entre cuerpo y mente, crea la noción de que el cuerpo es el resultado de la vida en sociedad, que se diferencia a partir del género y se evalúa según su rol. A partir de allí, el cuerpo como territorio político se puede categorizar, dominar y patriarcalizar.
El cuerpo como espacio político ha sido configurado a través de la historia, y como miembro activo ha ido transformándose; es por esto, que lo social y lo biológico viven retroalimentándose.
En el libro “La invención de las mujeres, una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género”, Oyèrónké Oyèwùmi dice: “…la construcción social y el determinismo biológico siempre han sido las dos caras de una misma moneda porque ambas ideas viven reforzándose; al construirse categorías sociales como la de género, el cuerpo pasa a ser un ámbito político”.
El cuerpo como territorio político realiza la mediación entre lo social y lo cultural, y esta relación no sólo se dará entre el hombre y la mujer, sino también en la edificación de sus identidades individuales, llegando a formar parte de la construcción colectiva de identificación grupal, de manera que sólo a través del cuerpo es que pueden realizarse cambios estructurales.
La noción género dentro del discurso feminista es totalmente dinámica, y por esta razón, el debate feminista se cuestiona cuáles y qué identidades son naturales, y cuáles aspectos de estas identidades son atribuidos a la relación sociocultural.
A partir de la separación de las categorías conceptuales de sexo y género, las ideas biológicas y sociales pueden distanciarse: el sexo se presenta como la categoría natural y el género como la construcción social de lo natural, formando así la superestructura del cuerpo, en donde ambas categorías se asientan, y a través de éstas se componen las jerarquías sociales.
La idea del género como construcción de categoría política se elabora socialmente desde un enfoque multicultural. Suzzane J. Kessler y Wendy Mackenna en “An Ethnomethodological Approach”, en 1978 se atrevieron a visualizar el género como una construcción social, que sólo es posible contemplar en culturas donde los roles están bien establecidos. En este sentido, el enfoque multicultural sugiere que el género sólo es variable cuando está definido socialmente.
Las relaciones entre el cuerpo y el género forman parte del lugar arquitectónico y cultural donde son edificadas, y esta construcción de espacio-tiempo puede cargar esta representación binaria de distintas asignaciones sociales.
En los años ochenta, las feministas negras empezaron a criticar la categoría “mujer”, que no engloba las divisiones internas vinculadas con la clase, el sexo, la raza y la sexualidad, que se suscitan en la construcción de este “género universal”; es por esto que el feminismo negro propone, dentro de su marco teórico. el concepto de “interseccionalidad”, para evidenciar las particularidades que atraviesan a las mujeres negras, tomando además en cuenta la construcción histórica de la “raza”, el sexo y el género como categorías que producen jerarquías sociales. María Lugones en su texto “Coloniedad y Género”, del año 2008, expresó que estas intersecciones son las que producen la subordinación y opresión de las mujeres negras, a partir de la llamada “organización diferenciada del género en términos raciales”; entonces este tipo de organización se reforzó en los cimientos biológicos con una perspectiva euro-céntrica, en donde las mujeres africanas y afrodescendientes esclavizadas no estaban percibidas como “mujeres”, en el mismo sentido de las mujeres “blancas”.
Las mujeres afrodescendiente arrastramos desde la época de la colonia el martirio de la estereotipación que percibe a la racialización sexualizada. La racialización y sexualización pone a lo íntimo como eje social.
Esta organización diferenciada del género en términos raciales, deja a la mujer afrodescendiente frente a una mayor vulnerabilidad social; produce de muchas maneras violencia, y más si es una mujer trans, travesti o lesbiana. Del racismo y la sexualizacion no puede escapar nadie, es decir los hombres afrodescendientes también sufren el hostigamiento de la estereotipación, pero a ellos los atraviesa de diferente forma.
La racialización pasa a través de los cuerpos que son racializados e históricamente categorizados bajo las conceptualizaciones creadas en el colonialismo, debido a que la racialización forma parte de la estructuración de los modos de intervenir dichos cuerpos, en donde el cuerpo negro adquiere un sentido de “subordinación” dentro de las relaciones de poder, y es visto como un lugar a conquistar. Al igual que los ‘quilombos’, los cuerpos negros como territorio político son espacios de resistencia y de contestación, donde la conciencia racializada construye una identidad que se manifiesta a través del cuerpo.
El cuerpo como territorio político logra construir subjetividad, y a partir de esta construcción incluye no sólo al género, sino también a la clase y la etnia, transformando los imaginarios sociales. Es por esto que el movimiento afrofeminista incluye en el debate político la mirada hacia la etnicidad, a la diversidad sexual o de género, y a la clase social, creando nuevos ejes de discusión, que ofrecen nuevas reivindicaciones sociales a una comunidad relegada.