¿Descubrimiento o invasión y genocidio?

por Juan José Romero Salazar

La banalización del léxico colonial
Ignorar el contenido latente en el metamensaje que se despliega en los nombres sesgados con el que se designan lugares donde vivimos y por donde transitamos, ha sido una de las estrategias ideológicas subyacentes de la colonialidad, que en el plano simbólico tiende a pasar inadvertida en el imaginario colectivo de nuestra América Latina. Esto lo reafirmo cuando recientemente doy un paseo por una ciudad de Ecuador que lleva el nombre de “Santa Ana de los Ríos de Cuenca”, o simplemente Cuenca, en honor a la ciudad de Cuenca de España, lugar de nacimiento del virrey español del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, quien mandó a fundar la ciudad al español Gil Ramírez Dávalos. Por supuesto, este conquistador no tuvo ningún empacho para sustituir el nombre Tomebamba, como era llamada esta tierra hermosa como ciudad incaica, o como la llamaron los Cañaris, habitantes originales que tenían su propia cosmovisión y le colocaron el nombre de Guapondelig, (1) que significaba llanura amplia como el cielo, y fue llamada así desde mucho antes que los conquistadores, a nombre de “la civilización”, entraran en ella “a sangre y fuego”.

Al pasear esta hermosa ciudad, recorro la Avenida 12 de octubre y desemboco en la Avenida Los Conquistadores y luego observo los nombres de las calles transversales entre las que destacan; la calle Bartolomé Ruiz, nombre del conquistador a quien la historiografía oficial le atribuye haber sido “un piloto español que navegó las costas del pacífico, y de haber visto “por primera vez las costas de Esmeralda” en el Ecuador (2). Luego paso por la calle Vasco Núñez de Balboa, otro conquistador, quien según la versión colonialista de la historia latinoamericana es “el descubridor del océano Pacífico en 1513” (3). Continúo el recorrido y veo la calle Diego de Almagro, que de acuerdo con los representantes de “historia oficial” está considerado el “descubridor de Chile” (4). Más adelante veo la calle Rodrigo de Triana, quien está considerado, dentro de esta concepción retrógrada de la historia de los pueblos, como “el primer español que avistó el nuevo continente desde su puesto de vigía en la carabela La Pinta. Hecho que es narrado por el propio Cristóbal Colón en el diario que, de su primer viaje, recogió Fray Bartolomé de las Casas… pero Colón le robó el protagonismo al afirmar que fue él quien avistó tierra, lo que impidió que recibiera la recompensa prometida” (5). A continuación, recorro otras calles que llevan los nombres de los conquistadores Gonzalo Pizarro, Pedro Puelles, Francisco de Orellana, y el Rey, Fernando de Aragón. Al final me encuentro con la calle Las Carabelas y las otras tres calles colindantes que llevan los nombres de La Pinta, La Niña y La Santa María.

Esta podría ser una realidad semántica común, con la que seguramente nos toparíamos en un paseo por cualquiera de nuestras ciudades, donde la concepción eurocéntrica de las élites conservadoras logró imponer esa nomenclatura urbana en casi toda la extensión territorial de nuestra América Latina. Esto constituye una gran vergüenza para la Patria Grande y una ofensa a la identidad profunda de nuestras raíces ancestrales, porque con ello se mantiene un homenaje histórico hacia los operadores del genocidio más espantoso en la historia de la humanidad.

Resulta paradójico que a esta altura, en nuestro tiempo convulsionado por la injerencia que se ejerce a través de nuevas formas imperiales para mantener la agresión sobre nuestros pueblos, se continúe honrando a los responsables de los millones de asesinatos, como lo denunció en su momento el Fraile Bartolomé de las Casas, y que al respecto el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, quien aportó una magistral reconstrucción del proceso civilizatorio, sentenció en una alarmante y contundente estadística: “a finales del siglo XV, al momento en que arribaron los conquistadores europeos a América, existían aproximadamente 70 millones de indígenas. Un siglo y medio después solo quedaron unos tres millones y medio” (6).

La “Leyenda Negra”, que pretende convertir en víctima a los victimarios
Desde España, cierta historiografía sesgada, difunde una versión manipulada con pretensiones de perpetuar en el pensamiento universal una idea benefactora del descubrimiento, y culpar a los defensores del proceso histórico latinoamericano de crear una supuesta “leyenda negra”, cargada de un pensamiento que tildan de “antiespañolista”. Con todo el desparpajo intelectual que caracteriza el comportamiento racista y retrógrado, señalan que se trata de: “Un cúmulo de falacias y verdades retorcidas vertidas especialmente desde fuera de las fronteras del país —aunque también se han registrado importantes corrientes internas— que intentan desprestigiar la figura de los españoles y de lo español; tildarlos de seres salvajes, sin escrúpulos; de conquistadores sanguinarios que arrasaban todo nuevo territorio en el que desembarcaban sus tropas” (7).

En su libro María Elvira Roca Barea, sobre la imperiofobia y leyenda negra, señala que se trata de una propaganda contra los imperios y más concretamente, una propaganda “creada por los poderes rivales o locales con los que el imperio ha colisionado en su crecimiento”. Sostiene la pervivencia de los prejuicios contra España en el imaginario colectivo actual. Y se preocupa por el “horrible” riesgo, de que “las creaciones literario-propagandísticas” suplanten a la historia verdadera” (8).

Se trata de una argumentación perversa que arremete contra Bartolomé de las Casas al afirmar que mintió en su denuncia sobre los horrores cometidos contra la población indígena, donde evidenció el maltrato, la violación y el exterminio de seres humanos por los violentos conquistadores. Con esta literatura se promueve una censura engañosa en contra del Padre Bartolomé de las Casas a quien presentan como: “un fraile sevillano que se dedicó a cargar sin ambages contra sus compatriotas”. El invento de esa tesis sobre “La leyenda negra”, persigue falsear la verdad histórica y posicionar una interpretación favorable a España y ocultar la verdadera razón de su expansión imperial, que se llevó a cabo para usurpar nuestros territorios a través de la violencia genocida, para fortalecer el capitalismo mercantil con el despojo de las riquezas de nuestros lares.

Con razón Eduardo Galeano señaló: «El 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor» (9).

Chantaje intelectual del eurocentrismo para reforzar la Colonialidad
La estructura ideológica de la dominación imperial pretende disimular con desparpajo el carácter violento y depredador de la invasión española. Pero dentro de esa concepción eurocéntrica no se puede ocultar la ambigüedad semántica entre el mundo colonizador (también llamado el Primer mundo), y el colonizado (Tercer mundo) o sea, la contradictoria relación Norte y Sur, como lo plantea Josef Estermann: La Colonialidad representa una gran variedad de fenómenos que abarcan toda una serie de fenómenos desde lo psicológico y existencial hasta lo económico y militar, y tienen una característica común: la determinación y dominación de uno por otro, de una cultura, cosmovisión, filosofía, religiosidad y un modo de vivir por otros (10). Por eso hay que enfatizar que las relaciones coloniales no han desaparecido, como lo plantea el sociólogo peruano Aníbal Quijano para argumentar la persistencia de la Colonialidad del poder (11). Esto lo demuestran las nuevas alineaciones geopolíticas que se dan actualmente en América Latina, que se estructuran en las alianzas entre países que siguen los lineamientos estratégicos de injerencia de los Estados Unidos y las orientaciones financieras del Fondo Monetario Internacional, verbigracia, el Grupo de Lima.

Pero, sobre todo, continúa operando la Colonialidad del saber a nivel de las identidades. Por eso rescatar el concepto de Colonialidad es de vital importancia para hacer visible algo que se pretende ocultar, que tiene que ver con un pensamiento subsumido en una concepción cronológica-narrativa, anclada en un discurso que pretende estigmatizar la colonización como un asunto del pasado.

En realidad, la emancipación latinoamericana del siglo XIX desmanteló el colonialismo, pero no la Colonialidad. Como apunta Pablo Quintero, la Colonialidad sigue siendo el elemento central de la estructuración de la sociedad. “La categoría Colonialidad o Colonialidad del poder designa al patrón estructural de poder específico de la modernidad, originado a partir de la conquista de América y la subsecuente hegemonía planetaria europea (12).

La dignidad histórica de la Patria Grande y el Proyecto Descolonial
El proceso de descolonización sigue planteado y no puede ser visto “como un ideal bucólico de cultura no contaminada”. Desde la perspectiva emancipatoria, se trata de asumir sin complejo una lectura crítica de nuestra historia, sin temor de ser catalogados como fundamentalistas, ni mucho menos inmersos en el chauvinismo trasnochado. No podemos aceptar aquello que se ha constituido en un chantaje semántico, que opera ideológicamente desde el discurso de la Colonialidad para disimular el complejo racial que se oculta desde una intelectualidad eurocentrada, que históricamente se ha movido dentro de una distorsión cognitiva, que se refuerza con la dicotomía civilización y barbarie.

Esta pues, es la base de la patología de la modernidad europea, que las élites de pensamiento subalterno defienden para promover desde las instituciones jurídico – políticas y desde el sistema educativo de nuestra Región, una falsa identidad y un endeble sentido de pertenencia, para impedir una toma de conciencia en sintonía con nuestra herencia rebelde, y presentarnos como los vencidos en una contienda desigual que nuestros valientes descendientes libraron dignamente con el sacrificio de sus propias vidas en contra de sus agresores.

Por eso los historiadores desarraigados impusieron la categoría “El descubrimiento” para tratar de ocultar, bajo un manto de buenas intenciones un supuesto encuentro respetuoso entre razas, que se trató de idealizar a través de la evangelización, para ocultar la violencia de la ocupación y el despojo.

A 528 años de haberse iniciado la invasión genocida a nuestra tierra, sigue planteado profundizar el Proyecto Descolonial, que plantea un giro epistémico para sustituir la narrativa de la modernidad europea y defender la tesis de la Transmodernidad, postulada entre otros por Enrique Dussel (13), para cuestionar la racionalidad eurocentrada que impide la diversidad epistémica del proceso emancipatorio. Pero, además, establece la clave para enfrentar la actual globalización neoliberal, con un diálogo interepistémico que promueve la integración de la horizontalidad de los saberes, para oponerla al pensamiento único etnocéntrico y hegemónico. A partir de allí se hace impostergable impulsar la filosofía del Buen vivir (14), basada en la cosmovisión del “Sumak Kawsay”, para rechazar de plano las reminiscencias de la invasión y genocidio más grande en la historia de la humanidad.

Reflexionar sobre aquel 12 de octubre de 1492, nos permite rescatar nuestra historia profunda, para visibilizar nuestras verdaderas raíces socioculturales y reivindicar la sabiduría ancestral, que es la base de nuestra herencia insumisa y libertaria.

Para finalizar pido permiso a nuestro imprescindible poeta Gustavo Pereira (15), para hacerle honor, al lado de él, a nuestra verdadera cosmovisión y mostrar la grandeza espiritual de nuestros ancestros:

Los waraos del Delta del Orinoco dicen Mejokoji
(El Sol del Pecho) para nombrar el Alma.
Para decir amigo dicen Ma-jokaraisa: Mi otro corazón.
Y para decir olvidar, dicen: Emonikitane,
que quiere decir Perdonar.

Los muy tontos no saben lo que dicen
Para decir Tierra dicen Madre
Para decir Madre dicen Ternura
Para decir Ternura dicen Entrega

Tienen tal confusión de sentimientos
que con toda razón
las buenas gentes que somos
les llamamos salvajes.

 

Notas

1. Ministerio de Cultura y Patrimonio (2020): Cuenca: 459 años de historia, cultura y tradición.  Consultado en Octubre 2020.
2. AVILÉS PINO, Efrén (2020): Enciclopedia del Ecuador. Consultado en Octubre 2020.
3. ÁLVAREZ ALBALÁ, Carolina (2020) https://www.elindependiente.com/tendencias/historia/2020/05/14/quien-fue-nunez-de-balboa/ Consultado en Octubre 2020.
4. FERNÁNDEZ, R y TAMARO, E. (2004): Biografía y vida de Diego de Almagro. Consultado en Octubre 2020
5. HUIDOBRO, José. (2020): Hidalgos en la historia.   Consultado en Octubre de 2020.
6. TELESUR (2020) El «descubrimiento» de América o el inicio del mayor genocidio de la historia. Consultado en Octubre 2020.
7. BERREIRA, David (2018): ¿Fue genocida la conquista de América?. Consultado en Octubre de 2020.
8. BAREA ROCA, María Elvira (2016): Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Editorial Siruela.

9. GALEANO Eduardo (2007): El «descubrimiento» de América o el inicio del mayor genocidio de la historia. Consultado en Octubre 2020.
10. ESTERMANN, Josef (2014): Colonialidad, descolonización e interculturalidad. Revista Polis. Revista Latinoamericana. 34/2014.
11. QUIJANO, Aníbal. (2000): Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Consultado en Octubre 2020.
12. QUINTERO, Pablo (2020): Colonialidad. Consultado en Octubre 2020.
13. DUSSEL, Enrique (2000), “Europa, modernidad y eurocentrismo”, en Lander, Edgardo (Comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales: perspectivas latinoamericanas. CLACSO, Buenos Aires.

14. El Buen Vivir fue recogido como un principio constitucional en Ecuador y está contenido en el Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-2013, que señala que el Buen Vivir está basado en el “Sumak Kawsay”, considerado como una cosmovisión del Ser Humano y su entorno natural y social para: “La satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno -visto como un ser humano universal y particular a la vez- valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente y sin producir ningún tipo de dominación a un otro)”.
15. PEREIRA, Gustavo (2019): Sobre Salvajes Consultado en Octubre 2020.

* Doctor en Ciencias Económicas, (Universidad de La Habana). Sociólogo (Universidad Central de Venezuela).

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