“Vivo en esta ciudad, interpelo esta ciudad”
por Maia Kiszkiewicz
Es la tarde de un viernes de octubre. Cualquier viernes. Todos. MU Trinchera Boutique se convierte en escenario de una nueva Posta Sanitaria Cultural. En ese espacio la cantante, actriz y poeta Susy Shock, acompañada por las guitarristas Caro Bonillo y Andrea Bazán, propone habitar las calles y soñar nuevos mundos desde la música, la palabra y la mirada.
La gente pasa por Riobamba 143 y se queda. Un asiento invita a sentarse frente a Susy, vidrio de por medio. Los cuidados son necesarios. Las palabras y la cultura, también. “Volvamos al barrio, volvamos a la cuadra. Acá tenemos una vidriera y siempre hay gente. Quizás en tu cuadra hay un balcón, una ventana amplia o un pasillo. Recrearnos. Ese es el desafío”, plantea la artista y conversa con cada persona que la mira a los ojos. Aún con barbijos, cada expresión es inequívoca. Hay llantos emotivos, risas, admiración. “Que sólo esté la mirada hace que todo vuelva a ser más intenso. Y es, también, volver a sentir los ejes fundamentales de ser artista. Ahora no tenemos mercado, no tenemos posibilidad de escenarios ni de atraer gente para que pague una entrada, compre un disco o un libro. Pero eso no significa que el arte no esté. El arte sigue. Se recrea”, afirma la cantante en comunicación con Periódico VAS.
“Las postas de MU empezaron para visibilizar la ausencia de políticas públicas culturales”, cuenta Susy, quien está presente desde el primero de estos eventos, que se realizó el 4 de agosto en la puerta del teatro Presidente Alvear, ubicado en Corrientes 1659. Aquel día el mensaje fue claro: “Si hay programas de chimentos, debería haber teatro”. El reclamo por la emergencia cultural no es nuevo. Las expresiones artísticas en vivo fueron las primeras en suspenderse, dejando sin trabajo tanto a artistas como a quienes trabajan en iluminación, producción, difusión, musicalización y otros puestos que hacen posible la existencia de cada espectáculo.
“Hay gente que tiene que hacer políticas y acciones para quienes estamos desocupadas o en situación hipercrítica, pero no se les cae una idea. Por eso, desde la autogestión les tiramos algunas ideitas y, sobre todo, seguimos haciendo los abrazos que necesitamos para sostenernos”, dice Susy.
Vos preguntás: “¿Hace cuánto no te invitan a soñar algo nuevo?”. ¿Sentís que haciendo eventos como el de MU estás invitando a soñar algo nuevo desde la cultura?
¡Ojalá!. Es una pregunta que hago hace tiempo. Porque no hay nada en este sistema que nos invite a soñar. Resistimos o padecemos. Y yo necesito alguien que me invite a soñar algo nuevo, porque ya nadie discute el capitalismo. Son poquísimas las voces que escucho y cuando empezamos a hacer un análisis de la realidad digo la palabra capitalismo y dicen: “ Ey, el comunismo”. Lo ven todo de forma binaria. Pero yo estoy hablando de que la humanidad, si quiere seguir existiendo, tiene que soñar algo nuevo porque esto nos está condenando al colapso.
Soñar un mundo mejor debería ser el segundo paso de la insatisfacción. Soñarnos en un mundo habitable en serio. En armonía con la tierra, con la naturaleza y con el resto. Pero nos gana el adormecimiento y el egoísmo de mucha gente que lo único que le interesa es qué auto va a comprar. Después viene una pandemia, no tiene mucho sentido tener auto y te das cuenta de que hasta eso es superfluo. Son distracciones banales. Eso hay que disputar. Si se quieren comprar un auto, que se compren. Pero nosotras somos disidentes de ese mundo fracasado que proponen.
Cuando digo “nosotras” hablo de las diferencias y disidencias que no sólo son sexuales o de género, sino que tiene que ver con una manera de habitar el mundo.
Pero nos la hacen difícil. Nos ponen trampas todo el tiempo para alejarnos de lo importante: vinimos a este mundo para proponer algo. Si no, ¿cuál es el sentido de cada personita que nace, de cada crianza que viene a aportar una aventura nueva?
Trabajás mucho con las crianzas, ¿cómo surgió eso?
Hay algo del cooperativismo y la autogestión que me gusta transmitir a las nuevas generaciones disidentes. Por eso les explico que vivo de los discos que generamos comunitariamente y de los libros que producimos colectivamente.
Cuando entré al mundo del teatro, a los 14 años, aprendí que es un modo de construir. En ese momento yo era la más peque de un grupo en donde se ensayaba, se investigaba y se trabajaba para hacer una función en la que todas las personas estaban convencidas de que le iban a cambiar el mundo a quien se sentara a verla.
Armar esa obra sin tanto pedirle al mundo, al Estado, o a quien sea, fue re potente. Hoy, con 51 años, me doy cuenta de que lo mejor que pude aprender de ese oficio fue la autogestión. Es una palabrita que me acompaña de distintos modos en la vida. Yo me autogestiono mi deseo, por ejemplo. Lo que soy es mi construcción y tiene que ver con poner un ladrillito sobre otro, sin esperar que el mundo me de nada.
Mientras, le pedimos al Estado porque somos un colectivo que está fuera de foco y hay cuestiones básicas que siguen sin aparecer. Necesitamos lograr ese piso de ciudadanía. Pero, también, nos organizamos entre nosotras para hacernos la vida mejor.
¿Qué tanto de lo que hacés es transformar la incomodidad en posibilidades y acción ?
Yo tuve paz. Cuando hablo de mi privilegio, hablo de que a mí me quisieron. Ni más ni menos. Ese quererme me posibilitó estar alimentada, abrigada, cuidada y ser respetada en mis búsquedas. A mis 14 años elegí el camino del arte. Desde ahí fui desechando en mi insatisfacción cosas que hice porque soy actriz y se supone que una es el instrumento de alguien que escribe. Después descubrí que estaba buscando una dramaturgia que me perteneciera.
Marlene Wayar exige a gritos un tiempo de paz. Lo necesitamos. Porque sólo así puede surgir la posibilidad de soñar lo otro. Lo que no sabemos que tenemos ganas. Si no nos vamos construyendo contra. Contra mamá y papá, contra el Estado que te ningunea, contra la policía que te persigue.
¿Cómo sería si tuviéramos todo ese tiempo a favor?
Ahí es cuando volvemos a mirar a las crianzas trans que no son expulsadas a temprana edad de su propia familia, como pasa seguido en nuestra comunidad. Yo tuve tiempo a favor para abonar la insatisfacción. Porque en la desolación lo único que queremos es que nos quieran y eso no siempre está bueno. Inclusive cuando hablamos de inclusión: queremos pertenecer porque estamos afuera. Pero no siempre tenemos la posibilidad de discutir pertenecer a qué o de qué manera. ¿A ese mundo fracasado?, ¿la heteronorma?, ¿estar ocho horas trabajándole a alguien en algo que no nos gusta?. Yo creo que nosotras tenemos que ayudar a este mundo a que sea otro. Porque está re bueno que con los decretos podamos trabajar o tener una obra social. Se celebra. Hay gente que va a tener una estructura, comer seguido sin los riesgos que significa la calle. Pero también queremos discutir el mundo al que nos proponen pertenecer.
¿Qué es esta pandemia sino una demostración de su sistema hetero winca patriarcal fracasado?
Con la pandemia quedaron algunas cosas más a la vista. Como cuando se dice: “Quedate en casa”. Pero, si tenés casa…
Es un eufemismo. Como tantos que se instalaron. Y hay una única voz que es heteronormada, relegando otros discursos que sostenemos desde los transfeminismos. Primero, quién tiene casa. Segundo, suponer que la casa es un lugar seguro, cuando para la gran mayoría de las disidencias es el primer territorio de disputa y combate. Es donde se disciplina y se ataca primero. Desde donde te expulsan o tenés que salir corriendo. Entonces esos eufemismos atrasan, obnubilan, distraen. Nosotras nos sabemos cuidar. Tenemos la vida entera hecha a través de nuestros cuidados. No soy anticuarentena. La enfermedad existe y nos hace mal. Pero yo vivo en esta ciudad, interpelo esta ciudad. Entonces, estoy en acción sin dejar de cuidarme.
Hace poco hicimos un recital online, que es el producto más importante (hasta ahora) de una pequeña productora que creamos con amigas y se llama “Que otros sean lo normal”. Eso y las postas de MU, que siguen estando los viernes para visibilizar la ausencia de políticas públicas. En cada presentación hacemos mucho más de lo que el protocolo pide. En definitiva, es una época para permitirnos las insatisfacciones que la sobrevivencia no nos deja. Que este sistema y su pudenda de consumo no nos deja. Que las ideas loquitas de un mainstream del espectáculo no nos deja. Así que bienvenida la insatisfacción para construir micropolíticamente otros mundos. Vamos por eso.