“Lo que quieren las pibas”
escucha, búsqueda y construcción colectiva
por Maia Kiszkiewicz
Historias reales y espacios que agrupan. Desapariciones y una red de acción y resistencia que engloba docentes, familias y organizaciones del Bajo Flores. “Lo que quieren las pibas” es un documental sonoro que, con la premisa de contar el barrio desde el barrio, profundiza en la desaparición de adolescentes de la villa 1 – 11 – 14. Para eso, Josefina Avale, productora del documental e integrante de Furor Podcast, recopiló relatos en primera persona de mujeres y actores sociales que habitan y conviven en el territorio.
Esta producción demuestra que, si bien lo más visible son las desapariciones, existe un entramado social complejo que afecta a las subjetividades que viven en las villas. Las pibas no desaparecen de un momento a otro. Hay una construcción cultural en la que está normalizado, entre otras cosas, el deseo por objetos de marca como símbolo de pertenencia a un sector privilegiado o una belleza estereotipada de los cuerpos, sobre todo del de las mujeres. Pero “Lo que quieren las pibas” no es una explicación, es una radiografía. Una foto sonora que muestra los discursos que se generan en las calles, en las escuelas y en la música y es, a la vez, una investigación que deja en claro que para conocer historias se necesita tiempo. Tiempo de escucha, de conversación y de interés por las personas. Tiempo de hacer preguntas sin moldear respuestas. Y tiempo, también, de hacer red. De agruparse. “Individualmente no vas a lograr nada. Pero si te organizás, sí”, dice Josefina Avale en comunicación con Periódico VAS. Porque, como enuncia en el cuarto, y último, episodio: hacer red, funciona.
—¿Por qué la elección de investigar en la 1 – 11 – 14?
—Empecé desde la militancia participando en la Red de Familias, Docentes y Organizaciones del Bajo Flores. En ese momento me di cuenta de que algo era fijo: si una piba desaparecía en un barrio de clase media o alta, las comisarías o las fiscalías activaban todos los protocolos que corresponden a estos casos. En cambio, cuando la piba era de un barrio como el Bajo Flores, no se hacía nada. A veces decían que hay que esperar 48 horas, que quizás se fue con el noviecito. O, en otros casos, las madres eran migrantes o analfabetas y no entendían cómo era esa cuestión de ir a hacer una denuncia.
—Las historias aparecen contadas en primera persona. Entiendo que eso fue una decisión.
—Si. Entiendo que los medios de comunicación son formadores de maneras de relacionarnos entre las personas. Son referencia de cómo construir comunidad. En ese sentido, me parece que falta un montón la escucha y que, después, eso mismo se reproduce en diversos ámbitos. Creo que una sociedad justa, comprensiva y que conviva con toda la biodiversidad que la caracteriza tiene que tener la escucha como un valor prioritario. Por eso me interesó hacer un periodismo que deje hablar a quienes protagonizan las historias.
—Tu momento de escucha fue el ir y hacer las entrevistas. ¿Cómo fue la situación de hablar de estos temas por parte de quienes viven ahí? ¿Hay ganas, necesidad, miedo?
—No es tan simple. Desde la red vimos que la voz de las pibas no era contemplada por nadie y yo decidí hacerlo desde la producción de un documental sonoro en formato podcast. Ahí me pregunté cómo encararlo porque quizás era mucho buscar a las pibas directamente para que hablen sobre las desapariciones. Muchas no quieren y no era la idea obligarlas o pegarlas a esta producción. Entonces hablé con una docente del barrio que me ayudó contactactándome con dos chicas, fui hasta el Bajo y estuve en un taller que realizaban. Ahí, en un principio, les pregunté sobre sus consumos culturales para saber qué hacían o si iban a boliches. Después indagué qué pasa con la violencia. En esa charla contaron más cosas de las que yo esperaba.
Lo que pasa en el barrio es que hay situaciones implícitas. Por ejemplo, drogan a las pibas y ellas no saben qué pasa después o les dan tragos y entradas gratis en boliches. Son cosas que, en todo caso, si las quieren vivir debería ser una decisión. Pero es necesario que sepan que no es que les dan una bebida por bailar, que en realidad son la carnada, que las usan para que entren más pibes.Y para decidir si quieren ser parte de esas cosas tienen que tener las herramientas y entender qué les proponen. Hoy no sucede porque se necesita más Educación Sexual Integral. Porque, en general, está la cuestión de que la lucha social es clasista pero, también, es necesario sumar el ingrediente del feminismo. Eso está faltando en los barrios para las pibas. Lugares donde ellas puedan ser y comprender muchas de las cuestiones que pasan en su cotidianeidad. Espacios que empoderen.
—Ahí la importancia del hacer red, como dice el episodio cuatro. Las redes generan espacios.
—Y en esto del hacer red, también, una de las cosas que dice una de las entrevistadas, Griselda, es que hay que terminar con el verso de lo delegativo. Hay que exigirle al Estado, sí. Pero también hay que creer en lo que une es capaz de hacer. Porque, sino, todo el tiempo decimos que no podemos y esperamos que otro haga. Y no. Porque somos personas con una potencia y una capacidad de hacer enorme. Eso lo demuestra claramente la red que, a la vez, teje otras redes. Familias que buscaron a docentes, que hablaron con otras organizaciones, que cuando se necesita hacer una movida no hay disputas de bandera política porque hay una causa que unifica.
—La música tiene un lugar protagonista en el podcast. ¿Cómo fue esa elección?
—Una de las características del documental es el uso de archivo. Sonoro, en este caso. Y, para mi, fue un aprendizaje ver cómo se moldea la subjetividad de las pibas para que, ante ciertas salidas, acepten irse y, después, vuelvan y digan que se fueron voluntariamente. Explicar o demostrar eso fue un desafío al momento de realizar el podcast. Entonces acudí a la música porque considero que demuestra el aval social que hay sobre esas ciertas vivencias.
La música es un producto cultural sumamente importante en la vida de las juventudes. Crea identidad y subjetividad. Genera modos de comprender al mundo. Los medios de comunicación y la industria cultural son grandes formadores de subjetividad. Eso se ve en el documental desde la música.
—A la vez, si bien vos trabajaste en el Bajo Flores, todo lo que hablamos supera fronteras.
—La realidad de las desapariciones de pibas no afectan sólo al Bajo Flores ni sólo a la Argentina. Este documental contiene un montón de herramientas para dar respuestas a ciertas situaciones. Hay que difundirlas. Y ese fue uno de los beneficios de producir en formato podcast: pude subirlo a plataformas digitales y que se escuche en distintas partes del mundo. También el podcast me permitió trabajar la complejidad del tema ya que permite dividir en episodios y habilita un tiempo más extenso de escucha que la radio.
Yo venía trabajando este formato con Furor Podcast, un colectivo de comunicadoras del que formo parte junto a Florencia Flores Iborra, Mariel Gimenez y Vanina Pikholc. Nosotras consideramos que el podcast es una forma de democratizar la comunicación y la información. Venimos de hacer radio feminista, nos encontramos limitaciones y decidimos hacer nuestro camino. Porque podemos producir con calidad. Tenemos equipos, experiencias y conocimientos. Somos radialistas feministas y las historias que nos ocupan y preocupan son las de las femineidades o del mundo de las disidencias y son las que no suelen estar en los medios porque no es algo que interese cuando, en la mayoría de los casos, son varones los que están ejerciendo el periodismo y eligiendo qué contar. Por algo está el proyecto de paridad en los medios y el observatorio “Faltamos en la radio”, hecho por Nos Quemaron por Brujas.
Más allá de nuestra experiencia, el podcast es más barato de hacer. Grabás con el celu, en tu casa y lo editás con el audacity que es gratis. Mirás tutoriales y listo. No tendrá la calidad que amerita, pero podés practicar y mejorar. El podcast es una posibilidad de ejercer el derecho que tenemos, como personas, a comunicar.