La pasión por narrar lo cotidiano
por Gabriela Adamo
Natalia Ginzburg nació en Italia en 1916 y atravesó el siglo XX con pasión y compromiso; desde su escritura, su trabajo como editora o sus días como diputada, fue protagonista de su tiempo histórico porque supo combinar la capacidad de creación con su potencia como militante antifascista y esos roles, sumados a los de esposa, madre, amiga y abuela confluyen en la biografía que escribió su traductora al alemán Maja Pflug.
Editado por Siglo XXI, el trabajo de la alemana sobre la vida de la autora de «Léxico familiar» se puede leer en castellano por la tarea de traducción de Gabriela Adamo, quien sostuvo que lo que más la sorprendió al hacer este trabajo fue «cómo esta mujer vivió y encarnó un siglo entero porque nació antes de la guerra» y murió cuando ella era adulta entonces le genera «esa sensación de lejanía y cercanía a la vez, esa sensación de haber vivido otra era pero también haber llegado hasta ésta por el enorme arco histórico que abarcó».
«Eso fue lo que hace súper interesante la lectura de este libro, este corto o largo siglo XX del que hablaba Hobsbawm está muy a la vista y muy explicado a través de la vida de una persona extraordinaria», relata la editora y traductora acerca de Natalia Levi, la autora de novelas y ensayos que se desempeñó como una de las permanentes y centrales editoras del reconocido sello italiano Einaudi y que tomó el apellido de su primer marido Leone Ginzburg.
Con fotos de los lugares en los que vivió en Turín, Roma o Londres, de su familia, con sus hijos, nietos o en momentos de reconocimiento público y también con testimonios de la protagonista, «Natalia Ginzburg, audazmente tímida» logra trazar un perfil de las distintas dimensiones de una autora que se hizo un lugar en el mundo cultural y político de su tiempo a fuerza de pasión y compromiso por la lectura y la vida, que para ella iban al mismo ritmo.
«Cuando el miedo dura mucho, se transforma. Se vuelve valentía, no: acostumbramiento. Eso. En definitiva, cuando uno tuvo demasiado miedo, no es que todavía lo tiene. O enloquece, o se mata, o no lo tiene más», dijo después de que su marido Leone haya sido encontrado muerto en su celda la prisión romana de Regina Coeli, después de haber sido apresado y torturado durante meses por los nazis en febrero de 1944.
Natalia tuvo con el intelectual tres hijos Carlo, Alessandra y Andrea y juntos, tras la caída de Mussolini se instalaron en Roma para participar en la resistencia clandestina, ciudad que dejó después de la muerte de su marido y a la que volvió tras la liberación de Roma para comenzar a trabajar como editora en Einaudi, la editorial que había armado Leone junto a Giulio Einaudi y a la que sumó como colaborador permanente a Cesare Pavese.
En ese momento ya había publicado una primera novela «El camino que va a la ciudad» bajo el seudónimo Alessandra Tornimparte, que remitía a una estación de ferrocarril, y ya había traducido «En busca del tiempo perdido», de Marcel Proust.
«Las biografías de editores son un género que es como mirar entre bambalinas lo que hace la gente que uno admira. Uno no puede dejar de mirar estas cosas con un poco de nostalgia porque el siglo XX era la época de oro de la edición, que está en un enorme proceso de cambio ya desde hace diez años y esta cosa más romántica, más ligada a proyectos profundos, no solo proyectos de autores sino también proyectos ideológicos, políticos, esta intención de querer participar en la forma de hacer mundo que tenían las editoriales antes claramente no existe más», analiza Adamo.
Para la exdirectora del Filba, «hoy en día las editoriales son proyectos comerciales, siempre hay excepciones pero esa época de oro se ve clarísima en este libro y es muy lindo y nostálgico a la vez».
Como editora, Natalia fue la que impulsó la publicación de Elsa Morante o de «El diario de Ana Frank» y asumió la tarea de traducir «Madame Bovary», un trabajo que según recupera Pflug, le llevó mucho tiempo en sus horas de oficina en la editorial pero también en su casa porque como le dijo a Einaudi «es una traducción demasiado demandante, demasiado difícil, requería la mayor de las concentraciones y una entrega absoluta».
Su oficio como editora ocupó gran parte de sus días y el propio Einaudi la describía como «la conciencia crítica de la editorial». Pero la escritura siempre estaba presente: la autora de esta biografía devela detalles de esa práctica y así nos enteramos que «escribía a mano, en el sofá, durante las primeras horas de la mañana, cuando aún reinaba el silencio. Terminaba un par de páginas y se las daba a Carlo, que justo estaba en Roma y las esperaba ansioso, como el lector de una novela por entregas».
Así cuenta Pflug que Ginzburg creaba «Léxico familiar» con la lectura atenta de su hijo Carlo, el historiador que más tarde escribiría la célebre obra «El queso y los gusanos», que era un lector exigente cuyo mayor elogio podía ser: «No está mal». Más tarde, ella caracterizaría a ese libro como el único que escribió «en un estado de absoluta libertad».
Para Adamo, «es quizás el gran libro por el que entrar a su obra» aunque aclara que «no es una escritora compleja en lo más mínimo y es bastante fácil entrarle, esa es una de las cosas fascinantes que tiene. Es una literatura que no es compleja o elitista y, a la vez, ofrece un montón y es profunda y uno puede leerla y releerla».
Natalia se volvió a casar en 1959 con Gabriele Baldini, profesor de literatura inglesa a quien admiraba, y con él que tuvo dos hijos: Sussana, que nació con hidrocefalia, fue operada y sobrevivió pero quedó con discapacidad, y Antonio, quien tuvo graves problemas de salud y murió al año.
Por la designación de Baldini como director del Instituto Italiano de Cultura de Londres, la familia se trasladó a esa ciudad, allí Natalia escribió la novela «Las palabras de la noche» y al leer el manuscrito su amigo Italo Calvino subrayó lo que implicó la lejanía en su escritura: «De este Piamonte ahora que estás lejos; antes lo difuminabas o lo generalizabas, siempre, y en cambio ahora te sale por todos los poros. Nunca había leído algo así, piamontés hasta las lágrimas».
Esa mujer rodeada de palabras escritas, editadas y traducidas fue la diputada con las intervenciones «más cortas que hayan registrado alguna vez los taquígrafos del Parlamento», asegura Pflug sobre aquella Natalia Ginzburg que asumió como diputada «independiente de izquierda», dentro las listas del PCI, en 1983.
«Escritura y política fueron a la par para ella porque fueron su forma de entender el mundo y su forma de concebir lo que tenía que hacer en la vida, era una forma de concebir una serie de valores y de principios y eso lo podía hacer escribiendo, como diputada pero también en los pequeños gestos de la vida que tuvo con sus amigos, con sus vecinos, con sus hijos. La forma en la que crió a sus hijos es muy interesante también, como la forma en la que logró armar sus vínculos de pareja», piensa Adamo.
En ese sentido, asevera que «a pesar de la durísima vida que le tocó tener supo tener una sabiduría afectiva muy grande y supo armar ese equilibrio que todos necesitamos en la vida, muy lejos de estos ideales del éxito y de la vida feliz que nos tratan de vender hoy en día, para aceptar las dificultades pero sin dejar de luchar en ningún momento por las pequeñas cosas y creo que esa es la enormísima lección de la vida de Natalia».
Escritora, ensayista, traductora, editora, dramaturga, Natalia Ginzburg (1916-1991) decía que «hay dos peligros que amenazan al que escribe: el de ser demasiado bueno y tolerante consigo mismo, y el de menospreciarse» por eso le daba tanta importancia a tener dos o tres interlocutores y en este libro, su biógrafa logra evidenciar esa red de lectores que formó durante su vida.