Aprendí a respetar la vida, desde la sala de un hospital
por Pablo Kulcar
El Hospital Municipal “Santamarina” está en el centro de la localidad bonaerense de Monte Grande. Es uno de los dos hospitales públicos que hacen frente a la pandemia del coronavirus en el partido de Esteban Echeverría.
La posibilidad de una vacuna no alcanza, el virus no se da por enterado y ajusta sus estrategias, se llama mutación. Del otro lado una sociedad contradictoria, despojada del miedo inicial, imagina casi infantilmente que nada puede ser peor y que esta negación irresponsable, es casi terapéutica.
Mientras tanto muchos trabajadores de la salud están exhaustos, literalmente agobiados de guardias, de dolor ajeno, de indiferencias. Nadie les reconoce ese riesgo de contagio. No es solo la desidia de pacientes con un barbijo en la mano, sino el desgaste de un sistema sanitario al límite. Somos una sociedad que acusa un cansancio casi existencial frente a los conflictos, Mientras médicos y enfermeros están exhaustos, ya no se alienta con aquellos sonoros aplausos de los primeros meses, ¡ya nadie le importa un pito!
Nancy
Es un hospital de mediana complejidad, Nancy Diez estaba a punto de dar un paso al costado en su puesto de técnica en rayos. Después de casi 35 años de batallar con una enorme labor en la salud pública, iba a jubilarse. Hasta marzo del 2020 proyectaba continuar con sus otras pasiones: la narración oral, la escritura, la escultura y la radiofonía. Muchas guardias de 24, merecían esa recompensa.
Pero llegó la pandemia y ella eligió resistir un poco más y seguir colaborando:
“Soy una convencida que las cosas pasan para algo, por algo tengo que estar aquí. Yo estaba casi con un pie afuera, pensando en mis futuros viajes, y pensé que esto iba a durar dos meses, tres meses, nunca me imaginé serian tantos y que ni siquiera vamos a poder tomar ni siquiera vacaciones”.
Mientras el lector lee esta nota, Nancy cumple su guardia de 24 horas en el hospital.
“¿Cómo veo la situación dentro del hospital? Angustiante. Una termina asustada. Una tiene miedo de llegar al hospital. A mí nunca me pasó tener miedo de ir al hospital y ahora lo tengo. Yo hago guardia los lunes y los domingos casi inconscientemente me pongo de mal humor, todos estamos en la misma situación, todos tenemos familia y miedo de llevar el virus a casa. El cuidado dentro del hospital es agotador, ponernos el camisolín, la antiparra, el barbijo, la máscara, los guantes, la cofia… eso hacerlo con cada paciente, después limpiar todo el equipo, las manijas, los picaportes, el teclado, la computadora, todo lo que usamos hay que desinfectarlo. Es agotador, repite, agotador. Estamos aislados de nuestros afectos más cercanos y se hace duro. Cuando vamos a hacer las placas con el portátil a las habitaciones, siempre es la misma interminable rutina de prevención”.
Nancy lo cuenta con un camino muy recorrido en las guardias de la sala de rayos. Ha recibido accidentados, pacientes de extrema gravedad, pero la pandemia se lleva todos los premios a la hora de impactarla:
“Aprendí en primera instancia a respetar la vida. Aprendí que es hoy, que hay que cuidarse, que todos somos frágiles, ver morir a una compañera, ver compañeros de trabajo internados, que no mejoran, asusta muchísimo. Así uno aprende a vivir, a cuidar a sus afectos. Esto es al revés, antes uno para demostrar cariño a alguien tenía que verlo y tenía que abrazarlo. Ahora para demostrarle cariño a alguien no lo tenés que ver y no lo tenés que abrazar”. Sonríe ante la paradoja. “Es una cosa muy loca pero es así, hay que prestar atención a las personas mayores, hay que escucharlas, los adolescentes también están pasando un momento difícil, son los dos extremos”.
Hace varias semanas falleció una enfermera del hospital, Claudia Espósito, de 50 años, a causa del covid 19. Claudia trabajaba en la guardia, estuvo dos semanas internada y fue la primer baja en el hospital.
Nancy despidió a su compañera desde las redes: “El hospital está más frío que nunca, los pasillos más oscuros: la muerte de una compañera de enfermería, nos rompió el corazón. No voy a pedir que no salgan, ni decir que tienen que hacer ¡Solo pido sentido común! Empatía con los que no tenemos opción. Estamos agotados y no hay personal que aguante esta situación. No basta con vivir; a la VIDA hay que honrarla. Claudia Esposito todo mi respeto.”
La tarea de Nancy en el diagnóstico y seguimiento de los enfermos de covid es esencial, poder “ver” con sus “RayosX” los efectos en los pulmones, es el comienzo de una nueva batalla.
Entrar a una sala de covid es lo más feo que te puede pasar: la soledad que hay en ese lugar, vos ves a una persona o dos personas en la sala, a veces acostada en prono, se dice, boca abajo, con respirador”
Hace un silencio, busca las palabras y continúa relatando: “están respirando con mucha dificultad, en general entramos de a dos, una enfermera y yo, o entramos dos técnicas, tenés que estar vestida de pies a cabezas y calcular cada movimiento, levantar el paciente, ponerle el chasis (de la placa) detrás, por lo general a pacientes intubados, estos no hablan, están inconscientes, es muy triste ver a una persona en esas condiciones y sola”.
Suspira, como si ella también necesitara un aire diferente que la ayude a seguir relatando: “El miedo a entrar, hay que ponerse toda la ropa, hay que hacer todo lo que hay que hacer y eso implica un estrés tremendo, hay silencios y frialdad. Nadie, repite, nadie que no trabaja en salud se imagina lo que es estar en una sala con covid”.
Para Nancy Diez la salud implica un modo particular de entender la vida, un lugar donde eligió ubicarse: “¿Una historia particular? Recuerdo una médica que me contó que llegó a su edificio, a la puerta de su departamento y tenía un montón de carteles escrachándola, diciéndole que se tenía que ir porque trabajaba en salud. Y esto sucedió hace poco, no al principio de la pandemia, esto le pasó a una médica que trabaja con nosotras”.
Nancy sabe mirar más allá de los rayos x, se detiene a ver qué les pasa a los pacientes que llegan a su servicio: “Mucha gente que está sola, la gente que no puede ir a trabajar, la gente llega al hospital asustada, llegan solos porque el acompañante queda en la guardia… Suspira… Hay Angustia y dificultad, la gente mayor no te escucha, con el barbijo, con la máscara… Bueno, algunas anécdotas también son lindas, vos les gritas, o te gritan porque en realidad uno no escucha y el paciente tampoco, ellos nos dicen que les gritamos demasiado, pero es que apenas nos escuchamos”.
El afuera del hospital a veces parece un universo paralelo, que no quiere ver lo que ocurre muros adentro: “Afuera en el barrio veo que la gente está relajada, hoy por ejemplo salí a caminar y veo gente sin barbijo, grupos de personas tomando mate y compartiéndolo en un parque y mi miedo es ese, que la gente se confíe, se relaje cuando esto todavía no terminó”, reflexiona.
Del aplauso simbólico y sentido a esta indiferencia, es la dura respuesta que les estamos dando. La necesidad de valorar su esfuerzo debería incluir la remuneración económica, será la respuesta más urgente y la más justa.