Esas mujeres
Catorce mujeres comenzaron a escribir la historia de las Madres de Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977. Sin más armas que la tenacidad, irrumpieron en la histórica plaza para visibilizar ante la Junta Militar su reclamo por el secuestro y la desaparición forzada de sus hijos e hijas. Estas son algunas de sus historias.
Josefa “Pepa” de Noia. Fue la primera en llegar ese sábado a la Plaza de Mayo, se sentó en el banco junto al Monumento a Manuel Belgrano, encendió un cigarrillo y y ese día transformó su dolor en una lucha compartida que la hizo invencible. Falleció a los 94 años, el 31 de agosto de 2015, sin saber el paradero de su hija María Lourdes, secuestrada el 13 de octubre de 1976.
Mirta Acuña de Baravalle. Tiene 96 años, es Madre y Abuela de Plaza de Mayo. Nada sabe de un nieto o nieta nacido en cautiverio. Define a su hija Ana María como una “militante de la vida” y recuerda que el 29 de agosto de 1976, horas antes de ser secuestrada junto a su pareja, su obstetra le había confirmado que cursaba el quinto mes de embarazo.
Raquel Arcuschin. Integró la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos en Argentina, madre de Miguel Sergio Arcuschin, secuestrado el 13 de setiembre de 1976 a los 19 años, junto con su esposa Noemí, embarazada de dos meses. El hermano de Sergio fue secuestrado junto a él, pero liberado cinco días después. Raquel falleció el 27 de septiembre de 2013, sin saber nada de su hijo.
Haydeé Gastelu de García Buela. Su hijo Horacio García Buela, estudiante de Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, fue secuestrado el 7 de agosto de 1976. Como todas las Madres, Haydeé realizó presentaciones en todos los ámbitos y en 2001, el equipo de Antropología Forense identificó los restos de su hijo, cuyo asesinato se produjo en la Masacre de Fátima, ocurrida entre el 19 y el 20 de agosto de 1976. Haydeé suele recordar que en esas primeras marchas sentían mucho miedo y soledad.
Azucena Villaflor de De Vicenti. Madre de Néstor De Vicenti, secuestrado junto a su novia Raquel Mangin el 30 de noviembre de 1976. Inició una búsqueda desesperada, durante estas gestiones, conoció a otras mujeres que buscaban a sus hijos y parientes desaparecidos. El 30 de abril de 1977 ella y otras trece madres se manifestaron en la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires, enfrente de la sede del gobierno: la Casa Rosada. Ante la orden militar de no detenerse ni “agruparse”, sino “circular”, decidieron caminar alrededor de la plaza. La primera marcha tuvo lugar un sábado, y apenas tuvo repercusión; la segunda fue un jueves y desde entonces se convirtió en costumbre realizarla todos los jueves, en torno a las tres y media de la tarde.
El 10 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor fue secuestrada por un grupo armado de la Armada en la esquina de su casa de Sarandí, en Villa Dominico, Avellaneda. La llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA. Luego de ser torturada, la arrojaron al Río de La Plata. El 20 de diciembre de 1977 sus restos aparecieron en las costas de Santa Teresita, junto a los cuerpos de las madres de Plaza de Mayo, Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, que habían sido secuestradas en la puerta de la Iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977, tras ser marcadas con un beso por Alfredo Astíz.
“Se llevaron hasta a las Madres porque lo que más les molestaba era esa presencia silenciosa. La desaparición de Azucena nos llenó de tristeza pero nos unió más y nos marcó que el nuestro era el verdadero camino, porque nosotras lo que buscábamos era Memoria, Verdad y Justicia”, reflexionará, años más tarde, Haydée García de García Buela.
Desde 2005 los restos de Azucena Villaflor descansan junto de a la Pirámide de Mayo, donde hace 44 años iniciaba su largo peregrinaje junto a Berta Braverman, Haydée García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia de Miranda, Pepa García de Noia, Mirta de Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Elida de Caimi, una joven que no dio su nombre, María Ponce de Bianco y Rosa Contreras. Protagonizando la mayor hazaña que nadie se pudo imaginar jamas: enfrentar a la más sangrienta de las dictaduras cívico militares que tuvo nuestro país.