¿Qué se extraña de la ciudad con la pandemia?
Testimonios de un tiempo que invita a reimaginar
Con horarios extendidos, actividades colectivas y una agenda de propuestas diarias, los centros culturales, los cafés y las librerías de la Ciudad de Buenos Aires son sede de una vida cultural que se vio suspendida por la pandemia de coronavirus pero a medida que pasan los meses y vuelven algunos hábitos, aumentan los interrogantes acerca de cómo proyectarla y si es posible que sea de manera más inclusiva.
Sin caer en la nostalgia de un pasado que parece haberse agrietado con la pandemia, Gabriela Massuh, Manuel Socías, Graciela Giuliani y Pablo Montiel reconocen aquello que extrañan en la forma de vincularse con la Ciudad pero también se animan a pensar otro escenario que permita imaginar el bienestar de sus habitantes y la posibilidad de sentirse amparados por ella.
«Extraño la Ciudad que alguna vez fuimos: la que pergeñó Benito Carrasco, el intendente que a comienzos del siglo XX construyó la Costanera Sur para la gente del sur de la Ciudad que no recurría a los bosques de Palermo y no tenían dinero para ir a Mar del Plata en verano», dice Massuh.
En esa lista de aquello que extraña también está «el paisajismo de Carlos Thays que nos legó una Ciudad llena de árboles que regulaban la temperatura en verano porque eran árboles construidos sobre suelo absorbente y no sobre cemento, el alma de los barrios destruidos transformados en cemento de baja estofa con viviendas que ya no son viviendas sino objetos de inversión».
«¿Para qué necesitamos tanto cemento vacío si la ciudad tiene hoy la misma cantidad de habitantes que en el año 1946?», se pregunta la escritora, que añora «una ciudad cuyos gobernantes vuelvan a ocuparse del bienestar del conjunto de sus ciudadanos» como también «a gobernantes que no propicien negocios para sus amigos emprendedores».
El urbanista Pablo Montiel dice extrañar «por un lado la cultura de la nocturnidad, el encuentro con amigos, los eventos culturales y deportivos masivos, el conocer gente» y por otro lado, «volver a viajar en transporte público sin miedos: si uno tiene conciencia de a qué se expone, la experiencia puede ser muy aterradora».
En sintonía, su colega, la arquitecta Graciela Giuliani identifica «la experiencia del ‘flaneur'», la posibilidad de desplazarse en plan de paseo sin rumbo preestablecido, dispuesta a dejarse llevar por las impresiones que surgen de manera espontánea cuando se camina por las calles porteñas.
«Creo que todos extrañamos disfrutar de la oferta comercial, cultural y gastronómica de nuestra ciudad y, en particular, la del centro porteño. Lamentablemente muchos comercios, bares y restaurantes no pudieron permanecer abiertos por la falta de ayuda del gobierno local. Lo mismo sucedió con la oferta cultural, resulta muy difícil sostener espacios culturales pequeños o independientes cuando el gobierno local no te tira una soga. Es inadmisible que en una crisis de estas características la única ayuda que recibieron estos sectores haya sido del gobierno nacional», dice el legislador porteño del Frente de Todos y politólogo Manuel Socías.
¿Es arriesgado pensar una incipiente nueva forma de organización del poder cultural?
«Por supuesto que se puede pensar en otra forma de organización de poder cultural. Pero si una se dedica a pensar seriamente en estos temas se debe partir del contexto específico en el que estamos inmersos. No podemos dejar de analizar la gestión cultural que el PRO ha venido ejerciendo desde el 2007, meramente dirigida al consumo que no tiene en cuenta a la producción de cultura y a su eje central: sus artistas, sus creadores, sus músicos y la capacidad de generar una cultura innovadora en la ciudad», responde la autora de la investigación «El robo de Buenos Aires. La trama de corrupción, ineficiencia y negocios que le arrebató la ciudad a sus habitantes».
La autora de ficciones como «La omisión», «Desmonte» y «La intemperie» destaca también el rol que tuvieron «aquellos suplementos de los diarios que, en lugar de avisos inmobiliarios, se ocupaban seriamente de la sustancia urbana» y en ese sentido, resume: «Extraño una ciudad como Viena, hoy la ciudad que ocupa el primer ranking de urbanismo a nivel mundial: desde hace décadas que solamente mujeres se ocupan del diseño urbano, una ciudad feminista concebida para todes».
Para Montiel, «el microcentro hoy está vacío porque tanto la administración pública como las empresas tienen a la mayoría de su personal haciendo home office» y si bien «la pandemia fue el desencadenante» se pregunta si cuando esto pase «¿se va a sostener esa modalidad o vamos a volver todos a cumplir horario en las oficinas tradicionales?».
En ese punto, considera que «todo parece indicar que el home office vino para quedarse pero hoy en día es solo una premonición. Hay una descentralización administrativa real que no pasa físicamente por la ciudad sino por internet, hay otra descentralización vinculada al consumo que también halla en la vida digital su cauce con lo cual hoy se podría hablar tranquilamente de una fragmentación de la vida urbana».
«Culturalmente se podría hablar que esa fragmentación se resuelve en el paso de internet al living, con una trampa: el tiempo que dejamos de perder no lo solemos usar para mejorar nuestra calidad de vida sino para trabajar más. La trampa del uso productivo del tiempo», resume el arquitecto.