Pateando Buenos Aires
Fútbol y política en el espacio público
por Miranda Carrete
“De chica no me dejaban jugar al fútbol. Porque te van a crecer las piernas, te vas a hacer lesbiana. En un momento me lo creí. Pero cuando vi la cancha en la plaza le dije a mis compañeras: chicas este es nuestro espacio”, recuerda Zulma, entrenadora de la escuela de fútbol Plaza Luna, ubicada en Parque Patricios a tres cuadras de la cancha de Huracán. Tiene puestos los botines, lleva en un brazo una pelota y en el otro a una de sus hijas que sale corriendo hacia los juegos apenas llegan a la plaza. Con orgullo, cuenta que tiene 27 años, tres hijos y que empezó a jugar al fútbol a los 22 a pesar de los prejuicios. “Era un espacio que estaba abandonado, entre vecinos y grupos militantes logramos armar una cancha”, indica mientras se prepara un mate. Gracias al reclamo de la comunidad, refaccionaron la plaza que en 2019 se re-inauguró. Cuando Zulma la vio terminada, le pareció un sueño. En mayo de ese mismo año, un grupo de familias del barrio, abrió la escuela. A los cinco meses ya tenían sesenta chicos. Las actividades son gratuitas, el objetivo es que todes puedan jugar. «El fútbol en el barrio es el deporte principal y acá hay muchas familias numerosas que no pueden pagar un Club”, dice y asegura que la cuota mensual por persona está alrededor de 2500 pesos, que para una familia que tiene seis o siete hijos es muy difícil. “O comes o jugas, es así», remata Zulma.
El recorte de espacios verdes en la Ciudad de Buenos Aires quedó en evidencia durante la pandemia. Según datos oficiales, el 47% de la población no cuenta con ninguna plaza o parque cercano. En tanto, un estudio de la Fundación Bunge y Born reveló que el 25% de los habitantes con menor nivel socioeconómico carece de acceso a estos espacios. En este contexto, la disputa por el espacio público atraviesa a los transfeminismos y se multiplican las experiencias de equipos de fútbol en plazas, en una de las ciudades con el costo de vida más alto del país y ante la ausencia de un Estado que piense al deporte desde una perspectiva social.
La Plaza Giordano Bruno es un pulmón en medio del cemento y la superpoblación de Caballito. Hace 6 años que los sábados a la mañana funciona Las Fulbitas. Una escuela que nació gracias al impulso de dos futbolistas que se dieron cuenta que en el barrio: “faltaban espacios para que las nenas jueguen al fútbol”, recuerda Rafa, una de las entrenadoras. Disputar la cancha requirió de la presencia constante sábado tras sábado. Además, garantizar la gratuidad de la actividad también fue fundamental para las familias. Estar en una plaza a la vista de todo el barrio, “permite visibilizar que las nenas también juegan a la pelota” considera Rafa.
“Queríamos ofrecer un espacio de entrenamiento y práctica de fútbol, la cancha era lo esencial y la conquistamos. Fue la piedra fundacional ocupar un territorio que siempre fue árido e inhóspito para las mujeres y para las disidencias,” cuenta Mónica Santino, exfutbolista y una de las fundadoras de La Nuestra, fútbol feminista una organización que funciona hace 14 años en la villa 31. Pelear la cancha implicó la insistencia cotidiana y, en algunos casos, enfrentamientos cuerpo a cuerpo con los pibes que no las dejaban jugar. Lo que fue un potrero, hoy es una cancha de sintético que se abre paso entre los pasillos de la 31. “En el barrio se la conoce como ‘la cancha de la mujeres’” cuenta Mónica y afirma: “La cancha es un terreno sagrado, son los espacios públicos más importantes en los barrios”.
El Parque Los Andes, ubicado en el barrio de Chacarita, es territorio de Fútbol Militante. Una organización que surgió en 2015 en el entonces Encuentro Nacional de Mujeres (Hoy Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries); “en aquel momento éramos muchas lesbianas pero eso fue mutando. Empezamos a construir desde la cancha y los cuerpos, una militancia”, cuenta Leyla. A pocos metros el equipo entrena, ya hay poca luz pero nada impide que la actividad se extienda hasta las 22. Hace 6 años que se juntan los martes a jugar, tienen una mirada no competitiva y también política, llevan los arquitos y la pelota marchas como Ni Una Menos, Día de la visibilidad lésbica, 8M, entre otras. “La excusa es jugar al fútbol, pero la idea es discutir qué fútbol queremos”, afirma Euge y agrega que se trata de un cuestionamiento a las lógicas capitalistas que hoy rigen al fútbol. Lu se suma a la charla y amplía: “No queremos que queden corporalidades afuera, no queremos un fútbol capacitista y excluyente”, y recomienda la lectura de ‘Que otros jueguen lo normal’, un libro escrito por Moyi Schwartzer, integrante de Fútbol Militante, que recupera, entre otras cosas, cómo fue la construcción de ese espacio.
Cartografías del deseo en el espacio público
“Salgo de mi casa y me olvido de lo que pasa ahí. Ir a la plaza es un momento de despeje, estoy con mi otra familia. Muchas somos mamás, juegan nuestros niños y nosotras también”, enfatiza Zulma que va a Plaza Luna casi todos los días como entrenadora y como jugadora. En ese sentido, Mónica Santino, hace hincapié en la importancia del deseo y la posibilidad de darle tiempo al ocio, ya que en la barriada las mujeres a edades muy tempranas asumen tareas de cuidados y no hay lugar para el tiempo libre. “Gracias a la organización algunas compañeras lograron que en el rato que vienen a entrenar, los varones cuiden a los hijos”, destaca. Asimismo el deporte permite poner en tensión los conceptos culturales de lo que se considera femenino y masculino, así lo describe Mónica: “Son cuerpos divirtiéndose al aire libre, pateando todos estos mandatos. Lo que llamamos revoluciones del deseo y un logro político gigantesco”.
Euge, integrante de Fútbol Militante, manifiesta: “Creo que la estrategia que encontramos fue entender cosas dentro de la cancha y después ver de qué manera las podemos volcar en vida cotidiana y en la militancia”. ¿Cómo nombrarse? es una de las preguntas que surgió desde el juego, “si todas las personas no se identifican en femenino, neutro, en masculino, hacer un espacio para que eso se pueda preguntar. Esas dinámicas las hicimos jugando”, realza.
En Las Fulbitas consideran que en el deporte se construye identidad y una serie de valores importantes para la convivencia, por eso enseñan fútbol desde una perspectiva feminista. “Para nosotras es importante que las niñas se muevan, que disfruten jugar y que compartan”, subraya Rafa y destaca que la tarea de compromiso social de las profes y las familias es un punto clave para construir comunidad.
La pandemia afectó a todas las grupalidades que se vieron obligadas a confinarse en los meses de cuarentena estricta, sin embargo eso no impidió que buscaran otras formas de encuentro. En el caso de Fútbol Militante comenzaron a participar de una Huerta en Chacarita y con ese movimiento surgieron nuevas preguntas: ¿qué comemos, quién lo produce, cómo accedemos a nuestros alimentos?. En Plaza Luna saltaban las rejas del parque, que el Gobierno porteño mantenía cerrado, para hacer mateadas y acompañarse.
Desarmar estructuras para construir desde la mixtura
El cuestionamiento a los estereotipos y roles de género colaboró en el aumento de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries en las canchas. Hoy, la (semi) profesionalización del fútbol femenino es un hecho, además este año comenzó la transmisión de todos los partidos de primera división en los medios públicos y en el 2020 Mara Gómez, se convirtió en la primera futbolista trans en la historia del fútbol femenino en Primera División, posibilitando y haciendo público el debate del binarismo en el deporte. «¿Hay futbolistas trans en tu equipo o en tu torneo?», pregunta Fútbol Militante.
En la canchita de Parque Los Andes no hay línea de cal, son dos arcos sobre el pasto, muchas bicis apoyadas en un poste y una montaña de mochilas que ofician de tribuna. Cuando les pregunto sobre la incidencia social y política que tuvo el primer Ni Una Menos en la visibilidad del fútbol femenino, Lu toma la palabra: “Sí, en el 2015 hubo un boom, hay una lectura global de que las mujeres empezaron a tomar diferentes espacios, acá cuestionamos eso, porque no fueron solo las mujeres”, sostiene y asegura que hablar de fútbol femenino y feminista no es suficiente. “Si dividimos entre mujeres y varones, muchas personas quedamos afuera”, dice y subraya la necesidad de romper con el binarismo en el deporte. “Hablamos a veces de fútbol mixto, no pensándolo desde lo binario, sino desde la mixtura”, reflexiona Leyla.
Rafa, entrenadora de Las Fulbitas, -a quien también le negaron la posibilidad de jugar de niña ya que era un deporte para varones-, considera que en 2015, con los feminismos ocupando las calles, se generó un quiebre y fue la identificación con un montón de pibas lo que les dio la fuerza para llevar adelante el proyecto. “Siempre hubo mujeres jugando al fútbol y no lo sabíamos. Por eso la importancia de ocupar el espacio público para visibilizar que existimos. Lo que no se ve, no se sabe y no se puede desear”, subraya.
En Plaza Luna, Zulma piensa unos segundos y expresa: “Soy provida, pero también soy media feminista. Lo que yo quiero es que la mujer tenga el mismo espacio que el hombre. Quiero que las nenas puedan competir”, algo que hoy no es posible, según explica, porque pocos clubes tienen categorías de niñas en fútbol femenino.
Buenos Aires es una de las ciudades con menos espacios verdes por habitante de Argentina. La apropiación y conquista de plazas y parques, la organización barrial para llevar adelante actividades deportivas accesibles para todes y el trabajo territorial para que mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries estén en las canchas, refleja la importancia de la autogestión y el triunfo de las luchas colectivas. “Estar parada en una cancha de fútbol de una plaza, es una acción política”, resume Rafa de Las Fulbitas.