La deuda del Grito, entrevista a Daniela Ruiz
“Somos hijos e hijas de una descendencia indígena que tiene su historia mucho antes de la colonización”
por Maia Kiszkiewicz
Octubre. Escuela. Niños, niñas, niñes con pieles de colores diversos bajo una capa de pintura improvisada con corcho quemado. Docentes indicando quién es dama antigua y quién repartidor de velas. La descripción de esta escena puede resultar familiar para muchas personas y es ejemplo, también, de las representaciones culturales sobre la historia y los modos de decisión de los roles que cumplirán los cuerpos.
Retomar recortes del pasado y hacerlos presente en la reflexión para pensar el futuro es parte de la búsqueda de la dramaturga teatral, actriz y directora Daniela Ruiz: “Mi deseo es un cambio social para las nuevas generaciones. Para que las hijas de las verduleras o de las empleadas domésticas puedan estar en el poder”.
Daniela es parte de la compañía teatral Siete Colores Diversidad, un proyecto que arrancó en 2016, en un Taller de Teatro por la Diversidad dictado en el Centro Cultural Alfonsina Storni. El objetivo de este espacio era integrar a la población LGBTIQ en el ámbito teatral y generar una nueva opción laboral con perspectiva de género. “Y para el futuro del teatro deseo ver más obras con muchas mujeres, travestis, transexuales, compañeras que repiensan sobre el racismo estructural y que nunca han podido tener esa voz. Ése es mi gran anhelo. Nos hemos sentado por mucho tiempo en las terrazas de algún edificio a decir qué nos pasa, qué nos ha sucedido en esta vida. A nosotras y a nuestras madres y abuelas. Y qué es lo que no leímos o leyeron, no contaron, no dijeron. Ése es el gran desafío, que las artes escénicas sean una representación de lo que está pasando en la sociedad”, define la dramaturga.
Parte de esto se refleja en las obras de Siete Colores Diversidad, como “La deuda del grito”, que tuvo su estreno el 9 de octubre en el Museo Casa de Ricardo Rojas y proyecta nuevas funciones para el 2022. Apenas sean confirmadas, se anunciarán por redes sociales (Ig: @7coloresdiversidad // Fb: @7coloresarte). Este adelanto de lo que se podrá ver el año que viene se realizó en el marco de las actividades de Octubre Marrón. Una propuesta que, explican desde el colectivo Identidad marrón, surgió con el objetivo de resignificar el equívocamente llamado “Descubrimiento de América”, y transformarlo en un evento anual de lucha colectiva que conmemore y celebre las resistencias de las comunidades indígenas, sus hijos, hijas y toda su descendencia.
“La deuda del grito” son cinco monólogos, cinco historias de vida de mujeres que, dice en la descripción de la obra, quieren gritar las injusticias que viven a diario pero saben que no serán escuchadas. Sin spoilear, ¿cuáles son esas injusticias?
Esta obra trata sobre el racismo estructural, sobre la interseccionalidad. Repensando las cuestiones de género, pero también las migraciones, la dominación, las prácticas cis heteropatriarcales. Todo eso que muchas veces ha sido naturalizado. La criminalidad de nuestro cuerpo, la estigmatización, la xenofobia. Fue un trabajo de mucho ejercicio interno que ha brotado en cuatro monólogos. Después se sumó uno más y quedaron cinco.
El proceso llevó un año y medio de producción, partiendo de la idea de que las artes escénicas, en las cuestiones políticas, van atravesadas hacia un cambio cultural y social. Repensar la descolonización es repensar las prácticas que hemos tenido. Muchas veces las artes escénicas refieren a los griegos, a Europa, a Stanislavski, a lo lejano. Cuando nosotras, acá, que no bajamos de los barcos, somos de Salta, Jujuy, o de contextos populares, vivimos otras prácticas. Acá el teatro es más social, dinámico, comunitario.
La deuda del grito son estas mujeres, estas travestis, estas personas trans, estas compañeras que están en la periferia y que hablan con voz propia, con mucha autoridad, de repensar las prácticas desde los tránsitos de su cotidianeidad.
Está claro que hay un decir político en el arte que hacen, ¿cómo es la reflexión previa a construir la obra?
Cuando era adolescente, o cuando me presenté en escuelas y me enseñaron, me decían que el arte y el teatro venían de Europa. Pero cuando le pregunté a mi mamá, resultó que ella sabía de mi abuela que conocía que se hacían representaciones. Y eso está invisibilizado, borrado. Entonces me puse a pensar y a analizar por qué. ¿Porque éramos collas, diaguitas, de contextos populares? Bueno, ahí es donde reformulo mi mirada y pienso que esto es una reivindicación. Es pensar quién quiero ser y quién soy en este país. Soy sujeta. Pero, ¿por qué hasta el día de hoy soy sospechosa por mis rasgos indígenas?, ¿por qué, cuando voy al super, una persona de seguridad, que es muy parecida a mí, me sigue, pensando que voy a sacar algo? ¿Por qué, en este barrio de Caballito, todavía la policía me pide el documento por mi color de piel?
Hay una norma impuesta de naturalidad hacia algunos cuerpos. La idea es despertar, despertarnos de esto, y pensar qué prácticas queremos y cuáles queremos dejar de tener. Yo quiero una donde se pueda mostrar la diversidad, los derechos humanos, las voces. Y no que nosotras, como actrices, seamos siempre el bolo o la dama antigua. Nunca la protagonista. Porque la hegemonía siempre ha tenido a personas blancas para que sean visibles. Y las historias como la de mi madre, a la que nunca le pagaron los aportes, como mi familia que estuvo en la pobreza extrema, no están contadas. Podemos hablar de Barrio Norte, la situación con el hashtag, con los Instagram. Pero los contextos populares están muy lejanos a eso. Son otra cosa. Son la mandarina bajo el sol, el aprender de nuestras raíces y compartir el guiso o la lata de comida en la pobreza. Y, sin duda, el arte es político.
Me hacés acordar al debate sobre La 1-5/18. Novela en la que, por ejemplo, se representa la villa sin actores de la villa y desde un set.
Es que realmente es repensar esas prácticas. No los culpo a los actores por trabajar, lo necesitan. Lo que reformulo son las dinámicas. Porque si a esos actores los ponés, qué sé yo, en Palermo actuando de clase media, lo van a entender bien. Pero en un contexto que no han vivido, es difícil. Y no es solamente que la persona que actúa pueda, o no, reformular las vivencias del otro. Detrás hay una forma política. Porque hay muchos actores en la villa y en contextos populares que pueden hacer esos papeles. Necesitan la posibilidad. Y, si la tienen, no solamente van a aportar con su actuación, sino también van a decir con todo el trayecto de vida que han tenido, y eso puede darle espíritu al personaje. El público lo aceptaría de una manera mucho más amplia porque vería que es legible, creíble y es lo que está pasando.
Todo esto deviene en la posibilidad de contar lo propio, creerse con la potencia de poder expresar e, incluso, agruparse con otras personas que están viviendo situaciones similares y hacer, por ejemplo, una obra de teatro.
Eso es lo que estamos haciendo. Nosotras venimos a hablar y a que todo en esta sociedad sea más dinámico. Para que no exista la xenofobia ni el racismo ni la discriminación ni la violencia ni, mucho menos, el odio. No nos han llamado, no nos busca PolKa. Pero lo vamos a hacer igual. Lo estamos haciendo. Y realmente las localidades se agotan, la gente pide esto. Otras realidades. Repensar que estamos viviendo en Sudamérica. No estamos en Europa. Estamos acá. Somos hijos e hijas de una descendencia indígena que tiene su historia mucho antes de la colonización.
Y eso influye en lo laboral, ¿cómo está la situación para ustedes como compañía de teatro?
Es muy difícil poder trabajar de esto. Y, a la par, luchamos por la ley de inclusión y el cupo laboral para personas travestis, transexuales y transgénero. Como activista, soy parte, desde que murieron Lohana y Diana Sacayán, en defender la ley hasta que se promueva e implemente. Queremos que las compañeras ingresen en su gran mayoría, pero la prioridad son las que están en situación de prostitución. Se torna difícil porque en algunos lugares se está pidiendo la idoneidad, aunque la ley contempla que no se tiene que tomar en cuenta. Realmente es un gran desafío. Nuestra organización, Siete Colores Diversidad, trabaja respecto a esto en prácticas como una obra, que se garantice el trabajo. Y lo vamos a seguir haciendo. “La deuda del grito” tiene proyectadas funciones el año que viene y estamos armando otro proyecto, que se llama “Las marías”, ya poniendo nuevas dinámicas en ejercicio desde que pudimos empezar a trabajar encontrándonos en el teatro como lo hacíamos antes de la pandemia.