León Ferrari en el Centro Pompidou de París
por Mercedes Ezquiaga
Por primera vez, una muestra de León Ferrari (1920-2013) se exhibe en el Centro Pompidou de París bajo el título «La bondadosa crueldad», nombre tomado de un libro de poemas y collages publicado en el año 2000 y dedicado a su hijo Ariel, desaparecido durante la última dictadura cívico-militar argentina, una exposición sobre un artista que «defendía firmemente la paz y la tolerancia, aunque los medios para defender estas ideas fueran a veces muy radicales», dijo el curador francés Nicolas Liucci-Goutnikov.
La retrospectiva en el icónico espacio parisino tiene el mismo título -y muchísimos puntos de unión- con la exposición homónima -«La bondadosa crueldad»- que se vio en el Museo Reina Sofia de España, a cien años de su nacimiento, con la intención de demostrar que el trabajo de Ferrari es una obra proteica, por momentos misteriosa y literal, a la altura de su poder subversivo.
Aquella muestra, exhibida entre diciembre de 2020 y abril de 2021, nació como parte de un acuerdo para dar a conocer la obra de León Ferrari en Europa, una colaboración a largo plazo entre la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo (Falfaa, Buenos Aires), el Reina Sofía de Madrid, el Museo Van Abbe de Eindhoven y el Musée National d’Art Moderne Centre Pompidou de París.
A cada una de estas instituciones la familia Ferrari propuso la donación de un conjunto patrimonial complementario que abarque la diversidad de técnicas, temas y materiales que utilizó Ferrari en su larga trayectoria artística.
El legado de Ferrari conforma un amplio repertorio de obras que exploran un despliegue de materiales y lenguajes para examinar formas irreverentes de armar y desarmar retóricas visuales y discursivas del poder, ya sea político, religioso o mediático.
Hasta el 29 de agosto se verá en París la obra del artista que dedicó su obra a poner de manifiesto la barbarie del mundo liberal occidental: su discurso anticolonial va unido a un feroz anticlericalismo, pues responsabiliza al cristianismo de los fenómenos contemporáneos de tortura y exclusión.
Al negarse a adoptar un enfoque puramente formal de su obra, Ferrari advierte constantemente sobre el proceso por el que el arte embellece y trivializa la violencia, un mecanismo que él denomina «aimable cruauté» (crueldad amable): «una crueldad tan íntimamente mezclada con la bondad, que la oculta».
Integran la exposición su más famosa «La civilización occidental y cristiana» (1965), la escultura de Cristo crucificado en las alas de un avión de combate estadounidense, en referencia a la guerra de Vietnam, así como también su serie «Nosotros no sabíamos» (1976), ese conjunto de recortes de notas periodísticas que denunciaban la desaparición de personas durante dictadura cívico militar en Argentina, régimen de facto en el que también su hijo Ariel fue desaparecido y el artista debió exiliarse en Brasil.
A lo largo de su carrera, León Ferrari construyó una obra que moviliza a las y los espectadores a tomar posición frente a la intervención artística, una obra que interpela, conmueve y enoja, marcada por la visibilización y la denuncia de la violencia, la exclusión, el disciplinamiento y la tortura.
«El arte no es belleza ni novedad, sino eficacia y desorden», definió una vez el artista, en cuyas obras trabajó la escultura, la sonoridad, el collage, las instalaciones o los objetos, entre otros cruces y formatos.
De profesión ingeniero, escultor autodidacta, cosechó el reconocimiento local e internacional, que alcanzó su punto máximo en 2007, cuando fue elegido mejor artista en la Bienal de Arte de Venecia donde se le otorgó el «León de Oro», el mayor galardón de una de las bienales más prestigiosas del mundo.
La obra del artista, además, huye de las categorías tradicionales del mundo del arte: su producción de fines de los años 50 incluye experimentos con compuestos químicos, periodo en el que utilizó la escritura distorsionada; luego vinieron sus collages, el inicio de una práctica duradera de recortar y reordenar las imágenes y palabras de otros.
Además, en reiteradas oportunidades el artista denunció el discurso de la Iglesia católica sobre el infierno, utilizando artículos domésticos, baratijas y objetos de devoción adquiridos en tiendas religiosas, exponiendo a santos y figuras religiosas a los tormentos del infierno, como un santo de yeso dentro de una batidora o una Virgen cubierta de escorpiones y cucarachas de plástico, formando una serie irónica sobre la justicia divina. Ferrari quería exponer lo absurdo de una fe que utiliza las amenazas para conquistar a los creyentes.
¿Se puede pensar en León Ferrari como un artista que hizo de los lenguajes del arte un arsenal?
Un arsenal sería una palabra demasiado fuerte para describir la obra de alguien que se implicó tan radicalmente en la defensa de los derechos humanos y la paz. Aunque es cierto que consideraba que el arte podía ser un arma. Por ejemplo, denunció el daño y el perjuicio de la tradición pictórica occidental, cuyos temas iconográficos como el diluvio, la exclusión del paraíso o el Juicio Final eran, según él, responsables de transformar la crueldad en belleza, haciendo así aceptable la violencia. Más que herir, me parece que Ferrari intentaba constantemente tender la mano, comunicar, transmitir un mensaje que presentaba muy humildemente como «una cierta opinión». Defendía firmemente la paz y la tolerancia, aunque los medios para defender estas ideas fueran a veces muy radicales.
La exposición lleva el nombre de un libro de poemas y collages publicado por el artista en 2000 y dedicado a su hijo Ariel, desaparecido durante la última dictadura militar en Argentina. ¿Cómo se decidió este título para la actual exposición?
El título lo decidió hace tiempo la curadora general, Andrea Wain, con la que trabajamos estrechamente en el proyecto del Centro Pompidou. Personalmente creo que es una muy buena introducción a esta retrospectiva del centenario. Da crédito a la enunciación poética y a la vez fuertemente argumentada de León Ferrari. El título hace referencia al fenómeno descrito anteriormente, según el cual la tradición pictórica occidental es la de una violencia visual. También podemos verlo como una forma de describir la práctica de Ferrari. Para ser escuchado, a veces hay que decir palabras amables con dureza.
¿Cómo describiría el espíritu, la esencia, de la exposición de León Ferrari que el público puede visitar en el Pompidou? ¿En qué difiere de la exposición que se vio en el Museo Reina Sofía?
La exposición cuenta con unas 170 obras y ofrece una visión dinámica y concisa de la obra de León Ferrari. En comparación con el Reina Sofía, el espacio del Centro Pompidou es más pequeño y no está dividido. Hemos aprovechado estas limitaciones técnicas para ofrecer una visión «panorámica» de la obra de Ferrari. El espacio abierto nos ha permitido destacar una cuestión decisiva en su práctica, que es la continuidad entre la abstracción formal y la argumentación política.