Ataque al corazón
“…y cuando miro el cielo
veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur
mi alrededor son los ojos de todos
y no me siento al margen
ahora ya sé que no me siento al margen.”
Noción de Patria, Mario Benedetti
Cristina Sottile*
Las ciudades, dicen, se construyen a la manera de un palimpsesto, estos pergaminos o vitelas escritos, raspados y vueltos a escribir, en los que podría leerse todavía, con un cuidadoso trabajo de discriminación de textos y reconocimiento de tintas, estilos, grafismos, aquello que subyace debajo de lo evidente.
En esta construcción colectiva del espacio en que vivimos, nosotros necesitamos reconocernos en los rasgos y las marcas que tocaron nuestra Vida, o que fueran señaladas socialmente en la memoria de la comunidad que habita y transita la Ciudad. Es impensable una ciudad sin estas marcas de memoria, sin estos hitos que no solamente nos recuerdan quiénes somos, sino que nos conforman como personas y sociedades. Podemos leer, en el paisaje urbano, no solamente nuestras vidas sino las de quienes estuvieron antes y dejaron sus propias marcas, que no siempre están instaladas en la memoria social, ya que no todos los grupos culturales y sociales tienen la misma oportunidad de que sus Historias y sus memorias sean legitimadas y reconocidas. No todas tienen el mismo valor en el mercado cultural, diría Bourdieu, y así se instala en la construcción de un sentido común que adjudica distinta legitimidad y validez a las prácticas y representaciones según el sector social, cultural y/o político de procedencia. Esto puede suceder en ambos sentidos: dándolas como legítimas o no a priori.
Cuando se invisibilizan los saberes, recuerdos, representaciones y prácticas sustentados por una comunidad, también se está invisibilizando y deslegitimando a la comunidad que los porta, y este proceso nunca sucede sin violencia de algún tipo: prohibiciones, violencia verbal o física, restricciones económicas o laborales, y el extremo de la eliminación física de personas o comunidades, así como de la iconografía que es parte de la transmisión de tal memoria colectiva.
“Desde aviones fueron lanzadas más de cien bombas —con un total de entre 9 y 14 toneladas de explosivos— la mayoría de ellas sobre las plazas de Mayo y Colón y la franja de terreno comprendida entre las avenidas Leandro N. Alem y Madero, desde el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y la Casa Rosada, en el sureste, hasta la Secretaría de Comunicaciones (Correo Central) y el Ministerio de Marina, en el noroeste.” 1
Las ciudades, en tanto producción humana directamente relacionada con la Vida, no solamente tiene componentes estéticos, sino funcionales e identitarios. No es un objeto abstracto que se pueda programar a priori, sino que en la medida en que es la expresión concreta de quienes la habitan y transitan, exhiben rasgos que nos hablan de su Historia: las identidades de sus barrios se expresan en el paisaje urbano, que no es caprichoso ni elaborado en una oficina, sino que responde a tipos de vida, de profesiones, de procedencia social y cultural.
Se puede, en ciudades que mantienen este respeto a la diversidad del paisaje construido, reconocer comunidades, saber qué barrios estuvieron poblados por quienes tienen profesiones similares (a la manera de las calles de los gremios en las ciudades medievales), y por supuesto se puede inferir la condición social o la procedencia de sus habitantes según los tipos de vivienda en que habitan. No sucede a la inversa: la generación de distritos temáticos para favorecer la instalación de ciertas prácticas laborales o comerciales, lo único que produce es fragmentación, desplazamiento de la población (cosa que siempre es violencia), y por supuesto beneficios de tipo inmobiliario y económico para pocos.
Las ciudades, como lugares vivos, tienen sus tiempos de cambio, en relación con el tiempo de las generaciones que pasan por ellas, de una u otra manera. Menciona Virilio (2004) que el cambio rápido e impuesto en el paisaje urbano nos priva de puntos de referencia, y produce pánico. Que es dolor social, por la imposición y por la pérdida.
“Es bueno recordarlo aquí, porque en la Historia toda tragedia se construye con prácticas genocidas que van logrando un acostumbramiento de la sociedad a hechos que marcan un camino, hasta que se torna inevitable la masacre colectiva.”
El Casco Histórico de una ciudad es su espacio culturalmente sagrado, digno de ser preservado porque en el imaginario colectivo es el lugar simbólico material y cultural así reconocido no sólo por quienes habitan sus cercanías, sino que este valor simbólico adquiere en algunos casos dimensión nacional en lo relativo a identidad.
Es así que en el mundo pueden reconocerse estos espacios, tengan o no ese nombre, por sus características visibles vinculadas a la Historia, aun a distintas versiones de la misma (en la CABA coexisten el monumento a Roca y el destinado a homenajear a Juana Azurduy, por mencionar algo), y esta riqueza de miradas e identidades que la Memoria sustenta configura el palimpsesto que mencionamos al principio.
Y entonces aparecen ellos. Los de las iniciativas relacionadas al “desarrollo”, ese concepto decimonónico que conserva su prestigio entre quienes no saben, por ejemplo, que desde la UNESCO no se concibe desarrollo posible si no va acompañado de mejora de la calidad de vida.
Que la palabra fue utilizada, y aún lo es, para justificar no solamente la expansión imperialista de Occidente, sino también guerras y crímenes de lesa humanidad.
Aparecen los que esgrimen políticas de Estado formuladas sobre eufemismos tales como “readecuación”, “renovación”, “mejoras”, palabras que porteños y porteñas aprendimos a temer, porque ya sabemos que vienen acompañadas de destrucción del paisaje urbano, extracción de árboles añosos, invasión de artefactos de pobre diseño para ser instalados como mobiliario urbano, cemento, cemento y más cemento. El robo de los adoquines, y hasta de los cordones de granito, las intervenciones impuestas sobre espacios emblemáticos de la Ciudad: la Avenida 9 de Julio y la Plaza de Mayo, donde intentaron arrasar con su valor simbólico arrasando con la estructura material.
Y ahora, con la amenaza “la transformación no para”, que lleva un implícito: “lo quieran o no”, exhibición autoritaria de un gobierno que percibe a la ciudadanía y sus organizaciones como enemigos y destina el dinero del presupuesto, el dinero de nuestros impuestos, a modificar radicalmente la Ciudad, y no para bien. No para nuestro bien, el de los porteños y porteñas.
Utilizan, en esta metodología de vaciar de contenido las palabras, el término “transformación” como si cualquiera derivara en algo necesariamente bueno. Esa palabra que Henri Lefebvre empleara instando a que las ciudades adoptaran conductas anticapitalistas, ya que las contrarias redundaban en la homogeneización y empobrecimiento estéticos y la expulsión de población.
Y entonces, ahora en su lista de pendientes, está el Casco Histórico de nuestra Ciudad.
El lugar que la alta burguesía abandonara con la fiebre amarilla, ahora resulta un lugar apetecible, a la orilla del Río y el Riachuelo, que se quiere recuperar. Y entonces aparece el problema: hay población, que en el imaginario de los desarrolladores urbanos tienen el mismo peso que los pueblos originarios de la Patagonia para Roca.
En los planes constan instalación de bolardos, nivelación de veredas, adecuación para el turismo (sin que se diga de qué se trata) y la gastronomía, como si todo divertimento, a la moda de la Roma de Nerón, pasara por el estómago. Esto borra las características de diseño del Casco Histórico: el Mercado, la cuadrícula con cordones, las casas históricas habitadas, detalle fundamental que hace que el lugar siga siendo un barrio y no una escenografía, una cáscara vacía.
“El blanco preferente de las bombas y balas disparadas por los aviones e infantes de Marina fue la población, sorprendida mientras realizaba sus quehaceres cotidianos, especialmente durante la primera incursión de la aviación golpista pasadas las 12:40, y quienes le opusieron el pecho al golpe armados de palos, piedras y algunas pocas armas de puño y de caza obtenidas de la apertura violenta de armerías del centro y del barrio de Constitución. La decisión de bombardear a una población civil desprevenida con el objetivo de aterrorizarla estableció una diferencia sustantiva con otras acciones represivas realizadas desde el Estado contra grupos de personas claramente identificados por su adscripción política. El 16 de junio de 1955 se bombardeó deliberadamente a una masa anónima con el propósito de quebrar la voluntad de lucha tanto de Perón como de sus partidarios. El bombardeo de un sitio emblemático del que los trabajadores se habían apropiado simbólicamente una década atrás, el 17 de octubre de 1945, fue un vómito de odio y desprecio clasista, un mensaje inequívoco. Las bombas en Plaza de Mayo advirtieron urbe et orbi que los enemigos del peronismo estaban dispuestos a todo con tal de acabar con la experiencia de desarrollo autocentrado e inclusión social en curso.”
Y las víctimas de esta nueva violencia de estado, enmascarada con afiches festivos y empleados volanteadores sonrientes, otra vez es la población civil de la Ciudad de Buenos Aires.
No solamente quienes la habitan. Quienes la visitan, la transitan por trabajo o por placer, pueden comprobar que se les está enajenando el paisaje amado y conocido. Y en esta destrucción de identidad, en esta forja arbitraria e intencional de un escenario que no tiene vínculos emocionales con nadie, ¿quién saldrá a defender a la Reina del Plata cuando hacen de la calle Corrientes un esperpento urbanístico que dificulta la circulación? O cuando demuelen sin dolor alguno, seres sin alma ni pertenencia, bellezas urbanas que parecen llorar ante el prometido asesinato.
Y recién ahora van al corazón de la Ciudad, tal vez para matarla en su origen, en lo más íntimo y verdadero, pero los chacales hace rato rondan la zona.
Destruyeron la Escuela Taller del Casco Histórico, fundada por el Arquitecto Peña.
No quieren recordar que la zona es APH 1, según la brillante protección que sobre la zona estableciera el Arquitecto Peña, en plena dictadura.
Se asesinaron 70 hermosos árboles sobre la Avenida Paseo Colón.
Se quiso destruir el Instituto Arancibia, que resiste en otra locación.
Se intentó enrejar el Parque Lezama.
Se asfaltó sobre las vías del tranvía, en Lezama. Y otras fueron retiradas, robadas, de su lugar bajo los adoquines, en San Telmo.
Se demolió otro edificio histórico, el Marconetti, sobre Paseo Colón.
Ilegalmente, sin pasar por los organismos previstos para obras, utilizan personal y herramientas del Estado para violentar la Ciudad y las vidas de los porteños y porteñas.
No hay acá más justificación que la comercial, que el discurso discriminador que ostentan, según el cual ¿Cómo es posible que esta gente tan común habite edificios históricos, casas características a la vera del Riachuelo, o hermosas construcciones en Barracas?. ¿Cómo es posible que habiten en el Casco Histórico cuando tan buen negocio turístico e inmobiliario puede hacerse?. ¿Quiénes habitan el lugar? No, de ninguna manera.
Lo más interesante de todo, cosa que debemos saber, es que el plan que implementan es el que no pudo concluir Cacciattore, que involucraba la total cobertura y “desaparición” del Atlético, lugar de secuestro, tortura y muerte, bajo la Autopista, donde hoy el Área de Arqueología y Conservación junto a la Comisión de Trabajo y Consenso de este ex Centro Clandestino de Detención y Espacios de Memoria, sacan a la luz secretos que han permanecido enterrados.
“El diario La Nación estimó al día siguiente, 17 de junio, que había “350 muertos y 600 heridos”. Durante los días siguientes, el número de muertos fue reduciéndose a alrededor de 256. Fue “una jornada trágica para el país, con un número nunca aclarado de víctimas que entre civiles y militares superaba ampliamente los trescientos y un millar de heridos”, reconoció décadas después la Fuerza Aérea”
“El objetivo de los bombardeos fue imponer el terror; golpear en forma feroz e indiscriminada como escarmiento sobre el conjunto de la sociedad. Para ello, desde luego, se eligió como blanco un escenario simbólico de la movilización popular. Sin embargo, los aviadores que oficiaron como mano de obra de esa operación lo explican de un modo distinto. “Se trataba de una demostración de fuerza en el corazón del régimen”, diría el teniente de corbeta Santiago Martínez Autín a cincuenta y cuatro años del episodio, en una conversación telefónica mantenida en el marco de esta investigación. Y agregó: “Nunca se contempló a la población civil como objetivo. Ésos fueron, como se dice ahora, daños colaterales”. Y al serle mencionado el número de víctimas fatales en esa jornada, dijo: “Mire, no fueron tantos”.
Ya se habló acerca del pánico que producen estas transformaciones violentas, innecesarias e inconsultas sobre la población. Este miedo instalado, y la fragmentación social propuesta en paralelo, en desmedro de las conductas solidarias y colaborativas que hicieron de nuestra especie lo que somos, es un plus en el sentido de la facilitación de las prácticas de extractivismo urbano, procesos de gentrificación y borrado de memorias e identidades.
“Los fusilamientos sin proceso de junio de 1956 confirmarían la elección del terrorismo de Estado como última ratio de las dictaduras en su decisión de sojuzgar a las mayorías populares, lo que tendría su apoteosis a partir del 24 de marzo de 1976.”
Y tiene antecedentes, no hay más que revisar las analogías en lo procesual histórico. Los eventos no se dan aislados de su contexto, ni del pasado, y configuran un futuro sobre el que podemos incidir, aun sin garantías.
“El 16 de junio de 1945, las corporaciones opositoras a la confluencia entre Perón y los trabajadores, lanzan el Manifiesto del Comercio y la Industria, en el que trescientas veintiún organizaciones patronales, lideradas por la Bolsa de Comercio y la Cámara Argentina de Comercio, cuestionan duramente la política laboral. La principal queja del sector empresario era que se estaba creando “un clima de recelos, de provocación y de rebeldía, que estimula el resentimiento, y un permanente espíritu de hostilidad y reivindicación”. La identificación de los trabajadores con Perón, sumada a un proyecto económico social de carácter nacionalista, fue determinante para el espectro político opositor en la decisión de articular un frente antiperonista donde convergían los intereses políticos de los partidos de la oposición y los intereses corporativos de los sectores económicos ante la avanzada de las reivindicaciones obreras”
Se pueden reconocer palabras, reclamos debido a la ampliación de derechos, soberanía y redistribución de la riqueza, adjudicando a quienes defendían este modelo de país los mismos motes que escuchamos hoy por los medios masivos de comunicación, que son quienes construyen sentido común y ponen de relieve el fondo de la cuestión, que es económica y propone modelos de dominación y exclusión.
Entonces, el tema del Casco Histórico no pasa solamente por una cuestión estética o de pareceres, está enraizado en este conflicto permanente, y que si no existiera significaría la dominación permanente: así debemos analizarlo.
La identidad tiene valor. Para algunos, solamente tiene precio, y si ante el miedo o la promesa de que la modernización traerá bondades, evitamos ejercer nuestros derechos ciudadanos, el mercado impone sus leyes de manera brutal.
De nosotros depende defender lo que amamos.
- Los párrafos introducidos en cursiva entre párrafos pertenecen a la publicación: Bombardeo del 16 de junio de 1955: edición revisada / coordinado por Rosa Elsa Portugheis. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Secretaría de Derechos Humanos. Archivo Nacional de la Memoria, 2015.
*Lic. En Cs. Antropológicas FFyL – UBA
Excelente nota. Debemos imaginar cómo coordinar todas estas razones bien fundamentadas de tanta gente (y pienso, por ejemplo, en los vecinos de Saavedra, entre tantos otros), a fin de poder articularlas eficazmente en un frente que logre derrotar a estos depredadores seriales del JxC en la ciudad. Cuando nos queramos acordar, no habrán dejado piedra sobre piedra
Todo lo que pienso no puede estar mejor expresado que en esta nota.
Fueron quince años de desaparición y destrucción sistemática que debemos parar. «CABA» es una ciudad que violenta y expulsa. Quiero la Capital Federal para el buen vivir de todes.