«Mi madre nos enseñó a sentir el dolor ajeno como propio»
por Laura Pomilio
Mabel Careaga, hija de Esther Ballestrino, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, integrante del grupo de «los 12 de la Santa Cruz» -el grupo de madres y familiares víctimas de un operativo de las Fuerzas Conjuntas en diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz-, describió a su madre como un «símbolo de la lucha colectiva» que a pesar «de no haber logrado vencer a la muerte logró vencer el olvido», derrotando con «su pañuelo blanco los fusiles de la dictadura».
«Mi mamá fue una revolucionaria con un fuerte compromiso social, siempre me decía que tenía que sentir el dolor del otro como si fuera propio», expresó Careaga al cumplirse 45 años de aquella cacería donde también fue secuestradas la Madre de Plaza de Mayo María Ponce de Bianco y dos días más tarde la fundadora de Madres, Azucena Villaflor.
Esther venía «esquivando militares desde hacía rato»: primero escapó de la dictadura del Paraguay de Higinio Morínigo; luego, una vez radicada en Argentina, hospedó a varios compatriotas que escapaban del dictador Alfredo Stroessner y pocos años después «haría frente con su pañuelo blanco» al terrorismo de Estado argentino comandado por Jorge Rafael Videla.
«Recibíamos a muchos exiliados paraguayos que buscaban refugio en la Argentina, mi casa era un lugar de paso; se quedaban un tiempo, contaban lo que pasaba en el Paraguay, las torturas. Yo tenía sólo 10 años y ya sabía lo que era el submarino mojado o el submarino seco», rememoró Mabel sobre su niñez en el seno de un hogar donde «la solidaridad y la cuestión política» eran moneda corriente.
El 13 de septiembre de 1976 Mabel estaba embarazada de tres meses cuando secuestraron a su compañero, Manuel Carlos Cuevas, momento en el que Esther se uniría fuertemente a su consuegra Gerónima Cuevas para intentar dar con su paradero, aún hoy desconocido.
«El 13 de julio de 1977 la secuestran a mi hermana menor Ana María, que también estaba embarazada, y a partir de ahí todo lo que venía haciendo mi mamá con el grupo de Madres de Plaza de Mayo y de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas lo intensifica mucho más», relató Mabel sobre el caso de su hermana, quien tras tres meses de reclusión en el centro de detención clandestino «El Atlético» fue «milagrosamente liberada sin perder su bebé».
Mabel recordó que la misma noche en que su hermana se reencontró con ellos en su casa en Castelar y contó todo lo sucedido, habló de que en el Atlético había visto con vida a la abogada Teresa Israel -quien había presentado el hábeas corpus del compañero de Mabel- y cuya madre Clara era muy cercana a Esther por integrar el colectivo de Familiares de Desaparecidos.
«Sin dudarlo mi mamá insistió en ir en ese mismo momento en medio de la noche de Castelar a Parque Centenario a darle aviso a su familia, argumentando que ‘Clarita no puede pasar una noche más sin saber que su hija está viva’, y así lo hicimos», contó Careaga y destacó: «Esas cosas tenía mi mamá, una solidaridad y una capacidad de ponerse en el lugar del otro excepcional».
Luego llegaría el momento del exilio.
Ana María y Mabel llegaron a Río de Janeiro para viajar a Suecia tras pedir refugio en Naciones Unidas. Un día antes de que salga el vuelo a Suecia, Esther se trasladó a Brasil al encuentro de sus hijas para llevarles a Carlitos, el hijo de pocos meses de Mabel.
«Esa es la última imagen de mi madre que tengo grabada fuerte en la memoria, ella caminando por la playa de Río (de Janeiro) con un batón amarillo y una remera en la cabeza por el calor que hacía con mi hijo en brazos viniendo hacia mí», rememoró Mabel, haciendo fuerza con los ojos cerrados, como si aún la viera llegar.
No hubo manera de convencer a Esther de que se exiliara también hasta que «se calmaran las aguas»; ella volvió y les contestó al grupo de Madres que le cuestionaron su permanencia habiendo recuperado a su hija: «Yo me quedo hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos».
«Esa era la determinación que ella tenía, me costó mucho tiempo entenderlo pero era su vida, ella había sido siempre así, era su esencia y no iba a cambiar en ese momento», reflexionó al respecto Mabel.
El 8 de diciembre de 1977, Esther se juntó en la Iglesia de la Santa Cruz con el resto de familiares de desaparecidos y otros colaboradores con la causa, estaba a cargo de la recaudación de fondos para publicar la solicitada del 10 de diciembre que decía «Por una navidad en paz sólo pedimos la verdad».
«Previo a eso tengo una última carta de mi madre donde en clave me dice ‘sabemos que hay muchos turistas que están en el Sur veraneando y que ya cansados de veranear van a volver a sus casa para navidad'».
«Lo que decía era que había muchos desaparecidos con vida y que estaban esperando que para navidad los liberaran, en ese marco planean la solicitada», reveló Mabel.
Fueron cinco operativos en total entre el 8 y 10 de diciembre de 1977 donde secuestraron a «los 12 de la Santa Cruz», como ellos mismos se autodenominaron en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde permanecieron entre 4 y 6 días y luego, el 14 de diciembre, fueron arrastrados hacia uno de los «vuelos de la muerte».
Las hermanas Careaga disponían sólo de dos llamadas durante el primer tiempo de exilio: usaron la primera para avisar que habían llegado a salvo a Suecia; la segunda la usaron el 11 de diciembre de 1977 para avisar que había nacido Anita, la hija de Ana María.
En ese mismo llamado se enteraron que su madre había sido secuestrada.
Pasaron 28 años hasta que la familia Careaga pudo conocer la verdad y recuperar los restos de Esther gracias a la inquietud de un grupo de estudiantes de la Universidad de La Plata (UNLP) que investigaron la aparición entre diciembre del 77′ y enero del 78’ de cinco cuerpos en las costas de Santa Teresita.
«Todo Santa Teresita sabía pero nunca nadie preguntó ni habló al respecto. Estaba todo documentado, habían aparecido los cuerpos, los habían recogido los bomberos, los habían llevado a la morgue, les habían hecho certificado de defunción y los habían enterrado como NN en el cementerio de General Lavalle», explicó Mabel.
Ese hallazgo y comprobación de identidad gracias al trabajo efectuado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) fue la primera prueba científica de la existencia de los vuelos de la muerte.
«Pasar por todo eso fue muy duro, pero en mi caso sentí que no le había dejado ni siquiera los restos de mi mamá a la dictadura, que los había recuperado y que les habíamos dado un nombre y que estaba otra vez con nosotros», intentó expresar en palabras Mabel sobre el momento en que recibió la confirmación de que uno de esos «cuerpos que había devuelto el mar para que se hiciera justicia era el de su mamá».
Compartió que «cuando aparecieron ellas siempre decimos que no pudieron contra la muerte pero sí pudieron contra el olvido, es una frase que a nosotros como familia nos ayuda».
La decisión familiar de enterrar los restos de Esther en el jardín de la Iglesia de la Santa Cruz fue una sugerencia, según contó Mabel, de la Abuela de Plaza de Mayo Alba Lanzillotto, al decirles que ese lugar fue «la última tierra libre que pisaron».
«Mi mamá fue un símbolo de la lucha colectiva, de no pensar solo en ella y en su hija sino en los 30 mil y eso nos hizo pensar que merecía estar en un lugar colectivo donde recordarla», expresó Mabel.
«Siempre tengo presente la fortaleza y el coraje de ese grupo de madres que, a pesar de lo sucedido ese diciembre de 1977, volvieron a la Plaza de Mayo, se agarraron del brazo y no se fueron nunca más, con sus pañuelos blancos vencieron a los fusiles de la dictadura», concluyó.
Foto/Fuente: Télam