La Otra Historia de Buenos Aires
Antecedentes
PARTE V
por Gabriel Luna
Estrategias reales españolas
Carlos I y su Consejo no responden las denuncias ni los ataques del rey Manuel I de Portugal. Más bien se regocijan. Interpretan la reacción del rey Manuel (bien conocido por su avidez) como una señal de que van por buen camino. Redoblan entonces el apoyo a la expedición interoceánica, otorgan honores, pabellones y custodios por las ofensas y ataques a los almirantes Magallanes y Faleiro; y mandan otra remesa al astillero. Está claro que el comercio marítimo y los intereses portugueses en Oriente podrán verse afectados por la expedición española. Está muy claro (porque afectar esos intereses es uno de los objetivos de la expedición). Sin embargo, Carlos I envía una carta diplomática a Manuel I donde le asegura la paz y el bien estar entre ambos reinos, reafirmando el compromiso tomado en Tordesillas (en ese insólito tratado de 1493 donde España y Portugal con la mediación del Papa deciden, sin más partícipes ni considerar a los implicados, cómo repartirse el mundo).
La Casa de Contratación de Sevilla confía en los mapas de Faleiro que sitúan a las islas Molucas en la parte española. Sin embargo, Carlos I (o mejor dicho, su Consejo) no apuesta todas las fichas en Magallanes, intenta otra ruta por el oeste y alienta una expedición de Hernán Cortés a México, por el presunto oro nativo y también para encontrar un paso interoceánico norte hacia las Molucas.
Mientras tanto, el 12 de enero de 1519 fallece en Austria, Maximiliano I de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, padre de Felipe I (llamado “El Hermoso”), es decir, fallece el abuelo paterno de Carlos I. Aquí el caso no es tan inmediato y favorable como sucedió con los reinos de Aragón, León y Castilla, que fueron heredados por Carlos de sus otros abuelos -los reyes católicos Fernando e Isabel-. Aquí, además de la sucesión de sangre, hace falta la elección de los nobles alemanes e italianos involucrados; es decir: hace falta persuadir a los electores. Y a eso precisamente se está dedicando Carlos (y su comitiva) en viaje celebratorio por Valladolid, Zaragoza y Barcelona: junta dinero para comprar a los electores, derrotar a su rival francés, Francisco I, y proclamarse emperador.1 El poder ocurre por la guerra o por las elecciones, y siempre yendo por el paso previo del dinero. Carlos acumula para pagar guerras contra Francia y comprar a los electores italianos y alemanes. Quedará endeudado. Y la salida de esa deuda será por las Molucas o por el oro y la plata americana. Las expediciones no han sido sólo aventuras renacentistas y hazañas geográficas. La Era de los Descubrimientos podría explicarse en gran parte por las relaciones entre el poder y el dinero.
El 10 de febrero de 1519, Hernán Cortés zarpa de Cuba hacia México con 11 naves, la tripulación correspondiente, y 800 hombres en tropas de infantería y caballería, con sus pertrechos, caballos, flechas, municiones, armaduras y cañones, para conquistar el territorio del oro y/o el territorio de las especias.
Otra vez Sevilla
Mientras tanto en Sevilla, las naos ya están listas para la expedición marítima más extensa y audaz de todos los tiempos. Son cinco y esperan en el muelle de las Mulas -hoy desaparecido, que estaba junto al actual puente de San Telmo- en el margen oeste del Guadalquivir, casi frente a la Torre del Oro. Las naves tienen aspecto extraño. Son negras y blancas. Negros, pintados de brea, los cascos, las arboladuras, las cubiertas, los castillos de proa y popa. Blancas, sólo las velas. Son algo siniestras. Tienen cruces y banderas, 58 cañones, 7 falconetes, 3 bombardas grandes y 3 pequeñas. Se diría que vistas de frente y oídos los estruendos de la artillería, producirán miedo. Los nativos indianos temerán la cruz, las moles oscuras acercándose, marinos con armadura, nativos desnudos, fuego y trueno, sangre derramada por esquirlas, la tormenta mortal de los barcos negros. Se diría que el aspecto de estas naves con sus pertrechos fue inspirado más en la muerte y en dominar a los nativos, que en el encuentro venturoso de los mundos; más en el dominio del territorio y en el temor a una propia muerte desgraciada -como la de Juan Díaz de Solís- que en las enseñanzas piadosas sobre el trato a los nativos de fray Bartolomé de las Casas. Aquí prevalece la enseñanza del miedo. Solís, por querer fraternizar, había sido devorado por los indios. Y estos barcos no confraternizan, parecen decir, estos barcos se imponen.
El rey Manuel lee una y otra vez la carta diplomática de Carlos, pero no la cree. ¿Cómo podrá una nao dar la vuelta al mundo sin tocar los puertos o las costas asignadas a Portugal en su hemisferio, según Tordesillas? Reflexiona, pero no traslada la pregunta a España. Lo que sí hace, es seguir presionando a través de sus agentes a los almirantes Magallanes y Faleiro para que abandonen la expedición, e intenta denigrarlos en la Casa de Contratación de Sevilla. Y también escribe una carta diplomática al rey Carlos, con lisonjas y buenas intenciones, donde decide llevar a cabo el acuerdo nupcial celebrado el año pasado, según el cual se casará con la princesa Leonor de Austria, la hermana de Carlos. Además del dinero y la guerra, el poder se construía con los acuerdos matrimoniales entre las casas reales. Carlos detesta minuciosamente al rey Manuel de Portugal, que es su tío político por partida doble, puesto que se ha casado con dos de sus tías -Isabel y María de Aragón-, se ha convertido en dos veces viudo, y ahora, reblandecido y en la cincuentena quiere casarse con la hermana de Carlos, Leonor -que tiene veinte-, y convertirlo de sobrino en cuñado. Y lo peor es que Leonor (vista con ojos actuales) estaba enamorada de su primo Juan -heredero al trono de Portugal-, hijo de María Aragón y de Manuel I. Pero Manuel I, tío de Leonor y su próximo esposo, se negaba a abdicar a favor de Juan. Todo este enredo lo ve con claridad Carlos I, pero no puede deshacerlo. Los acuerdos matrimoniales, además del dinero y la guerra, eran un resguardo conveniente, la política con que se construía el poder.
Y finalmente, la partida
Manuel I y Leonor de Austria se casan el 7 de marzo de 1519 en Lisboa. Carlos no asiste, atiende otras cuestiones. Se complace con sus naos sevillanas (que harán contra Manuel lo que él no puede), las bautiza Flota de las Molucas, apresura con remesas la partida; y continúa la negociación con los electores imperiales desde Barcelona. Mientras tanto en Sevilla, los agentes de Manuel hacen prosperar una acusación de locura contra el cosmógrafo Faleiro. Tiene el hombre ciertos altibajos que desatan tormentas y vacíos de conciencia (un trastorno bipolar, se diría en nuestra época). Y como al obispo Fonseca -que dirige la Casa de Contratación- le conviene disminuir el poder de los almirantes portugueses a favor de su hijo bastardo, el inspector general de la flota Juan Cartagena, escribe al rey acentuando los síntomas e imaginando a un Faleiro lunático y al mando de la flota imperial frente uno de los tantos peligros que de seguro pondrá el Maligno en esos mares desconocidos.
El rey decide separar a Faleiro de este viaje, pero no renuncia a sus servicios sino que lo pone a cargo de preparar una siguiente expedición. Y Magallanes (que ve crecer su protagonismo y autoridad al convertirse en el único almirante de la flota) pide al rey otro cosmógrafo, agregar un piloto, poder contar con los instrumentos y cartas náuticas de Faleiro, y comprar más instrumentos. El rey acepta y supera la petición. Envía a un erudito italiano, noble y diplomático de la Santa Sede, para sumarse a la flota y aportar saberes, si es que Magallanes lo considera conveniente y acuerda.
Antonio Pigafetta es veneciano, de contextura fuerte y ronda la treintena. Tiene formación renacentista, conoce de astronomía, geografía, cartografía y sabe manejar un astrolabio. Además es humanista, simpático, aventurero, estudia botánica, antropología y lingüística, tiene facilidad para las palabras y los idiomas… Hablan de latitudes, brújulas y crónicas. El muchacho seduce, y Magallanes le encarga -para ponerlo a prueba- la provisión de los instrumentos náuticos. Y queda Pigafetta a su vez seducido por el genio y la audacia del Almirante, a quien considera un émulo de Colón. Entonces Magallanes (atento a la fama y la gloria), valorando esa percepción, la curiosidad del muchacho por tantas materias y su facilidad de palabra, lo integra a la tripulación y le encarga un trabajo que entusiasmará a Antonio Pigafetta (también atento a la fama y la gloria) y que será además muy apreciado y agradecido por todos nosotros: le encarga una crónica de la Flota de las Molucas.2
Mientras tanto en Fráncfort, el 20 de junio de 1519, Carlos I es elegido rey de los Romanos y esto lo convierte en emperador del Sacro Imperio Germánico. Asume como Carlos V y es soberano de un territorio tan extenso -contando las colonias americanas-, del que podrá decirse: donde nunca se pone el sol, considerando la redondez de la tierra, próximamente a demostrar en esta expedición de Magallanes.
Y volviendo a la expedición, en julio de 1519 llega a Sevilla la remesa final del rey para abastecer la flota. Una cantidad de dinero, si se considera el total de bastimentos y pertrechos, que puede compararse con el valor de los mismos barcos. Se estima el valor de las naos en tres millones de maravedís, los bastimentos o víveres en millón y medio, y los pertrechos militares en otro tanto. Se preguntará la lectora o lector cuánto invertía la Corona en la aventura. ¿Cuál era el costo de toda la expedición? Sumando dos millones de sueldos adelantados y medio millón más en mercaderías para seducir o trocar con los nativos, el total da ocho millones y medio de maravedís. ¿Era una cifra muy importante en las finanzas del Imperio? No. 8.500.000 maravedís equivalían a 25.000 ducados. Y el rey y su Consejo habían recaudado 900.000 ducados en Castilla, Aragón y Cataluña durante los dos últimos años.
Magallanes controla personalmente el abasto de la flota, que es variopinto, desde animales vivos, pescados salados, carne de membrillo, arroz, confituras, garbanzos, miel, almendras, orzas de queso, hasta pasas de uvas. Resulta entretenido ver subir esta carga a las naos en el muelle de las Mulas. Sin embargo, considerando la cantidad, advertimos que más de las dos terceras partes del abasto consiste sólo en dos productos: galleta y vino, que se consumirán a razón de una libra y dos jarros diarios por marinero.
Acabada la estiba, por acabar los conflictos con la Casa de Contratación y las intrigas de los agentes portugueses, y por alcanzar los mares desconocidos y la gloria y la grandeza de España, la tripulación completa celebra una misa solemne en la iglesia de Santa María de la Victoria en el barrio marinero de Triana, donde un emisario de Carlos I entrega a Magallanes el pabellón real. Entonces éste jura servir al rey, y los 237 tripulantes juran unánimes obediencia a Magallanes. Es un momento mágico entre la tripulación y el Almirante, ante la mirada de la Virgen, entre las cuestiones de la tierra y el humo de los altares, registra el cronista. Y ese mismo día, un lunes 10 de agosto de 1519, zarpa por fin de Sevilla la Flota de las Molucas, anunciada con estruendo de bombardas y mucha algarabía en las orillas, consigna Antonio Pigafetta.
(Continuará…)
[1] En Castilla obtuvo 600.000 ducados y permaneció cuatro meses; en Aragón, 200.000 y estuvo ocho meses; en Cataluña, 100.000, y se quedó un año.
[2] Magallanes estaba muy enterado de las crónicas de viajes de su época, como las que escribía su pariente Duarte Barbosa, las del italiano Ludovico di Varthema, y las más famosas, las de Marco Polo.
Ilustración: Geoff Hunt.