Con el desalojo en la garganta

Miles de familias se quedan sin techo, sin soluciones, sin respuestas y de una madrugada a otra: en la calle. En la Ciudad hay una clara emergencia habitacional que no está siendo atendida y se intensifica cada vez más.

por María Fernanda Miguel

Desde la Defensoría del Pueblo alegan que desde 2021 hubo más de 700 familias desalojadas de casas u hoteles precarios en CABA. Las razones por las que estas personas habitan estos inmuebles son muchas y todas están vinculadas con la vulneración que sufren. Luego la Justicia sentencia el lanzamiento, sin importar si allí hay niños, adultos mayores o personas con discapacidad. Lo lógico, y lo humano, sería realizar un censo interno para saber cuáles son las situaciones de cada familia; ofrecer otro hogar o un subsidio equiparable (y no lo que se otorga generalmente que sólo cubre algunas noches), y un asesoramiento jurídico que no necesite sacarse el caso de encima de un día para el otro. Esto último ocurre en diferentes organizaciones sociales que no dan abasto por abarcar tanto. Además de la vulnerabilidad de las personas que habitan de estos hoteles o casas, también existen estafas por parte de los dueños o representantes de tales, que cobran alquileres todos los meses y luego se borran cuando alguna inmobiliaria les ofrece un monto conveniente para que vendan la propiedad. Entonces desaparecen y las personas se encuentran con una orden de desalojo de manera inesperada. No es un ejemplo cualquiera, son cientos las personas que fueron estafadas con esta modalidad. Los dueños o representantes de hoteles o casas se aprovechan de las personas que necesitan un hogar, ante un mercado inmobiliario que solicita requisitos imposibles para trabajadores que tienen sueldos precarios, o jubilados con la mínima.

Casa Solís, un ejemplo de resistencia
Constitución es uno de los barrios con mayor número de habitantes de la Ciudad de Buenos Aires que viven en hoteles familiares o caserones. El 12 de septiembre último, 70 familias del inmueble ubicado en Solís 1839, se despertaron con golpes de la policía en la entrada. Cuando se asomaron el panorama era desolador: había cientos de efectivos policiales con palos, cascos y escudos y muchos camiones para llevarse todo lo que hubiera adentro, sin reparos, sin pensar en nadie, ni en necesidades ni recuerdos. Los vecinos resistieron, como pudieron, con todo lo que implica levantarse una madrugada a los gritos y palazos en el lugar que es tu casa.
“Escuché a una de las vecinas gritando: ¡Levántense, hay desalojo! Me levanté asustada y me cambié rápido sin entender nada. Nos reunimos con los vecinos y todos estábamos igual, sin entender nada y con la policía en la puerta queriéndonos desalojar».


«Logramos resistir”, explica a Periódico VAS, Nadir, una de las vecinas del lugar.
El desalojo se tuvo que suspender, aunque no había garantías de que no volvieran esa misma noche. Ahí la unión de los vecinos fue fundamental para ver los pasos a seguir y pedir apoyo a diferentes organizaciones sociales. No había tiempo para quedarse de brazos cruzados: era eso o la calle. Esa misma tarde se armó una asamblea de urgencia. Los nervios y la angustia marcaban la cancha. Había vecinos con problemas de salud gravísimos, que si quedaban en la calle, sencilla y honrosamente podían perder la vida. Muchas de las personas que habitan la Casa Solís están hace más de 20 años, donde han forjado sus familias, recuerdos y tantas cosas que no se pueden borrar de un día para el otro. En todo este tiempo nadie del Gobierno de La Ciudad se hizo presente para corroborar lo que estaba sucediendo, ni mucho menos para brindar soluciones. Daba vueltas por ahí un listado de hoteles, pero en la mayoría no aceptaban niños ni mascotas, ¡cómo si se pudiera recortar una familia! Pero de todas formas la idea no era irse, la idea era resistir. La unión de los vecinos fue muy importante, la misma resistencia te lo dice. “Creo que si no nos hubiéramos unido y resistido todos juntos, el desalojo se hubiera dado y estaríamos todos en la calle. Ante la desesperación, logramos dejar de lado todas las diferencias que podía haber entre nosotros”, dice Nadir.
Durante muchos años -incluso hasta el mes previo al desalojo- las familias pagaron su alquiler en tiempo y forma. El dueño o sus intermediarios les entregaban un recibo, pero claro, no había un contrato de alquiler legal y ese fue el gris en donde los propietarios pudieron agarrarse para querer echar a todos la calle. ¿Y por qué? Porque básicamente pueden dormir todas las noches sin pensar en el futuro de tantas personas, pero principalmente porque tienen los recursos, la Justicia y los medios corporativos a su favor.
“Hoy estamos con una suspensión temporal, sin saber cuánto tiempo más vamos a poder estar acá y sin encontrar una solución habitacional, porque la gran mayoría de los vecinos tienen niños o mascotas, y es casi imposible encontrar un lugar donde te acepten, además de que no todos cuentan con un trabajo en blanco o con la cantidad de plata y los requisitos que te piden en todos lados para poder alquilar”, comenta Nadir.
Respecto a la suspensión temporal, se dio el lunes 19 de septiembre del 2022 cuando los vecinos se presentaron ante el Juzgado Civil N°93 ubicado en Talcahuano 490, junto a La Defe (organización que es patrocinante en la causa) y a otras organizaciones sociales y de derechos humanos, para frenar el desalojo que estaba programado para el jueves 22 de septiembre. Hubo corte de calle y pedido de reunión urgente. No había tiempo. Luego de dos horas de total incertidumbre, finalmente se consiguió que temporalmente se suspenda el desalojo sin una fecha límite. Entre lágrimas y abrazos, los vecinos festejaron en la vereda. Había caras de alivio, de esperanza. Esa noche volvieron a dormir con tranquilidad, pero sabiendo que por delante hay un proceso largo que aún no termina.

La historia se repite
“Me sorprende mucho ver la cantidad de desalojos que se están dando. En el barrio hay tres hoteles en situación de desalojo y antes no era tan usual escuchar esto, pero ahora se escucha cada vez más y veo que se le está dando muy poca importancia a esas familias que quedan en la calle, porque los desalojos llegan pero las soluciones no”, sostiene Nadir, la vecina de Solís. El caso que fue emblema de resistencia, para que muchas familias entiendan que sin unión no hay nada. Y por eso se juntan entre las distintas casas en situación de desalojo, primero para asesorar desde la experiencia, y también para contener, algo fundamental cuando el propio techo está en juego.
A muy pocas cuadras de Solís, otra casa que estuvo a punto de ser desalojada fue la Montserrat, ubicada en Luis Sáenz Peña 1723. Allí viven 46 familias, entre las que se encuentran 26 niños y niñas. La historia se repite: llega una orden de desalojo, ninguna solución y muchísima desesperación. Una de las vecinas del lugar explica que allí también hay personas que están hace más de 20 años, otras menos, pero la angustia de quedarse sin nada es la misma. “Vivir de hotel en hotel tampoco es la solución, porque llega un nuevo desalojo y quedás en la calle”, comenta.


A fines de mayo, el desalojo finalmente fue suspendido luego de la presentación que realizó la letrada Doris Quispe en el Juzgado N°9 del Fuero CTyA de CABA, pero la incertidumbre de saber cuándo y cómo, aún queda.
A raíz de una denuncia de la Dirección General de Administración de Bienes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la Fiscalía Penal Contravencional y de Faltas 19 a cargo de Lorena San Marco, ordenó el desalojo de la Casa Pringles ATR (Autónoma, Territorial y Reparadora), ubicada en el barrio de Almagro. La madrugada del 17 de junio un fuerte despliegue policial desalojó a mujeres y niños que habitaban el inmueble que perteneció al artista plástico Eduardo Sívori y que el Gobierno porteño intentó subastar en siete oportunidades. «Patearon la puerta y entraron por la fuerza; vinieron antes de las 7 con una orden de allanamiento para desalojar», dijo Eva, una de las mujeres que vivía en Pringles.
Éstos no son los únicos casos. En toda la Ciudad hay un intento de desalojo inminente -como sucedió con Casa Pringles, que aloja y contiene a más de 25 mujeres y niños en situación de calle-, siempre lo hubo, pero la diferencia es que ahora existe la unión y la resistencia de muchas personas que no están dispuestas a ir a parar a la calle para que sus derechos sean aún más vulnerados. Hay información, hay asesorías y hay mucha gente presente en donde el Estado se encuentra ausente.
En pleno año electoral las familias desalojadas o las que no tienen techo, no tienen espacio en las plataformas. Nadie ha brindado una propuesta para solucionar este gran problema que se relaciona con un derecho humano básico que es tener un techo, una vivienda digna.

¿Qué están esperando?

 

Fotos: Jacqueline Colque para La Defe

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