Miedos y fobias en la infancia

por Gabriela González Alemán*

El miedo, esta emoción que nos mantiene vivos y nos avisa cuando estamos frente al peligro, a veces nos genera la idea de que sobrepasa los límites y nos expone al pánico y a la ansiedad. Creemos que tenemos que ser valientes y superarlos, incluso, consideramos la opción de hacer caso omiso del temor que sentimos. Pero para lidiar con el miedo, de manera efectiva, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que forma parte de nuestra vida, que es una reacción natural frente al peligro y que, desde la infancia, nos ayuda a conformar nuestra personalidad y la autoconfianza.

El miedo nos ayuda a aproximarnos a las cosas con precaución. Nos dispone a intentar cosas nuevas, pero de a poco, a esperar que sea nuestro momento de avanzar, a respetarnos y a asumir que somos todos distintos y que mientras alguien puede tirarse de un paracaídas, otro no quiere subirse a la montaña rusa. Por detrás del miedo, que tiene tanta mala prensa, está el aprendizaje del respeto por nosotros mismos y por los demás.

La infancia está llena de miedos. Y con el crecimiento, los miedos van cambiando. A medida que se acercan a lo que les causa temor y aprenden que lo pueden dominar, cambian ese miedo por otro estímulo que les resulte más desafiante.

Un bebé reconoce los rostros familiares por vuelta de los 8 meses y por eso, se expresa la tan conocida angustia del octavo mes. Como saben quién es conocido, al enfrentarse a alguien que no conocen, manifiestan el miedo que sienten y lloran buscando apartarse del desconocido, que perciben como peligroso. Este sesgo, va a perdurar toda la vida. El instinto de supervivencia nos estará diciendo hasta la vejez, en mayor o menor medida, que los desconocidos pueden ser peligrosos. La experiencia, el intelecto y la razón, serán los que nos ayuden a aceptar las diferencias. Por eso, si queremos chicos que acepten lo distinto, tenemos que ayudarlos a transitar por los miedos.

Como forman parte del desarrollo, los miedos suelen repetirse de un chico a otro. Entre el año y los dos años, la mayoría tienen miedo a que sus padres no vuelvan. Se aferran a ellos, algunos no quieren quedarse en el jardín, o tal vez no quieran irse a la cama solos. No son caprichos. Son miedos naturales, en esta etapa del desarrollo, en la que su mayor temor es quedarse solo. El chico ya sabe que necesita a sus mayores y disfruta de sus afectos. Esto incrementa el miedo a perderlos. Pueden pedir agua, levantarse de la cama mil veces, llorar, decir que tienen hambre, que no tienen sueño, cualquier excusa es válida para no quedarse solo en la cama.

A este escenario se le suma el miedo a lo sobrenatural. Entre los 4 y los 6 años, pueden jugar y hacer de cuenta en el juego, pero la mayoría de las veces, no son capaces de discriminar lo real de lo fantástico. Puede haber un monstruo debajo de la cama, un trueno puede arrancarles el llanto y los fuegos artificiales, a esa edad, pueden ocasionar más miedo que placer. Recién a partir de los 7 años reconocen los peligros reales. Los noticieros, a esa edad, pueden ser una fuente importante de temores. Dar una lección frente a todos, que les pase algo a los padres, son preocupaciones comunes en la etapa escolar.

¿Qué hacer frente al miedo de los hijos? Sobre todo, acompañarlos. Estar ahí y no descalificar la emoción que manifiestan. Esa suele ser nuestra primera alternativa: «No es nada; ¿ves que no hay nadie debajo de la cama?; tocalo al perro, es buenito, no hace nada», son respuestas comunes cuando un chico manifiesta temor. Lo primero que tenemos que hacer, es calmar nuestra propia ansiedad para evitar caer en el error de la descalificación cuyo único objetivo es lograr la propia tranquilidad.

Para cada edad, la reacción de los mayores debe ajustarse al momento del desarrollo. Si se trata de un bebé o un chico menor de 3 años, lo mejor es asegurarle tanto con palabras como con gestos que estaremos ahí para protegerlo, pero a medida que va creciendo, lo ideal es escucharlo con empatía y ayudarlo a poner en palabras lo que le pasa.

Lo mejor es que los chicos vayan superando sus miedos de a poco. Acompañarlos y ofrecerles un abrazo, es una buena manera de transmitirles confianza y ayudarlos a exponerse a lo que los atemoriza o a probar cosas nuevas. Mostrarles cómo actuamos frente a una persona nueva, los puede ayudar a desarrollar las habilidades sociales que necesitan para regular la confianza cuando todavía no conocen a alguien. Generar rutinas nocturnas que impliquen acompañarlos a la hora de dormir como cantar o contarles cuentos, pueden calmar la ansiedad que provocan las sombras en el cuarto y de a poco, se irán animando a revisar juntos debajo de la cama o esa puerta entreabierta de un armario. La idea no es evitar el miedo sino aprender a regularlo.

Es importante que acompañemos la evolución de los miedos, que los veamos crecer y afrontarlos respetando los tiempos individuales y las diferencias. No tenemos que olvidar que cosas importantes como la autoconfianza y el respeto hacia las diferencias se encuentra en plena construcción y que, con el adecuado manejo de los miedos, ayudamos a que los chicos logren alcanzar su mejor versión.

*Dra. en Genética del Comportamiento (MN 33343) y fundadora de Brainpoints.
Fuente: Télam

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *