Dimensión de una bandera y un amor
Encuentro en Santiago del Estero con Gilda Santucho
por Marcelo Valko
Un día no determinado de fines de abril o de mayo de 1975 fue secuestrado Francisco René Santucho y continúa desaparecido hasta el día de hoy. Notable investigador de historia colonial, fundador en 1957 de la mítica librería Dimensión de Santiago del Estero y militante revolucionario. Dimensión era mucho más que una librería que incluso llegó a editar varios números de una revista con el mismo nombre. En ese espacio no solo se presentaban libros, se hacían ateneos culturales donde las palabras hilvanaban sueños y por supuesto se hacían animadas peñas acompañadas por infaltables empanadas muy bien regadas. Por allí desfilaron autores de renombre como Hernández Arregui, Atahualpa Yupanqui, Rodolfo Kusch e incluso premios nobel de literatura como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Que una librería de una provincia considerada “periférica” y “dormida” logre semejante movimiento cultural la transformó en un lugar de culto para unos y en un peligroso foco para otros. Como es público y notorio Francisco René era hermano de Roberto Santucho dirigente del ERP, ambos santiagueños. Lo que no es tan conocido fuera de la provincia mediterránea es que la esposa del fundador de la librería era Gilda Roldán, una mujer notable que tuve oportunidad de conocer y que durante más de cuarenta años mantuvo abierta Dimensión sobreviviendo a Golpes de Estado dictatoriales, clausuras sin sentido, decomisos arbitrarios y cierres intempestivos e incluso como señalé más arriba al secuestro y desaparición de su fundador.
Hace casi veinte años viajé a Santiago invitado a presentar mi investigación Los indios invisibles del Malón de la Paz. Al finalizar la charla se acercó una persona que comenta que Gilda Roldán me invitaba al día siguiente a tomar un café en la librería. Esa mañana caminé hasta la esquina de Salta y La Plata donde se encontraba en aquel entonces Dimensión. El encuentro fue más que cordial. Hablamos de un montón de cosas, pero todas, incluso, cuando caíamos en bueyes perdidos, tenían que ver con miradas sobre la Patria Grande. Aunque no soy Funes el memorioso del relato de Borges, recuerdo nítidamente la conversación de aquel primer encuentro. Un tema inevitable fue tocar el padecimiento de su familia que tiene once víctimas del terrorismo de Estado entre muertos y desaparecidos, tal como consta en el libro Nosotros los Santucho escrito por Blanca Rina hermana menor de Robi y Francisco. Vale aclarar que seis de los fallecidos son mujeres. Al igual que en el caso de Germán Oesterheld autor del Eternauta fue una de las familias más diezmadas por el espanto.
Gilda, la viuda de Francisco René me impresionó. Pese a tener el dolor talado en el alma, poseía una entereza y una fuerza vital notable con la que supo criar a sus dos hijos en una época muy complicada para llevar tal apellido y, por otra parte, mantener el espíritu de la librería, un singular espacio cultural referente de DDHH, que continuaba realizando presentaciones de textos, recitales poéticos y musicales. Además, poseía una lucidez y una ironía punzante. Para muestra vaya un botón, la última vez me dijo al pasar: “cómo le han hecho creer a la gente que un general puede ser el primer trabajador…” Luego de aquel encuentro inicial en cada oportunidad que regresaba a Santiago la visitaba y así fui hilvanando mayores datos sobre episodios que tal vez permanecen al margen de los textos que desmenuzan el periodo. Más allá de las posturas ideológicas, la historia de esa familia es difícil que deje a alguien indiferente. Francisco René, apodado el Negro, era el segundo hijo de Francisco y Elmina. Cuando fallece Elmina, se casa con Manuela, la hermana menor de la anterior, ella será la madre de Roberto hijo de ese segundo matrimonio que cobijo a todos los niños de ambas hermanas sin distinciones.
En aquel primer encuentro, nos sentamos frente a una mesita donde estaba dispuesto el ritual del café. Las paredes estaban pobladas de libros y algunos oleos. La presencia de los ausentes se hacía sentir, sobre todo la de su marido, al que disfrutó tan poco y al que retuvo en multitud de detalles. El Negro fue detenido en 1970 y alojado en la vieja cárcel de Caseros. Como no había cargos sustanciales, le dieron la opción de salir de Argentina, con la salvedad de que no podría optar por un país limítrofe. Además, le prohibieron terminantemente cualquier participación o reunión política. Le advierten que lo tendrán vigilado. Pero como aseguró Gilda, él tenía muchas maneras de relacionarse y entrar en contacto. Elige Perú. El matrimonio vuela a Lima, de allí al poco tiempo bajan a Cusco. Aun le impresiona el recuerdo de aquel tren que iba prendido a la montaña con una traba a cremallera para que no desbarrancar. Frente a la magnificencia de la civilización andina que garantizaba a sus habitantes hace cinco siglos el sustento diario, la pareja se enfrenta a la miseria y a la opresión en la que está inmerso el pueblo descendiente del incario. Gilda tiene frescas las imágenes de los porteadores que, como si fueran hormigas, llevan bultos descomunales y que yo mismo pude ver en su momento. Me describió uno en particular que cargaba a la espalda una mesa con todo el juego de sillas. Me relató, además, que mientras esperaban en una estación de tren durante una tarde de lluvia persistente, fueron testigos como a un grupo de indios no les permitieron estar al resguardo del techo del andén. Francisco preguntó el motivo que impedía que se refugiasen, más aun estando con niños pequeños. “los indios no pueden estar aquí con las personas” le respondieron. Corría el año 1971 y estaba Velazco Alvarado… Gilda todavía agregó un detalle singular, tal vez una premonición de aquel tiempo. No dejaba de tararear el tango “Olga” de Agustín Magaldi, cuyas estrofas iniciales comienzan diciendo: “No cantes, hermano, no cantes, / que Moscú está cubierto de nieve / y los lobos aúllan de hambre”.
Bajan a Bolivia donde Francisco toma clases de quichua y francés, más tarde él viaja al Chile de Salvador Allende, mientras ella regresa a Santiago donde tiempo después ambos se reencuentran. Tras la caída de Cámpora todo se complica. En forma clandestina el Negro se instala en Tucumán donde lo había enviado Robi para que realice notas para el periódico. Tomando las precauciones del caso, Gilda viajaba a verlo o se comunicaba con él. El último contacto fue a comienzos de abril de 1975 y luego el silencio. Un silencio como el aullido de los lobos del tango de Magaldi que hacía presentir lo peor. Desolada viajó a Tucumán. Nadie sabía nada, ninguna pista, ningún dato. El silencio dio paso al vacío. Cuando secuestran a su marido, ella estaba embarazada de un niño que no conoció físicamente a su padre. La fecha de la desaparición no puede ser determinada con precisión, ocurrió entre mediados de abril y mayo. En ese entonces, el general Acdel Vilas, primer comandante del Operativo Independencia era amo y señor de la región. Vilas tuvo infinidad de causas por violación de DDHH y fue amnistiado por la Obediencia debida de Alfonsín y luego indultado por Menem. En 2003 el Congreso Nacional declaro esas leyes insanablemente nulas. En su desesperación Gilda resolvió contactarse con Oscar Asdrubal Santucho al que le decían Chicho, que se encontraba en la Compañía de Monte. El encuentro fue en un restaurant, con la esperanza de que pudiera aportar algún indicio sobre Francisco. Aunque no sabía del paradero de su hermano, el combatiente le trasmitió esa esperanza: el Negro podría aparecer, había que hacer la denuncia en medios internacionales. También se mostró confiado en la lucha. Le aseguró que la gente los apoyaba, los cubría, aun a expensas de correr graves peligros. Poco después de aquel encuentro, Chico cayó abatido en el monte. Con posterioridad, ningún ex detenido logró aportar datos de haber visto a Francisco en algún centro clandestino.
De pronto alguna persona entraba a Dimensión en busca de algún texto y nos interrumpía, ella se levantaba a atender y a mí me daba tiempo de sopesar lo que estaba escuchando. Conversamos hasta la hora del cierre, la temperatura del mediodía santiagueño comenzaba a hacerse notar. Casi al final me dice que antes de marcharme a Buenos Aires deseaba mostrarme algo. La vi salir por un pasillo que daba al fondo del local. Me quede hojeando Datos sobre la propiedad colonial y El indio en la provincia de Santiago del Estero, textos escritos por el Negro que me obsequió y que evidencian a un autor de análisis profundo y riguroso que actualmente se encuentran compilados en sus Obras Completas, que utilizó como bibliografía en mi cátedra. Gilda regresó con la bandera que ilustra esta nota. Las letras MTR sobre un fondo celeste y blanco, en los extremos inferiores, las fotos de los hermanos Robi y el Negro. Cuando me la entregó quede inmóvil. El vidrio en la que está enmarcada reflejaba mi asombro. Mi imaginación volátil supuso que había permanecido oculta desde la década del ´70. Gilda sonrió benévola. Me explicó que Dimensión había sufrido múltiples requisas y varios allanamientos también en su domicilio. Hubiera sido imposible mantenerla en aquel tiempo de lobos. La bandera era un obsequio de una militante porteña que se la había llevado hace años. Tomé algunas fotos, luego Gilda volvió al pasillo y la regresó a su lugar. Más allá de que todo el mundo en Santiago conocía la historia de los Santucho y su librería, la mantuvo fuera de la vista del público por una cuestión de intimidad. La última vez que nos encontramos, comenté sobre hacer esta nota y les pareció bien, tanto a ella como a su hijo a quien escuché hablar sobre la producción intelectual de Francisco llamándolo “mi Papi”. Un Papi con el que no tuvo un contacto físico pero que siempre estuvo y sigue acompañando a su hijo.
En junio de 2018 la crisis económica sumada a los años y a la salud de Gilda cerró Dimensión, dos meses después, el 9 de agosto, ella falleció cerrando una época grabada en la memoria de la provincia y de tantos que durante décadas consideraron a Dimensión como un faro y a Gilda como su férrea custodia. Su hijo aseguró “mi mamá siempre sostuvo que la librería no era un comercio, sino un servicio para la gente”.
Una curiosidad. Quien sería el máximo líder del ERP, fue el séptimo hijo varón de su padre, por lo tanto, fue apadrinado por el presidente Justo de aquel entonces. Se trata de una antigua tradición originada en la Rusia Zarista que, mediante tal padrinazgo, antes proveniente de la realeza y ahora presidencial, brinda una protección mágica para evitar que el séptimo varón se convierta en lobizón. El exorcismo de Justo no impidió otra clase de metamorfosis. La construcción que Mario Roberto Santucho le imprimió a su vida e insufló a sus hermanos, lo transformó en algo muy diferente… El notable músico Peteco Carabajal compuso el tema “Guerrillero santiagueño” como homenaje a su comprovinciano. Creo oportuno cerrar la nota con algunas estrofas de ese tema: “Amor revolucionario / Pasión que no se detiene / La mística, la bandera / y la lucha regresan siempre”. Es lento, pero viene…