Crónicas VAStardas

Tornillo autorroscante

por Gustavo Zanella

Llego a la esquina y lo veo irse. Tengo 40 minutos de espera largos por delante. El refugio está vacío. Al rato llega una flaca con un bebé recién nacido en brazos y un nene que no llega a los tres años que se sienta en uno de los banquitos. Le dejo el otro a la flaca que con un hilo de voz me contesta un gracias pijotero. A los 5 minutos cae un viejo cualquiera, medio zaparrastroso, pasado de sol, de hambre, de tuberculosis y vino de dos mangos. Nos empieza a dar conversación sobre temas ramdom, cual si fuera panelista de TV. Primero nos cuenta por qué con los milicos estábamos mejor, tópico infaltable de cualquier trastornado vernáculo y falto de morfi potente durante los primeros años de vida. Abandona rápido el tema para decir que es menemista de la primera hora y que a Camila Perissé la mataron los mismos que mataron a Natasha Jaitt. Luego nos cuenta sin que hagamos el menor atisbo de escucharlo que el sobrino le dijo que los mosquitos aparecieron porque Bill Gates y George Soros se adueñaron del mundo con “el uindou nuevo ese con el que andan todos los homosesuales en las orejas“. Clava los ojos en mis auriculares. La piba me mira de refilón y sonríe. No digo nada. El señor les da sus peores batallas a sus mejores soldados.
El nene lo mira obnubilado, como si en ese discurso delirante y border hubiese algo hipnótico, interesante hasta para la gente que aún se caga encima. Quizás es la certeza psicótica lo que le da ese halo de verdad iluminada, porque incluso yo, que sé que no sirve ni para repuesto, me tiento con prestarle atención. De todos modos, no compro. Si por empatía le ponés la oreja a todos los que tienen la psiquis herida, les terminás deseando la muerte por mucha técnica psicoanalítica o social listening que esgrimas. Un pirado es un pirado y siempre es peligroso.
Y cada vez hay más. Cada mango menos en la calle es un tronado más sin contención que se adentra en el barrio fulero del delirio. Los jipis, los progres y los militantes de la individualidad gansa loan la locura, chamuyan con que es una forma alternativa de percibir la realidad y toda la zaraza, pero lo cierto es que esa gente sufre mucho y sufren quienes los rodean. Más vale una pastilla a tiempo bien puesta y a mirar dibujitos como cualquier hijo de vecino, que llorar después suicidios, brotes esquizofreniformes o gobiernos libertarios.
Hace unos días, en San Telmo, apareció una loca así. Adulta mayor, miembro de la tercera edad, mujer añosa con cara de abuelita o simplemente vieja. La señora apareció con sus bultos en Estados Unidos y Balcarce, producto de haber dejado de pagar una piecita rasposa en la Boca. Se abuardilló bajo un árbol junto al bar Sur. El tango siempre fue amable con los locos, pero parece que al gerente del local le importa un carajo porque le espanta a los turistas y está que hecha putas. Entre la vieja y los boludos de la Universidad del cine que le cortan la calle cada 2×3 para filmar películas que imitan mal la nouvelle vague no factura un billete y encima, justo en frente, le pusieron una tienda de productos canábicos y por las tardes se le arma un fumadero cual fogata de San Pedro y San Pablo en el Baires de los 60’. Se queja al garete, porque en el fondo todo esto lo ayuda. Los turistas chinos y daneses aman sacarse selfies con la fauna local, mitad porque es pintoresca, mitad porque alguna que otra vez la fauna se pone intensa y la selfie se cobra, en lo posible en dólares.
La señora parece tranquila, pero tiene el berretín de exponer todas sus pertenencias, por pocas que sean, sobre los autos estacionados, como si la cuadra imitara una sala de estar con detalles de arquitectura rústica. Y habla a los gritos. Y llora a los gritos. Mira a los gritos y hasta su silencio es un grito que solo se puede evitar haciéndose bien el boludo.
De nuevo en la parada, el viejo sigue hablando hasta que llegan 4 mujeres más, cada una con su mochila de hijxs, sobrinxs y nietxs. No tienen parentesco entre sí, simplemente dio la casualidad que cayeron juntas. El viejo pregunta apuntado a cada uno de los chiquitos
– ¿Esa es nena?
–No, es nene –dice una de las mujeres.
– ¿Esa es nena?
–No –dice otra de las mujeres– es nene.
– ¿Ese es nene?
–No, nena –contesta otra mujer y así con todos y cada uno de los pibitxs que son como 9. Cuando se cansa de pifiarla y se da media vuelta.
Llega un colectivo. No es el mío. Viene hasta la manija. Las mujeres con los nenitos intentan subir. Se les suman otras 15 personas. Quedo justo frente a las ventanillas. Arriba del bondi parece que hay un contingente de alguna escuela especial, centro de día o algo así porque van una docena de chicos con síndrome de down. Tienen la suerte de ir sentados. Uno de ellos, de anteojos, me saluda. Le devuelvo el saludo. Me hace un gesto de ok con la mano. Luego, otro hace lo mismo. Se corre la voz. Ahora tengo que saludar a cada uno de los chiquitos que se levantan de su asiento y se apiñan contra el vidrio y hacen gestos para que tenga con cada uno de ellos la misma deferencia. Uno obliga a una mujer a que le haga upa para que también lo salude a él. La gente se agolpa en la puerta del colectivo y hay griterío. Que cuidado que hay chicos, que para qué se detiene estando lleno, que qué empujás, que hubieses salido más temprano y así, como siempre, como todo el tiempo, pero más y mejor. En algún momento el chofer hace amague de arrancar y los melones -mal que mal- se van acomodando en la caja del camión. Suben todos. Cuando termino de saludar al último de los nenitos les saco la lengua. Creo que fue un error porque ahora tengo 10 pibes sacándome la suya repetidamente desde arriba del bondi brindándome una imagen, sino dantesca al menos bastante curiosa. Dos de los pibes directamente se chupan el vidrio mientras un par de adultos los cagan a pedos. Me putean con la mirada. Queda la baba chorreando por el cristal. El bondi arranca y se va.
Viene el mío, semivacío y con aire. Subo. Le pregunto al colectivero si ya puedo pagar con algún órgano. Me ignora con desprecio mientras marca un valor imposible. En el centro de Kathan City sube un tipo, 50 y algo. Reparte estampitas con costo a voluntad. Mete la mano en la mochila, saca un libro y lo veo venir. Hace el esfuerzo por leer en voz alta, pero seguro que faltó a la clase de primer grado donde le enseñaban, porque lee mejor Mauricio Macri, lo que es mucho decir. El tipo tiene intención de leer una de las epístolas de Timoteo y la puta hostia, elige la que dice:
“Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los jefes de estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar una vida tranquila y de paz, con toda piedad y dignidad”.
Me hago el dormido y dejo caer la estampita al suelo. Por dentro lo mando a la recalcada concha de su abuela.

 

 

 

 

 

 

 

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